Mi Amiga Se reía mientras describía el fracaso de su sopa. La comida favorita de su familia era la sopa de quingombó, una sopa espesa y picante que incluye mariscos, verduras y arroz. Había estado preparándola todo el día, agregándole los condimentos apropiados y disfrutando de una atmósfera apetitosa mientras hervía a fuego lento en la cocina. Pero poco antes de la hora de comer, su esposo, antes de tiempo y en un deseo impulsivo de colaborar, agregó una lata de sardinas a la sopa. Desafortunadamente, desde ese momento toda la olla de sopa tuvo gusto a sardinas. Para su gusto, la sopa estaba incomible, y cenaron huevos revueltos.
Me reí con ella. Pero al mismo tiempo recordé una curación espiritual que casi había sido frustrada por un ingrediente indeseable. Creía que había sanado rápida y completamente de una enfermedad por medio de la oración en la Ciencia Cristiana. Pero persistía un espasmo abdominal ocasional, que resultaba muy molesto. Durante esta época salí a caminar; me sentía gozosa por la belleza de la zona, y sentía una inmensa gratitud por la mejoría, cuando repentinamente un dolor agudo me recordó nuevamente que la curación no era completa.
Durante unos momentos me quedé quieta, escuchando y orando para recibir inspiración. Calladamente vino a mi pensamiento la palabra malapráctica. Instantáneamente el dolor se desvaneció, y nunca regresó. ¿Qué había ocurrido? Gran parte de la curación ya había sido efectuada afirmando en oración la perfección de Dios y de Su imagen, el hombre. Luego, como las sardinas en la sopa, había tenido un pensamiento ajeno a la curación espiritual. Esto amenazaba con impedir que se completara la curación. En ese momento no pensé que estaba tratando con la malapráctica en el sentido de una maldad específica dirigida hacia mí. Más bien era la resistencia impersonal del materialismo a la práctica de la curación espiritual y a la demostración de la perfección que Dios le dio al hombre. Era un ataque a la eficacia y la precisión de la oración.
A través de la experiencia de apóstoles y profetas encontramos que las demostraciones del poder sanador de Dios van más allá de mejorar alguna situación discordante para completar la curación. La integridad espiritual del hombre, demostrada en las curaciones bíblicas, provee un esquema que permite establecer cuáles son los pasos que debemos dar para progresar espiritualmente. Cristo Jesús demostró específicamente, que la curación cristiana es completa y definitiva. En nuestro intento por seguir su ejemplo, cada señal de progreso es bien recibida. Pero su criterio para demostrar la inviolabilidad o integridad espiritual del hombre no ha disminuido. En sus enseñanzas a sus discípulos de todos los tiempos, el mandato no fue ser casi completos. El dijo: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto”. Mateo 5:48. Se desprende claramente de sus enseñanzas y de su ejemplo que él no enfatizaba la perfección material, sino la unidad del hombre con Dios, la Mente divina; su perfección espiritual como la semejanza de Dios, la cual es fundamental para la curación de la enfermedad y del pecado por medio de la oración.
La Ciencia Cristiana enseña que nuestra práctica sanadora del cristianismo debe estar de acuerdo con la pureza del amor que Cristo Jesús ejemplificó. A medida que manifestamos en nuestra vida las cualidades derivadas de Dios que el Maestro vivió tan completamente — amor, bondad, generosidad, humildad y fidelidad a Dios — mejoramos nuestra habilidad para sanar eficazmente.
Esta práctica va más allá del progreso individual hacia el continuo reconocimiento y demostración de la perfección del hombre como el linaje de Dios. Jesús no sólo se refería a sí mismo como el Hijo de Dios, sino que enseñó a sus seguidores a reconocer en ellos mismos nada menos que el linaje perfecto, y a adecuar sus vidas a ese ideal. Para él, reconocer a Dios como Padre necesariamente incluía la afirmación del hombre como hijo, como la expresión de Dios, el Espíritu, inseparable de su origen. El humilde reconocimiento de la unidad de Dios y el hombre es la base de la práctica de la curación cristianamente científica.
Por otra parte, la malapráctica es una negación de la totalidad de Dios y de la unidad del Padre perfecto y de su expresión perfecta. La Ciencia Cristiana emplea el término magnetismo animal para describir la creencia errónea de que existe una mente aparte de Dios, de que hay otro poder además de la Verdad, el cual lucha en contra de la bondad y la perfección absolutas de Dios y del hombre. La malapráctica mental, promoviendo su negación de la Verdad, ya sea activa o pasivamente, es una fase del magnetismo animal. La malapráctica se resiste a la curación espiritual, y nos lleva a aceptar la evidencia material como criterio para determinar la condición de la humanidad, y así niega la revelación bíblica de que el hombre es la semejanza del Espíritu, Dios. Como resultado de esto, las imperfecciones de la materia, entre ellas el pecado, la enfermedad y la muerte, son consideradas normales e inevitables.
