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Tal Vez Usted pueda imaginar...

Del número de noviembre de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Tal Vez Usted pueda imaginar la emoción que sentí al saber que me iban a enviar a Oriente Medio por seis semanas para un trabajo de ingeniería. A mí me gusta viajar, y había escuchado comentarios en mi oficina acerca del país que iba a visitar. Lejos estaba yo de imaginar que iba a tener una aventura totalmente diferente.

Salí de viaje, y una noche, poco después de haber llegado, me desperté con síntomas de envenenamiento por la comida. Para colmo, me desmayé y me lastimé la cabeza al golpear contra una de las instalaciones del baño. Aunque estaba sangrando, recuerdo que al volver en mí, no sentí temor, porque sabía que Dios era la fuente de mi verdadera vida. Durante varias horas estuve perdiendo y recuperando el conocimiento.

Una compatriota mía me cuidó aquella noche. Por la mañana, me examinó un médico, quien me vendó la cabeza, me prescribió una medicina para el estómago y prometió visitarme a diario. Yo le agradecí su ayuda, pero en lugar de pedir que me trajeran el medicamento, envié un mensaje a la esposa del ingeniero en jefe de la compañía, pidiéndole que viniera a ayudarme.

Cuando le dije que yo era Científica Cristiana, esta bondadosa mujer se ofreció de inmediato a llamar a un practicista de la Ciencia Cristiana. Pero no había ninguno en el país, y ella intentó durante varios días, aunque sin éxito, hacer una llamada a Europa o a los Estados Unidos. Finalmente, enviamos un telegrama. Mientras tanto, me llevó a su casa y me instaló en un cuarto para huéspedes. Yo estaba agradecida porque me sentía protegida en su casa, donde podía orar por mí misma y estudiar las Lecciones Bíblicas semanales de la Ciencia Cristiana. A veces, mientras oraba, pensaba en los paisajes que me rodeaban, tan semejantes a los de los tiempos bíblicos, y recordaba que Cristo Jesús había sanado a multitudes en lugares similares a éstos. Pero aún me sentía completamente sola y alejada de todo lo que me resultaba familiar respecto al cuidado de Dios.

Después de una semana me pude levantar y caminar. Al principio intenté volver al trabajo, pero los problemas físicos se habían vuelto más preocupantes; todavía no podía digerir bien la comida y estaba perdiendo peso. La herida de la cabeza no parecía haber mejorado en absoluto. Entonces la enfermera que me cambiaba las vendas, me dijo que se había infectado.

Esa afirmación me aterrorizó. Fui al centro de la ciudad y esperé por más de dos horas en una central del teléfono público, sintiendo que era indispensable que me comunicara con una practicista. Cuando lo logré, hablamos solamente durante un minuto, pero su calma al asegurarme que el amor y el cuidado de Dios estaban presentes, mitigaron en gran manera el temor que me dominaba. Con mucho esfuerzo, inicié los preparativos para volver a mi país y comencé el viaje de cuarenta y ocho horas. En una de las escalas del viaje, me dijeron que hasta dentro de unos días era imposible obtener un vuelo. Rehusé aceptar que estaba aislada o fuera del cuidado de Dios. En forma inesperada, pude hacer arreglos de inmediato.

Durante el viaje, pude hacer todo lo que era necesario desde el punto de vista físico, sin que nadie se diera cuenta de que había algún problema. Esto se debía, sin duda, gracias a la oración de la practicista.

Cuando llegué a mi casa, le pedí a una enfermera de la Ciencia Cristiana que limpiara y cambiara las vendas de la herida de la cabeza. Yo sabía que tanto la practicista como la enfermera estaban orando para ver sólo la expresión del Cristo, la Verdad. Era evidente que desde el momento mismo en que la enfermera entró a mi casa, estuvo reconociendo la presencia de esta Verdad, porque dos horas antes de que ella llegara, al cambiarme yo las vendas, había evidencias de infección, mientras que ella me dijo que no veía indicio alguno. Al principio, quedé tan sorprendida que no le creí. Pero ella tenía razón.

Este fue el comienzo de una curación completa. Pero para mí, fue también el despertar al hecho de que Dios de veras me estaba cuidando y que la oración en la Ciencia Cristiana puede sanar y sana instantáneamente. Yo sabía que sólo la oración podía producir un cambio tan inmediato y maravilloso. No puedo expresar totalmente la alegría y la gratitud que sentí por la Ciencia Cristiana en aquel momento.

Durante el día, recuperé mi apetito y la digestión se normalizó. En poco tiempo, recuperé mi peso normal y la herida de la cabeza sanó rápidamente.

Mucho del trabajo de oración que se hizo durante esta experiencia lo hizo la practicista. Ignoro los puntos acerca de los cuales oró, pero recuerdo la certeza con que me dijo que Dios cuidaba de mí. También recuerdo su recomendación de que yo debía orar para entender que la curación era permanente y que no podían quedar “secuelas”.

Oré con dedicación para probar esta verdad, porque durante algunas semanas, estuve reviviendo en mi pensamiento algunas escenas de esta experiencia. Durante varios años después, le tuve mucho temor a la comida y al agua cuando estaba de viaje, y tenía problemas físicos cuando comía y bebía.

Hace poco, tuve la oportunidad de ir a Asia. Yo sabía que si hacía el viaje, primero debía sanar este temor por medio de la oración, y comprendí que lo tenía que hacer yo misma y no apoyarme en la ayuda de la practicista. Antes de viajar, oré para saber que puesto que Dios es el creador de todo y está siempre presente, no hay lugar, cosa, ni persona que pueda ser extranjera o desconocida para El. Debido a que el hombre es el reflejo de Dios, el hombre nunca puede estar en un “lugar extraño” o con una “persona extraña”. Oré para percibir que como hijo de Dios, nunca podría encontrar algo que no estuviera gobernado por Dios, el bien. Como reflejo espiritual de Dios, yo nunca podría ser vista como extranjera ni dejar de ser bienvenida; tampoco podía ser ofendida ni estar incapacitada; Dios no creó nada que pueda herir a alguno de Sus hijos. Oré para ver que Dios estaría donde yo estuviera y que el Cristo estaría allí mismo para cuidar de mí.

Viajé nuevamente, pero esta vez mi experiencia fue muy diferente. Cada momento de mi viaje fue maravilloso. Probé casi todo tipo de comida que me sirvieron, incluso comidas que no había probado aun antes de haber comenzado a tener esos problemas. No experimenté ninguna de las dificultades que había tenido en otros viajes. En todo lugar a donde fui, me sentí bienvenida, segura, cuidada y, más aún, amada por toda la gente que conocí.


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