En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella (Juan 1:1–5).
La Palabra De Dios nos habla a cada uno de nosotros. Llega individualmente a la consciencia humana de muchas maneras, de tantas como necesidades y percepciones individuales hay. Puede que la Palabra divina como el trueno del Sinaí, nos sacuda hasta la médula de nuestro ser; o, como “una voz callada y suave” * brinde tranquilidad y bienestar al corazón atormentado. Puede descender suavemente como la paloma en el bautismo de Jesús, llegando a nosotros en alas de gracia, tal vez en un período de intensa prueba, ayudándonos a ver que en verdad Dios es nuestro Padre y que aun ahora El nos está rodeando. O la voz de Dios puede golpear nuestro pensamiento como los rayos del cielo: “viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos” Hebr. 4:12., cuando se necesita urgentemente curación o dirección en una crisis.
Mas la Palabra divina no es una acción física ni un fenómeno material. Realmente ni se oye con el oído humano ni se ve con el ojo humano. Viene a la consciencia, comunicándose directamente con nuestro sentido espiritual intrínseco. La Palabra de Dios nos llega como conocimiento consciente de la inteligencia divina, que se manifiesta mediante intuiciones espirituales acerca de lo que es realmente bueno, verdadero y puro.
Y las intuiciones que proceden de la Verdad y el Amor, de Dios, son como una corriente que fluye infinitamente, como manantial de agua que nunca se agota. La Palabra de Dios representa la expresión todopoderosa, siempre presente, infinitamente sabia del Principio perfecto que gobierna lo real, incluso al hombre verdadero y al universo.
En el original griego de los autores del Nuevo Testamento, la Palabra de Dios es el Logos, que significa “la voluntad de Dios revelada” o Su “revelación directa”. El Logos es cualquier mensaje sagrado “enviado con la autoridad [divina] y llevado a cabo por Su poder”. Algunas veces el Logos se usa en la Biblia para representar “la totalidad de la expresión de Dios”, o la total dirección que tiene Dios del hombre, revelada conscientemente. Véase Vine’s Expository Dictionary of New Testament Words, págs. 229–230. El Logos puede también significar el poder creador de la Mente divina en acción.
Mary Baker Eddy declara acerca de este divino poder creativo en su libro Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: “El Espíritu, Dios, lo ha creado todo en Sí mismo y de Sí mismo. El Espíritu nunca creó a la materia. No hay nada en el Espíritu de lo cual se pudiera hacer materia, porque, como la Biblia declara, sin el Logos, el Eón o el Verbo de Dios, ‘nada de lo que ha sido hecho fue hecho’ ”.Ciencia y Salud, pág. 335.
El poder creativo, o inteligencia, del Espíritu divino crea sólo aquello que manifiesta su propia naturaleza perfecta. Y es por esto que la Palabra de Dios, que nos define a cada uno de nosotros como Sus amados hijos en quienes El tiene “complacencia”, Mateo 3:17. nos revela nuestra individualidad espiritual íntegra, nuestro ser perfecto, libre de toda limitación material, lleno de habilidad y gracia, siempre valioso y amado, que tiene un propósito sagrado que lleva una promesa y valía infinitas y constantes.
La Palabra de Dios también nos da luz, manifestando el resplandor del Cristo resucitado, que alivia las cargas pesadas y quita del corazón y la mente humanos las piedras del temor y la duda. El Logos divino penetra cualquier creencia oscura. No conoce ni permite oscuridad. Penetra cada nube y sombra en el pensamiento y nos despierta al amanecer de la libertad inmortal de la Verdad, liberándonos del yugo de la enfermedad y el pecado, del odio y el ego, del desaliento y la soledad — de todos los males y errores de la mortalidad.
