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Cuando anhelamos sanarnos de la ira

Del número de octubre de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Las Naciones Unidas han designado a 1994 como el “Año Internacional de la Familia”. Esta sección del Heraldo tratará sobre los recursos espirituales que están al alcance de las familias. En Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, Mary Baker Eddy escribe: “Con un mismo Padre, o sea Dios, todos en la familia humana serían hermanos; y con una Mente única, y siendo ésa Dios, o el bien, la hermandad del hombre consistiría de Amor y Verdad y tendría unidad de Principio y poder espiritual, que constituyen la Ciencia divina” (pág. 469).

•Un padre se lamenta por la forma violenta en que reaccionó con su hijo.

•Una pareja se está esforzando por recomponer los restos de su matrimonio, después de otra acalorada pelea.

•Una mujer revuelve entre los escombros a que quedó reducido el único bien que poseía, después de la destrucción que una multitud, llena de ira, produjo en su negocio.

Escenas como éstas son muy comunes en un mundo que parece estar envuelto en ira. Y aunque según algunas teorías, la ira parezca inevitable, natural y hasta saludable, en el fondo del corazón humano, hay algo que anhela encontrar una vida y un hogar llenos de ternura, cuidados solícitos y paz. Y dentro de la mayoría de nosotros, existe el anhelo profundo de vivir en medio de una familia global donde la ira y la violencia, que ésta trae aparejada, no existan.

Puede que nos preocupemos profunda y hasta apasionadamente acerca de una situación específica. Que incluso, impulsados por una justa indignación, sintamos que debemos expresar nuestra inquietud al respecto. En toda la historia moderna, vemos que grupos de personas, debido a sus convicciones profundamente arraigadas, se han sentido obligados a presentar reclamos ante sus gobiernos, a fin de corregir injusticias. Este modo de proceder puede ser muy útil para la sociedad. Pero si la ira egocéntrica e impulsiva se ha ido abriendo camino en medio de nuestras relaciones más cercanas, no podemos ignorar que las consecuencias son destructivas — no constructivas — y es posible que sintamos un profundo anhelo de sanar.

Tal vez hemos ido percibiendo con mayor claridad que hemos herido de palabra a seres queridos. O quizás consideremos que es necesario eliminar el deseo de manipular a otros por medio de respuestas ásperas o mordaces. Un mero sentimiento de culpa nunca sana realmente la situación, en cambio el deseo sincero de corregir un mal hábito es el primer paso acertado en la dirección correcta. No obstante, prometer simplemente: “Nunca volveré a enojarme”, generalmente no es suficiente para impedirnos perder los estribos ante un momento de frustración. En situaciones así, se puede llegar a creer que uno no lo puede evitar. Pero si estamos buscando curación, hay algo que sí se puede y se debe hacer intervenir en la situación.

Ese “algo” es el Cristo, que constituye una poderosa fuerza correctiva en nuestra vida. El Cristo es la verdad de Dios que Jesús expresó con tanta perfección y que le permitió rechazar la tentación de sentirse abrumado por la furia con que era tratado. Podemos leer que hubo gente que se burlaba de él y le ponía epítetos despectivos. Su sentido del Cristo era tan profundo que le proporcionaba la fortaleza espiritual que precisaba para conservar la calma y mantener su confianza en el control que Dios ejercía sobre su vida. Por ejemplo, en Lucas leemos que los habitantes de Nazaret al ser reconvenidos por Jesús, “se llenaron de ira; y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarlo. Mas él pasó por en medio de ellos, y se fue”. Lucas 4:28–30.

Jesús no se mostraba pasivo ante la maldad. La Biblia nos dice que él amaba “la justicia, y [aborrecía] la maldad”. Hebr. 1:9. Y era bien conocido por su reproche tan vehemente. Pero su justa indignación emanaba de su amor a Dios y al hombre. Jamás le hizo daño a nadie. Eso difiere por completo de la justificación propia que proviene del amor propio y el odio y sólo busca lastimar a los demás. El Cristo actúa en nuestra consciencia para revelar nuestra verdadera naturaleza como linaje espiritual de Dios, la real emanación o imagen del Amor divino. Esta comprensión del ser verdadero del hombre nos da fuerza en la lucha para superar la debilidad humana a la ira.

El Cristo también nos hace conocer la totalidad de Dios como Mente omnipotente. La Sra. Eddy, la Descubridora y Fundadora de la Ciencia Cristiana, explica lo importante que es para nosotros comprender esta realidad científica para poder vencer el mal. En Ciencia y Salud, ella escribe: “Lo que extermina al error es la gran verdad que Dios, el bien, es la Mente única y que el supuesto contrario de la Mente infinita — llamado diablo o mal — no es Mente, no es Verdad, sino error, sin inteligencia ni realidad. No puede haber sino una sola Mente, porque no hay sino un solo Dios; y si los mortales no pretendieran otra Mente ni aceptaran otra, no se conocería pecado”.Ciencia y Salud, pág. 469.

Esta poderosa ley de la Mente divina y única disipa las teorías comunes respecto a las causas de la ira. Las teorías populares afirman que la ira es el resultado de reacciones químicas, tensión nerviosa, presión, depresión, odio y resentimiento. Cada una de esas pretensiones tiene sus raíces en la creencia en una mente separada de Dios y gobernada por la materia, una mente que puede ser limitada o malvada.