Mientras la práctica de la Ciencia Cristiana establece persistentemente en la consciencia la unidad de Dios y del hombre, la malapráctica hace exactamente lo contrario. Negándose a discernir al hombre como la imagen perfecta del único Dios perfecto, promueve agresivamente el punto de vista material e imperfecto de la humanidad como correcto, e incluso como establecido por Dios. Pretende separar a Dios y al hombre al aceptar a Dios como Espíritu y como el bien, pero a Su semejanza, el hombre, como material y pecaminoso. Tal inconsistencia es lo opuesto de la Ciencia Cristiana. La malapráctica aparece sutilmente como un pensamiento de nosotros mismos, pero en realidad es completamente ajena al pensamiento cristiano. Ya sea que se la practique por ignorancia o intencionalmente, aleja al pensamiento de la iluminación espiritual y nos envuelve en actitudes mentales tan poco cristianas como el temor, la duda o el odio, en una oposición general a la verdad de Dios y del hombre.
La malapráctica mental no forma parte de la Mente divina y, por lo tanto, no puede ser una actividad de la semejanza de Dios, el hombre. Es una fase de la mente carnal, la cual Pablo declaró que era “enemistad contra Dios”. Rom. 8:7. Este antagonismo no debería ser tomado a la ligera, pero la Ciencia Cristiana ha revelado que la mente carnal no es más que una mentira: es irreal e impotente. Incurrir en la malapráctica, en cualquiera de sus formas, es permitir que una mentira adultere nuestra devoción a Dios. Pero porque es una mentira, no es necesario temerla, puesto que una mentira nunca puede llegar a ser verdadera ni tampoco puede tomar el lugar de la Verdad. La malapráctica no tiene ningún poder para producir daño, y podemos demostrar esto por medio de nuestra oración vigilante. Frecuentemente el mero reconocimiento, a través de la oración humilde e inspirada, de que aquello con lo que estamos tratando no es nada más que malapráctica, la expulsa inmediatamente, al igual que la luz desvanece instantáneamente la oscuridad. Sin embargo, frecuentemente son necesarios la vigilancia y un cuidadoso autoexamen para iluminar y purificar el pensamiento, eliminando aquello que pudiera oponerse a la actividad sanadora del Cristo.
Jesús aconsejó a sus seguidores que permanecieran vigilantes. Nutriendo constantemente nuestra consciencia sólo con lo que la Verdad y el Amor revelan, nos mantenemos alerta y conscientes de lo que estamos aceptando como verdadero en nuestro pensamiento. Este es el método afirmativo a través del cual nos mantenemos fieles a la práctica sanadora del cristianismo. La oración a través de la cual recurrimos tenaz y humildemente a la luz de la Verdad, reconoce a Dios como la única Mente capaz de impartir algo al hombre. Tal oración nos hace receptivos a las ideas que Dios está proveyendo permanentemente. Percibimos que estas ideas son completamente buenas y poderosas, están al alcance de la mano, y protegen y nutren nuestro anhelo de pensar y vivir espiritualmente. La verdadera oración, con su consciente obediencia a la Mente, es un santuario seguro en el cual no podemos ser culpables de practicar la malapráctica en contra de nosotros mismos, ni podemos sufrir por los errores o las intenciones equivocadas de otros. Nuestro amor hacia Dios y el hombre armoniza nuestra experiencia y nos brinda la certeza de que el hombre refleja el dominio que Dios le dio, el cual nos capacita para distinguir los pensamientos correctos de aquellos que no lo son, y a rechazar aquellos que no son dignos del Cristo.
La práctica mental de la Ciencia Cristiana comienza con la afirmación valiente e inocente de la totalidad de Dios y de la perfección del hombre, un rechazo de cualquier posible interferencia del temor, la duda o de cualquier creencia opuesta a la Verdad. El vasto poder del Amor divino, atesorado en nuestra consciencia, nos revela cada vez más que somos el linaje espiritual de Dios, y que tenemos inmunidad frente al pecado y la enfermedad. Lo que ya hemos ganado en nuestra comprensión de este Amor nos ayuda a superar el pensamiento y la acción incorrectos, y trae curación espiritual. No podemos perder lo que hemos logrado de esta manera. La Sra. Eddy nos garantiza: “Conoced, entonces, que poseéis poder soberano para pensar y actuar correctamente, y que nada puede desposeeros de esta herencia y quebrantar al Amor. Si mantenéis esta posición, ¿qué puede llevaros a pecar o a sufrir?” Pulpit and Press, pág. 3.
Cada uno de nosotros tiene el derecho de reclamar la actitud mental alerta que nos capacita para proteger nuestros pensamientos, y por consiguiente nuestra experiencia, frente a la malapráctica mental. De esta manera, nada puede frustrar la completa expresión de la voluntad de Dios de tener paz, alegría y libertad en nuestra vida.
