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Tal Vez Usted pueda imaginar...

Del número de noviembre de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Tal Vez Usted pueda imaginar la emoción que sentí al saber que me iban a enviar a Oriente Medio por seis semanas para un trabajo de ingeniería. A mí me gusta viajar, y había escuchado comentarios en mi oficina acerca del país que iba a visitar. Lejos estaba yo de imaginar que iba a tener una aventura totalmente diferente.

Salí de viaje, y una noche, poco después de haber llegado, me desperté con síntomas de envenenamiento por la comida. Para colmo, me desmayé y me lastimé la cabeza al golpear contra una de las instalaciones del baño. Aunque estaba sangrando, recuerdo que al volver en mí, no sentí temor, porque sabía que Dios era la fuente de mi verdadera vida. Durante varias horas estuve perdiendo y recuperando el conocimiento.

Una compatriota mía me cuidó aquella noche. Por la mañana, me examinó un médico, quien me vendó la cabeza, me prescribió una medicina para el estómago y prometió visitarme a diario. Yo le agradecí su ayuda, pero en lugar de pedir que me trajeran el medicamento, envié un mensaje a la esposa del ingeniero en jefe de la compañía, pidiéndole que viniera a ayudarme.

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