Hace Mas De un año tuve una curación en la Ciencia Cristiana que continúa trayéndome inspiración. Después de mover un mueble pesado, sentí dolor en un lado del cuerpo. A pesar de que me pude recostar, resultaba difícil todo intento de moverme o levantarme, y no podía mover el brazo de ese lado.
Mientras permanecía en la cama orando, se me ocurrió repasar mentalmente algo de lo que había aprendido en un estudio reciente del Sermón del Monte de Cristo Jesús. Este estudio había incluido una búsqueda de referencias en los escritos de Mary Baker Eddy relacionadas con esa grandiosa disertación. El estudio puso de manifiesto que un buen número de reglas básicas para la curación en la Ciencia Cristiana tiene una gran conexión con las declaraciones que Jesús hizo en ese sermón. Pensé en el pasaje donde él dice: “No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?” (Mateo 6:25). Me llamó la atención la palabra más en “la vida más que el alimento” y “el cuerpo más que el vestido”. ¿Acaso no señalaba esta palabra que la vida del hombre es espiritual, totalmente distinta de sus elementos físicos? Recordé el comentario de la Sra. Eddy en Ciencia y Salud: “Si seguimos el mandato de nuestro Maestro: ‘No os afanéis por vuestra vida’, jamás dependeremos de condiciones corpóreas, de la estructura del cuerpo o de su economía; sino que seremos amos del cuerpo, dictaremos sus condiciones, y lo formaremos y gobernaremos con la Verdad” (pág. 228).
Durante la noche me aferré a esta declaración y a las ideas relacionadas con ella que me venían. Declaré que mi verdadero ser incluye las cualidades espirituales de Dios — tales como libertad, poder espiritual, amor, alegría, integridad — ninguna de las cuales puede ser dañada. Amplié este razonamiento en mi oración para incluir a toda la humanidad, sabiendo que nadie en ninguna parte puede experimentar limitación alguna para realizar la actividad correcta u obtener logros merecidos, debido a que en la voluntad y el plan de Dios, llenos de amor, no hay tal designio. Me vino el pensamiento de que esta experiencia no era mala en absoluto, ya que me estaba ayudando a orar mejor por la libertad de toda la humanidad. El amor de Dios hacia todos ocupó el primer lugar en mi pensamiento, por encima del pensamiento de dolor. A pesar de que la condición persistió durante las horas de la noche, repentinamente al amanecer me levanté de la cama con perfecta libertad. El dolor y la incapacidad se habían desvanecido, para no volver jamás.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!