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Hacia Seis Años que me...

Del número de noviembre de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hacia Seis Años que me había casado cuando tuve mi primera curación en la Ciencia Cristiana. Para ir a trabajar tomaba el tren rápido en un andén elevado. Una mañana en la que se me hizo un poco tarde, oí la señal de partida de mi tren y para alcanzarlo subí dos tramos de escalera bastante empinada. Cuando me senté en el tren estaba respirando con gran agitación y sentía dolores en el pecho. El temor era tan opresivo que pensé que estaba sufriendo un ataque al corazón. Comencé a afirmar “la declaración científica del ser” de la pág. 468 de Ciencia y Salud, aferrándome a su mensaje a lo largo del día.

Al llegar a casa, tuve bastante dificultad para subir las escaleras hasta nuestro apartamento en el tercer piso. Mi esposa llamó a un practicista de la Ciencia Cristiana quien dijo que inmediatamente oraría por mí y me dio varias citas de la Biblia y de Ciencia y Salud para estudiar. Durante todo el fin de semana estudié y oré, basándome particularmente en un versículo de los Salmos: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones” (46:1); también el pasaje del libro de texto: “Corregid la creencia material con la compresión espiritual, y el Espíritu os formará de nuevo. Jamás volveréis a tener otro temor que no sea el de ofender a Dios, y jamás creeréis que el corazón o cualquier otra parte del cuerpo os pueda destruir” (pág. 425). A pesar de que durante el fin de semana no me sentía bien, el practicista y yo persistimos en la oración. El domingo por la tarde pude cumplir con mi compromiso como ujier en la iglesia, y varios días después volví al trabajo. La curación fue completa y permanente.

Varios años después de haber tomado instrucción en clase de la Ciencia Cristiana, tuve otra curación. Una noche, poco después de volver de una reunión en la iglesia, me fui a dormir, pero desperté a medianoche con un intenso dolor abdominal. Nunca antes había sentido algo semejante. Mientras iba al baño, afirmaba la declaración: “No existe poder aparte de Dios” (véase Ciencia y Salud, pág. 228). Le pedí a mi esposa que telefoneara a mi maestro de la Ciencia Cristiana para que orara por mí. Sin embargo, continuaba el dolor, y tuve que acostarme en posición fetal. Después de la llamada, mi esposa trató de ayudarme cantando himnos del Himnario de la Ciencia Cristiana.

Como el dolor no disminuía, mi esposa llamó nuevamente a mi maestro, quien solicitó que me acercara al teléfono, para hablar conmigo directamente. Aunque el teléfono estaba cerca, tuve que usar todas mis fuerzas para llegar a él. El maestro me recordó las verdades espirituales que yo había aprendido durante la instrucción en clase y me aseguró que estaban a mi alcance allí presentes en ese mismo momento. También afirmó que yo era la imagen perfecta de Dios, como está indicado en nuestro libro de texto: “Dios es el creador del hombre, y permaneciendo perfecto el Principio divino del hombre, la idea divina o reflejo, el hombre, permanece perfecto” (pág. 470). me pidió que me aferrara a “la declaración científica del ser” y me dijo que seguiría orando por mí. Al principio la intensidad del dolor no disminuía. Pero finalmente me dormí a las 5:30 de la mañana, y desperté una hora más tarde completamente sano. Al día siguiente fui a trabajar. Este problema nunca más volvió a repetirse.

Una curación más reciente ocurrió hace unos años durante el invierno. Tenía un fuerte resfriado y estaba orando mucho estudiando específicamente este pasaje del libro de texto: “La atmósfera de la tierra, más benigna que la atmósfera de la mente mortal, le deja a ésta el catarro. Los resfriados, la tos y el contagio son engendrados únicamente por las teorías humanas” (pág. 220) [el catarro es una forma de congestión].

A medida que continuaba con mi oración, los síntomas desaparecieron, y pensé que estaba sano entonces. Pero comencé a tener severos dolores de cabeza que me obligaban a recostarme por cuatro o cinco horas. Estos dolores siempre ocurrían a la misma hora cada mañana. Pensé en la siguiente definición del Glosario de Ciencia y Salud: “Tiempo. Medidas mortales; límites en que están comprendidos todos los actos, pensamientos, creencias, opiniones y conocimientos humanos; materia; error; lo que empieza antes y continúa después de lo que se denomina muerte, hasta que desaparezca lo mortal y aparezca la perfección espiritual” (pág. 595). Por lo tanto, razoné que si el tiempo es una medida mortal, y es error, entonces no puede tener influencia sobre el hombre de Dios, quien es inmortal. Además fueron muy útiles los pensamientos de este pasaje: “Mientras se suponga que la Mente tiene límites y que esos límites son humanos, los fantasmas seguirán apareciendo. La Mente es ilimitada. Jamás fue material” (Ibid., pág. 353). Por lo tanto, este “fantasma de las 11 de la mañana” tenía que ser destruido al comprender que es nada frente a la totalidad de Dios.

Al continuar mi estudio del Glosario, encontré una declaración muy poderosa incluida en la descripción de la palabra año: “Un momento de consciencia divina, o de la comprensión espiritual de la Vida y el Amor, es un goce anticipado de eternidad” (Ibid., pág. 598). Yo había experimentado “un momento de consciencia divina” algunos años antes, mientras oraba sinceramente. Mi entendimiento fue iluminado por una luz resplandeciente. Debido a la claridad de la comprensión espiritual que tuve en ese momento, sentí una convicción del poder divino como nunca antes había conocido. Utilizando esta cita, oré para saber que el problema del dolor de cabeza podría ser sanado si obtenía más de “la comprensión espiritual de la Vida y el Amor”. Los ataques comenzaron a ocurrir con menos frecuencia, y con la ayuda de las oraciones de un practicista, tuve una curación completa y permanente.

Sé que nunca podré estar lo suficientemente agradecido a la Ciencia Cristiana. Puesto que ha sido mi manera de vivir durante tantos años, siento que tengo una deuda de gratitud por esta Ciencia divina. Por ella continuaré trabajando con todo mi amor.


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