Sin embargo, si algunas veces luchamos con el sentimiento de que Dios no se comunica con nosotros o que no podemos sentir Su presencia, puede ayudarnos a saber que una de las funciones vitales de la Palabra de Dios, es transformar tanto nuestro pensamiento como nuestra experiencia, es silenciar el error. El Logos divino no solo proclama elocuentemente la Verdad, sino que destruye el error, las sugestiones mortales del pecado, la enfermedad y la muerte. Cuando sufrimos por el pecado o la enfermedad, el error pretende tener voz y que lo escuchemos. El error sugiere que nos puede mentir y que le creeremos; supone que su falsa pretensión puede ser lo suficientemente fuerte e insistente como para que no seamos capaces de oír o aceptar la Verdad. Como escribe la Sra. Eddy: “El error está andando por la tierra, tratando de que se le oiga por encima de la Verdad, mas su voz desaparece gradualmente en la distancia”.Escritos Misceláneos, pág. 277. Y puesto que el error, o mal, no tiene ni inteligencia ni identidad, no puede, de hecho, haber tenido voz inteligible en realidad. No tiene mente ni voz.
En nuestras oraciones negamos que el mal — la enfermedad, el pecado y la muerte — tenga voz alguna. Comprendemos que son suposiciones sin mente, sin cara, sin forma, sin autoridad ni crédito. Entonces a medida que aceptamos la única voz de la Mente divina, oiremos la Palabra de Dios expresando la realidad, repudiando la mentira, ahuyentando la oscuridad, las dudas y el miedo. Y este mensaje de Verdad, que penetra todo, llena nuestra consciencia. El mensaje del Cristo nos transforma. Nos sana.
¿Cuáles son algunas de las cualidades de la consciencia receptiva, del pensamiento que no es engañado ni confundido por el error? ¿Cómo podremos prepararnos para escuchar claramente la Palabra de Dios, para reconocerla cuando viene y para entender su total significado en nuestra vida? Cristo en el Sermón del Monte brinda más que suficiente guía en este sentido. En este sermón descubrimos que el oyente receptivo de la Palabra de Dios necesita cultivar la mansedumbre, el hambre y sed de justicia, un espíritu misericordioso, un deseo de promover la paz, el amor incondicional y altruista, pureza de corazón, y la habilidad para comunicarse con Dios por medio de la oración consagrada. Como dice Jesús a sus seguidores: “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”. Mateo 6:6. Cuando oramos silenciosa, humilde y privadamente — expulsando firmemente de la consciencia los anhelos de deseos personales y las súplicas de los sentidos físicos — oiremos y conoceremos abiertamente la Palabra de Dios. El Logos divino no se oculta del deseo espiritual incorrupto de los humildes y puros de corazón.
En humildad, también vemos que la Palabra de Dios le está hablando a cada consciencia individual en este mismo momento. Recibir intuición espiritual no es el derecho exclusivo de una clase privilegiada; es un derecho otorgado por Dios a los que sinceramente buscan la Verdad. La Palabra divina habla en el lenguaje del Alma; no puede ser malinterpretada por la mentalidad espiritual. El mensaje de la Verdad, la Vida y el Amor es totalmente comprensible y tan claro como el sol de la mañana. La Sra. Eddy escribe: “La luz del sol destella desde la cúpula de la iglesia, penetra en la celda de la prisión, se desliza en el aposento del enfermo, ilumina la flor, embellece el paisaje, bendice la tierra”.Ciencia y Salud, pág. 516.
La luz de la Palabra sanadora y transformadora de Dios brillando “desde la cúpula de la iglesia” ilumina e inspira hoy el movimiento de la Ciencia Cristiana y a toda la humanidad. Puede liberarnos de cualquier celda de la prisión formada por uno mismo, por la voluntad humana o dudas o por el descontento y la influencia falsa de la mente mortal. Puede abrir las puertas del aposento de los enfermos y volvernos sanos e íntegros. La Palabra de Dios ilumina los jardines de flores de nuestros más anhelados deseos y esperanzas. Embellece el paisaje físico y mental en que vivimos actualmente. Purifica y santifica la tierra.
Y a medida que la Palabra de Dios resplandece en cada campo de nuestra experiencia, nos despierta al reino — el reino espiritual — que está dentro de nosotros, porque “en el principio” — eternamente — “era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. La Palabra de Dios sana. Nos transforma y nos cambia. Permitamos que Su Palabra nos hable, y así no creeremos en el error. Nos liberaremos del temor y del pecado. Permitamos que la Palabra divina resplandezca en nosotros y así no viviremos en la oscuridad. Toda nuestra consciencia, todo nuestro cuerpo, toda nuestra vida, se llenarán de la luz, la gracia y el amor de Dios.