Skip to main content Skip to search Skip to header Skip to footer

Cuidemos a nuestra familia con la ayuda del Cristo

Del número de noviembre de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Las Estadisticas Y los valores sociales abundan en datos en contra del padre o madre de familia solo. A menudo, aun en un hogar constituido por ambos padres, el cuidado de la familia recae a veces con más peso sobre los hombros de uno solo de ellos. Ahora bien, acaso sólo por el hecho de que aparentemente nos regimos por una definición estereotipada, ¿es necesario someternos a las frustraciones o al desamparo que la acompañan? ¡No! La solución adecuada es recurrir a Dios.

La Biblia está llena de relatos de personas con problemas familiares que necesitaban soluciones espirituales. En 2 Reyes, leemos acerca de una sunamita cuyo hijo se enferma mientras se encuentra en el campo con los segadores, y muere. 2 Reyes 4:8–37. La mujer entra en acción sin pedir ayuda alguna. Le dice a su marido que va a visitar a Eliseo, el varón de Dios. Ella conoce bien la santidad de Eliseo; le había preparado un aposento para huéspedes para que él lo utilizara cada vez que estuviese de paso por la ciudad, y Eliseo le había profetizado que ella tendría ese hijo. La sunamita no pierde tiempo en discutir con su esposo ni en culparlo por haber permitido que el niño permaneciera bajo un sol tan fuerte. Ella está resuelta a no aceptar el cuadro de muerte. Antes bien, ensilla una asna, se aparta de la triste evidencia física, y acompañada de un siervo, parte en busca de la ayuda de Eliseo, el sanador espiritual. Para ella, darse por vencida no es una opción.

Cuando se aproxima a Eliseo, el profeta envía a su siervo para preguntarle cómo se encuentra su familia. Ella le responde: “Bien”. Parece conocer que hay un poder superior al que ella puede recurrir. Aunque sus emociones se apoderan de ella al llegar junto a Eliseo, su receptividad y su firmeza al volverse en busca de la ayuda divina abren el camino para la curación. Ella le dice a Eliseo: “Vive Jehová, y vive tu alma, que no te dejaré”. Eliseo la sigue hasta su casa, y por medio de una profunda oración, vuelve a su hijo a la vida.

Eliseo hoy no está presente, pero el poder del Cristo que él utilizó sí lo está. Es el mismo poder sanador que demostró Cristo Jesús, el Mostrador del Camino. En Ciencia y Salud la Sra. Eddy define al Cristo como: “La divina manifestación de Dios, la cual viene a la carne para destruir al error encarnado”.Ciencia y Salud, pág. 583. El Cristo nos hace comprender nuestra integridad otorgada por Dios. Nos ayuda a discernir que nuestra verdadera identidad es espiritual y buena; no es carnal y sujeta al mal. El Cristo está presente para mostrarnos cómo corregir los conceptos erróneos acerca del hombre que resultan en experiencias humanas discordantes.

Pero ¿qué occurre si dudamos de nuestra aptitud espiritual, y nuestro pensamiento parece estar lejos de expresar al Cristo? Debido a nuestra relación con Dios como Su expresión misma, estamos siempre en el punto donde el progreso espiritual es posible. En cualquier momento, podemos tomar la decisión de dirigirnos a la Mente divina, Dios, para pedirle que nos permita saber qué es necesario sanar en la consciencia individual. Nosotros no hurgamos en el pensamiento ni clasificamos cada pensamiento para descubrir los pensamientos imperfectos. En lugar de eso, permitimos que, mediante la oración, el Cristo nos revele lo que necesitamos saber y nos encamine en la dirección correcta. Podemos afirmar nuestro derecho a experimentar la bondad de Dios porque, de acuerdo con el primer capítulo del Génesis, el hombre es la semejanza de Dios, el bien. Esto significa abrir nuestro pensamiento a la respuesta que Dios brinda a nuestras necesidades, tal como lo hizo la sunamita.