Cuando comprendemos que el universo de la Mente divina se encuentra en un estado de perpetua armonía y se mantiene en perfecto equilibrio, estamos en condiciones de entender que las pretensiones de desequilibrios emocionales y químicos son esencialmente falsas creencias. Estas creencias no pueden tener un control genuino sobre el hombre, que es la idea de la Mente. El hombre es espiritual, por lo tanto manifiesta la “química” perfectamente equilibrada del Espíritu. Como la expresión del ser armonioso de Dios, la existencia del hombre debe transcurrir en un estado de equilibrio invariable. Nada puede hacerle perder el equilibrio.

El entendimiento claro acerca de Dios como la única Mente infinita es también un antídoto para la sensación de presión o de depresión profunda que a menudo es la base de la ira. Una sensación de presión es el resultado de la creencia en la limitación — tiempo, provisión, habilidad, apoyo limitados — algo limitado. Por lo tanto, la presión, junto con la ansiedad y la tensión que la acompañan, se destruye por medio de la comprensión de que Dios es la Mente infinita e ilimitada. Y no hay lugar para el temor o el estrés en la Mente que sólo conoce el bien. Del mismo modo, la percepción de que Dios es Amor y que el hombre es el hijo del Amor, tiernamente protegido, nos libera de la depresión. El hombre refleja los impulsos del Amor y no los impulsos cargados de electricidad de la materia. Su verdadera forma de ser es apacible, sin tendencia a reaccionar, ni está consumido por nervios incontrolables o genes.

En la medida en que vamos entendiendo mejor nuestra identidad espiritual, vemos con mayor claridad la falsedad de las teorías que presentan a la ira como algo normal y saludable, o que promueven el síndrome del “no lo puedo superar”. Mediante el entendimiento espiritual ¡lo podemos evitar! La ira, al igual que cualquier otra forma de mal, es un estado hipnótico del pensamiento cuya irrealidad se puede probar, esforzándonos por adquirir mayor espiritualidad. La curación se produce cuando la mente y el ego humanos ceden a través del entendimiento espiritual al control omnipotente de Dios, el Amor inteligente.

Un Científico Cristiano a quien conozco fue entrevistado por un periodista imparcial. Estaban hablando sobre un tema bastante delicado, y mi amigo sintió que era necesario comportarse con firmeza y establecer una comunicación sin rodeos. El periodista se fue volviendo cada vez más antagónico, pero mi amigo se mantuvo calmado y firme, apoyándose en su entendimiento espiritual del control de Dios para mantener su equilibrio y su serenidad. En un momento dado el periodista se inclinó sobre su escritorio y, descargando un puñetazo, exclamó: “¡Lo están persiguiendo! ¿Por qué no siente ira?” Después de una pausa, mi amigo respondió con suavidad: “La ira está destinada a ser sanada”.

Frente a un momento difícil, podemos abrirnos camino en medio de la ira sintiendo calma espiritual. Y si no tenemos éxito de inmediato en demostrar el equilibrio del hombre, si oramos con perseverancia, podemos ser sanados de dificultades emocionales o físicas asociadas con nuestros sentimientos de ira.

En una ocasión, me encontraba luchando contra una tos crónica. Yo sabía que, tal como había sucedido en otras oportunidades en que acudí a Dios y Sus leyes para sanar otras dificultades, esta situación también podía ser sanada por medio de un enfoque espiritual. Pero la tos continuaba. Una tarde, mi esposo me dijo: “Esa tos suena llena de ira”.

Esa noche, mientras yo oraba, comencé a sentir de un modo muy evidente, el tierno amor de Dios como Madre. Vi que el amor de Dios trae consigo una paz permanente, y que ese amor podía sanar un profundo resentimiento que yo había estado albergando. Pensé en una estrofa de uno de los poemas de la Sra. Eddy que dice:

A Cristo veo caminar,
venir a mí
por sobre el torvo y fiero mar;
su voz oí.Escritos Misceláneos, pág. 397.

Era el Cristo proclamando el tierno amor y el solícito cuidado que Dios me dispensaba. En el Amor divino, todo el bien estaba a mi alcance y al alcance de cada uno de Sus hijos. Esa dulce certeza me trajo un cálido bienestar, en lugar de los pensamientos ásperos y fríos que antes sentía.

El hombre no es un mortal irritado y lleno de agitación, sino la idea de Dios, y está siempre tranquilo. Está en paz con las ideas de Dios, quien lo acompaña y encauza perfectamente sus asuntos. Está en paz con su individualidad espiritual, como una expresión del Alma. Esta era la verdad acerca de mí. Oré para percibir que en mi consciencia no podían reinar esos pensamientos viejos y antagónicos. Al ceder a la verdad de mi verdadero ser, me invadió un bienestar y una calma que no sentía desde hacía muchísimos días. A la mañana siguiente, tanto el enojo como la tos habían desaparecido.

No necesitamos caer en las trampas de las creencias populares y las tendencias mentales. Si los medios de comunicación nos dicen que somos un pueblo lleno de ira debido a los sucesos políticos y económicos, no tenemos que aceptar esa imposición de la ira. A través de la oración, debemos adoptar una actitud activa de apoyo a nuestra sociedad, pero sin perder la calma. Podemos estar alertas para no ser engañados por imágenes continuas de violencia y de ira, que tan a menudo se proyectan en nuestros hogares por medio de la televisión. Podemos incluso decidir no dejarnos "entretener" con imágenes violentas. Cuando logramos estar seguros de nuestra identidad espiritual, eternamente gobernada por el Amor, podemos, paso a paso, mantener el control, devolver bendición por maldición, y sanar el hipnotismo de la ira.

¡Pensemos en la esperanza y la promesa! Una vida llena de armonía. Un hogar pleno de felicidad. Vidas individuales que contribuyen a la paz internacional.

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