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Dejemos que Dios sea nuestra guía en el mundo

Del número de noviembre de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Un Sabado Por la mañana, cuando estaba dando una caminata por la zona boscosa donde vivo, me di cuenta de que el hombre que manejaba una camioneta andaba extraviado. Al pasar junto a mí por segunda vez, se detuvo y me preguntó dónde quedaba el callejón “Esperanza”. Yo sabía exactamente dónde estaba y le dije exactamente cómo ir. El alivio en su cara fue más elocuente que las palabras que me dijo: “Señora, usted me ha ahorrado mucho y molestias. Le estoy muy agradecido”.

No es nada agradable estar perdido, ni siquiera momentáneamente. Sin embargo, la gente se siente perdida con frecuencia en este mundo. ¿Hay acaso una guía confiable que nos pueda mostrar el camino, una guía en cuya presencia y dirección inequívoca podamos confiar a medida que vamos por el mundo?

Sí, Dios, la Mente divina que lo sabe todo, siempre está presente para guiarnos, y Su dirección es perfecta. “En cuanto a Dios, perfecto es su camino”, leemos en la Biblia. “Y acrisolada la palabra de Jehová; escudo es a todos los que en él esperan”. Salmo 18:30.

La dirección de Dios está siempre a nuestro alcance para mantenernos en Su perfecto camino. Todo lo que necesitamos es recurrir a El en oración con el deseo de recibir y obedecer Sus ideas. Las ideas de la Mente inmortal nos libran del error: del error de creer que somos mortales, que andamos extraviados en un mundo fortuito, separados de nuestro creador, y estas ideas nos llevan a la comprensión de que verdaderamente somos el linaje espiritual de Dios, gobernados sabiamente por El, de acuerdo con la ley divina. Y cuando nuestro pensamiento es corregido por Dios de esta manera, empezamos a recibir nuestra orientación y a discernir el camino correcto a seguir. Vemos manifestada en nuestra vida la armonía, el amor, la seguridad y la salud que creíamos haber perdido. Hallamos soluciones a problemas pequeños y grandes.

Cristo Jesús es nuestro modelo y ejemplo perfectos del bien que se obtiene como resultado de buscar y obedecer la guía de Dios. Su firme fidelidad a las ideas espirituales que la Mente revela al hombre, no sólo dirigió la experiencia de Jesús, sino que también lo capacitó para mostrar a otros cómo llegar a percibir a Dios, el bien. Si la gente se sentía perdida en pecado o atrapada por la enfermedad, la obra sanadora de Jesús cambiaba la dirección equivocada de sus pensamientos, y en consecuencia, los liberaba para que llevaran una vida que produjera mayor bien.

Siguiendo el ejemplo de Jesús, Mary Baker Eddy subordinó su voluntad a la de Dios en las minucias de la vida diaria. Comprendió que la benevolente e inequívoca naturaleza de Dios era el Principio divino, el Amor. Puso en claro en sus escritos la importancia de someterse a la Mente única en todas las cosas. En Ciencia y Salud escribió: “No teniendo otros dioses, no recurriendo a ninguna otra sino a la única Mente perfecta para que le guíe, el hombre es la semejanza de Dios, puro y eterno, y tiene esa Mente que estaba también en Cristo”.Ciencia y Salud, pág. 467.

¿Acaso no quisiéramos todos que Dios nos guiara para llevar una vida diaria productiva y nunca sentirnos perdidos o sin una dirección segura? Vale la pena, cualquiera que sea la autodisciplina que necesitemos para no tener “otros dioses” y no recurrir “a ninguna otra sino a la única Mente perfecta para que [nos] guíe”.

La razón por la cual necesitamos la guía de Dios en este mundo es que realmente no podemos lograr nada bueno sin la ayuda de Dios. Y necesitamos Su pureza para mantenernos en el curso correcto: pureza que también caracteriza a nuestra verdadera naturaleza por ser Su semejanza. La Mente divina es pura, porque no hay nada fuera de su propia bondad que pueda afectarla ni contaminarla. Dios es Espíritu infinito. La impureza que angustia al mundo no viene de Dios ni El la permite tampoco. Es la manifestación de la falsa creencia de que hay mente en la materia. De acuerdo con esta creencia, cada uno tiene una mente separada que puede ser influida por el bien y el mal. Mientras creamos en ese error, podemos ser descarriados fácilmente y quedar perplejos por el mundo que nos rodea. Pero cuando recurrimos a Dios para comprender verdaderamente a la Mente y a la creación en cualquier situación dada, nos liberamos de mucha confusión e inquietud. Nuestro verdadero camino en la vida, como reflejo de la Mente, Dios, es más claro.

La pregunta es: ¿Queremos usted y yo una mente formada por el mundo? ¿O queremos vivir en un mundo formado por la Mente divina? Depende de nosotros. Podemos ser malguiados por falsas creencias y ver que las angustias del mundo aumentan y se imponen sobre nosotros. O podemos ser guiados por la Mente única y ver disminuir nuestras angustias y también las del mundo. Una vez que vislumbremos que es importante en nuestra vida dejar que nuestros pensamientos sean guiados por la Verdad divina, en lugar de dejar que el error mortal los descarríe, aceptamos con agrado la disciplina de la oración, la cual es esencial para comprender la dirección de Dios.

Es un gran alivio saber que algo más grande que nosotros o el mundo está aquí para guiar nuestros pensamientos, un “escudo”, o defensa, contra cualquier error o creencia engañosa. Cualquier cosa que ocurra a nuestro alrededor — en el hogar, en las noticias, en el trabajo, en el gentío — nuestro pensamiento no puede ser apartado de lo que es eternamente verdadero en cuanto al hombre como imagen y semejanza de Dios cuando tenemos la Mente de Cristo, reconocemos las ideas que la Mente imparte y prestamos atención a la guía divina.

Como resultado tendremos mayor certidumbre acerca del rumbo que nuestra vida está tomando y se manifestará una actividad más productiva para nosotros y para quienes andan con nosotros en este mundo. Esto se debe a que el camino de Dios es perfecto. Podemos confiar en él.

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