Mis hijos tenían dos y cuatro años cuando de pronto mi matrimonio se disolvió, y mi familia pasó a depender solamente de mí. Como tantos hombres y mujeres lo hacen a diario, decidí comenzar de nuevo. De modo que me mudé a otro estado. Allí, mi trabajo como camarera no me proporcionaba los ingresos suficientes para mantener a mis hijos pequeños. Llamé por teléfono a su padre y le expliqué la situación. Su respuesta no mostró ninguna consideración.

El temor, el enojo y la amargura se apoderaron de mi pensamiento. Pero entonces, como la mujer sunamita, me puse en acción. Oré para percibir el cuidado que Dios dispensaba a estos niños, y también a mí, Su amada hija. Estudié la Biblia y también Ciencia y Salud, donde encontré el siguiente pensamiento que atrajo mi atención: “La consagración al bien no disminuye la necesidad de que el hombre dependa de Dios, sino que la acrecienta”.Ibid., pág. 262.

En esa época, no encontraba nada bueno en mi vida. De modo que mientras los niños dormían la siesta, yo me volvía al Cristo en oración. Y la respuesta llegó. Era necesario destruir el pasado. Yo lo había estado cargando de ciudad en ciudad. Ya era tiempo de confiar y depender de mi Padre-Madre Dios y no de una persona para hacer frente a mis necesidades diarias y a la provisión para mis pequeños. Ya era tiempo de vivir en la alegría del presente y reconocer que mi bien era espiritual, otorgado por Dios, y no subordinado a las circunstancias. Me desprendí de los sentimientos de odio y de la justificación propia. Al abandonar estos pensamientos carnales, quedé libre para empezar a vivir las palabras con que comienza el libro Ciencia y Salud: “Para los que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones”.Ibid., pág. vii.

Mi gratitud fue en aumento y el temor fue desapareciendo; entonces percibí con claridad que no debía pedir ninguna ayuda financiera a mi ex esposo. Le dejé la solución a Dios, el único creador y Padre esencial.

Al día siguiente, llamó mi ex esposo para decirme que mientras se ejercitaba corriendo, le había venido la idea de aumentar al doble la asignación que pagaba por ley. Esto me sorprendió bastante, porque él era un hombre que, mientras estuvimos casados, me había dicho que dudaba de la existencia de Dios. Pero ese modo de pensar obviamente no le importaba a Dios. De hecho, Le era desconocido. El amor que Dios tiene por Sus hijos es incondicional, y El estaba guiando a mi ex esposo tal como estaba guiándome a mí. No sólo se duplicó el monto de la cuota por alimentos para los niños, sino que en pocas semanas conseguí un empleo de tiempo completo en el cual pude ejercer mi profesión. Ambas fuentes de ingresos se han mantenido constantes durante los últimos quince años.

Ya sea que dos padres o uno estén luchando para mantener a la familia, es posible vencer el mal con el bien. La espiritualización de nuestro pensamiento alimenta nuestro valor. Nuestro humilde estudio de la Biblia y del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud, nos eleva diariamente. Nuestra obediencia en seguir hoy al Cristo quita los castigos de los errores de ayer, y hace que seamos buenos modelos para nuestros hijos. Esa obediencia permite que emerja el plan perfecto de Dios, destruyendo el ciclo de disputas emocionales, amenazas físicas y penurias económicas.

Crezcan en gracia. Recurran de todo corazón al poder del Cristo. A la larga, estos pasos espirituales, y no la ayuda humana, son la clave para dirigir con éxito la vida de su familia.

Para explorar más contenido similar a este, lo invitamos a registrarse para recibir notificaciones semanales del Heraldo. Recibirá artículos, grabaciones de audio y anuncios directamente por WhatsApp o correo electrónico. 

Registrarse

Más en este número / noviembre de 1994

La misión del Heraldo

 “... para proclamar la actividad y disponibilidad universales de la Verdad...”

                                                                                                          Mary Baker Eddy

Saber más acerca del Heraldo y su misión.