Hacia Seis Años que me había casado cuando tuve mi primera curación en la Ciencia Cristiana. Para ir a trabajar tomaba el tren rápido en un andén elevado. Una mañana en la que se me hizo un poco tarde, oí la señal de partida de mi tren y para alcanzarlo subí dos tramos de escalera bastante empinada. Cuando me senté en el tren estaba respirando con gran agitación y sentía dolores en el pecho. El temor era tan opresivo que pensé que estaba sufriendo un ataque al corazón. Comencé a afirmar “la declaración científica del ser” de la pág. 468 de Ciencia y Salud, aferrándome a su mensaje a lo largo del día.
Al llegar a casa, tuve bastante dificultad para subir las escaleras hasta nuestro apartamento en el tercer piso. Mi esposa llamó a un practicista de la Ciencia Cristiana quien dijo que inmediatamente oraría por mí y me dio varias citas de la Biblia y de Ciencia y Salud para estudiar. Durante todo el fin de semana estudié y oré, basándome particularmente en un versículo de los Salmos: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (46:1); también el pasaje del libro de texto: “Corregid la creencia material con la compresión espiritual, y el Espíritu os formará de nuevo. Jamás volveréis a tener otro temor que no sea el de ofender a Dios, y jamás creeréis que el corazón o cualquier otra parte del cuerpo os pueda destruir” (pág. 425). A pesar de que durante el fin de semana no me sentía bien, el practicista y yo persistimos en la oración. El domingo por la tarde pude cumplir con mi compromiso como ujier en la iglesia, y varios días después volví al trabajo. La curación fue completa y permanente.
Varios años después de haber tomado instrucción en clase de la Ciencia Cristiana, tuve otra curación. Una noche, poco después de volver de una reunión en la iglesia, me fui a dormir, pero desperté a medianoche con un intenso dolor abdominal. Nunca antes había sentido algo semejante. Mientras iba al baño, afirmaba la declaración: “No existe poder aparte de Dios” (véase Ciencia y Salud, pág. 228). Le pedí a mi esposa que telefoneara a mi maestro de la Ciencia Cristiana para que orara por mí. Sin embargo, continuaba el dolor, y tuve que acostarme en posición fetal. Después de la llamada, mi esposa trató de ayudarme cantando himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana.