De Niño Concurri a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana, pero recién cuando fui adulto realmente valoré lo que había aprendido, o aprecié a los que se habían esforzado por enseñarme.
Cuando estaba en el tercer y penúltimo año de ingeniería, la joven con quien estaba comprometido decidió repentinamente terminar nuestra relación. Si bien continué concurriendo a las clases, me sentía muy apesadumbrado como para estudiar. Mis notas, que nunca habían sido sobresalientes, se vinieron abajo, y parecía que también iba a fracasar en mi carrera de ingeniería. En esos meses, el estudio de la Biblia y de Ciencia y Salud me traía algo de consuelo, pero durante meses estuve sumergido en un estado de tristeza y de conmiseración propia.
Tres semanas antes de los exámenes finales llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana para que me ayudara. (Desde hacía tiempo sentía mucho respeto por esta señora tan amable y perspicaz, que había sido una de mis maestras de la Escuela Dominical.) Le expliqué el problema emocional por el que pasaba y el temor que tenía de fracasar en la universidad. Me aseguró del amor y cuidado que Dios tiene por mí, y destacó el hecho espiritual de que Dios me hizo completo e íntegro, que no necesitaba de otra persona para poder ser completo. La oración y las palabras inspiradas de la practicista me trajeron alegría, y al cabo de tres días estuve completamente libre de la depresión.
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