Siempre Hay Algo que nos mantiene ocupados mentalmente. Pero esos pensamientos e imágenes que aceptamos no siempre son útiles. Caprichos, teorías respecto a la salud, imágenes sensuales, preocupaciones comunes, compiten por atraer nuestra atención y nuestra participación, y a veces, sin darnos cuenta, lo consiguen, aunque después, posiblemente lo lamentemos. Muchas veces, ni siquiera nos damos cuenta de que estamos influidos por esas imágenes, hasta que una experiencia nos despierta.
En una oportunidad, me ocurrió algo que me abrió los ojos y me hizo ver porqué debía estar alerta, y no seguir simplemente la corriente popular del pensamiento. Era el último día de una excursión en balsa entre rápidos. Al despertar descubrí que mis párpados estaban hinchados. Un ojo casi no lo podía abrir. Pronto estarían levantadas las demás personas del grupo, para empacar los enseres que habían traído al campamento y organizar el desayuno. Me levanté rápidamente y fui hacia el río.
Encontré un lugar tranquilo para leer la Lección Bíblica de esa semana, que se encuentra en el Cuaderno Trimestral de la Ciencia Cristiana. La lección consiste en citas de la Biblia y del libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud por la Sra. Eddy, y siempre ha sido una ayuda para mí. Nos da el entendimiento espiritual de Dios, la Verdad, que sana.
Al comenzar a leer, me di cuenta de que estaba distraída. Pensaba en cualquier cosa que me venía al pensamiento: mis ojos, el paseo por el río en balsa, la gente del grupo, la corriente del río. Entonces, recordé una declaración que hace la Sra. Eddy en su libro Escritos Misceláneos: “Dejándonos llevar por la corriente popular del pensamiento mortal sin poner en duda la autenticidad de sus conclusiones, hacemos lo que otros hacen, creemos lo que otros creen, y decimos lo que otros dicen. El consentimiento común es contagioso, y hace contagiosa la enfermedad”.Esc. Misc., pág. 228.
¿Me había dejado llevar por el pensamiento mortal? Sí, me había dejado influir por algunas personas del grupo, sin pensar mucho en lo que estaba haciendo. Precisamente la noche anterior, una de las guías nos había hecho participar en una broma basada en el temor. Y a continuación, estuvimos una o dos horas hablando de cosas que también producen temor. Y a la mañana siguiente amanecí con los ojos inflamados.
A través de mi estudio de la Ciencia Cristiana, había aprendido que el temor, el pecado, o la ignorancia acerca de Dios son la base de la enfermedad. Al indicar la verdadera naturaleza del proceso causativo, Ciencia y Salud afirma: “Un cuerpo material sólo expresa una mente material y mortal. Un hombre mortal posee ese cuerpo, y lo hace armonioso o discordante según las imágenes de pensamiento que le imprima. Abrazáis vuestro cuerpo en vuestro pensamiento y debierais delinear en él pensamientos de salud, no de enfermedad”.Ciencia y Salud, pág. 208.
Yo había estado envolviendo mi cuerpo con pensamientos de temor. Debía reemplazar estos pensamientos perturbadores con pensamientos de salud y paz.
La mente mortal o “la mente carnal” (tal como la denomina Pablo), Rom.8:7 (según la versión King James). se opone a Dios, el bien. Esta supuesta fuente de temor, pecado, enfermedad y muerte, es la consciencia falsa de vida e inteligencia en la materia. Por lo tanto, ¿hacia donde nos dirigimos cuando necesitamos pensamientos de salud? Evidentemente no hacia la mente mortal, pues tal como la Biblia lo puntualiza en el libro de Santiago, una fuente no puede echar por una misma abertura agua amarga y agua dulce. Resulta claro entonces, que debemos dirigirnos a la Mente inmortal en busca de salud.
La Mente inmortal es Dios. La Mente divina gobierna al hombre correctamente, dándole ideas espirituales de salud y armonía. De hecho, Dios es el Ego, o yo soy, de quien el hombre es la expresión perfecta. Nuestra verdadera individualidad, creada por Dios, se encuentra en la Mente, no en la materia. Es totalmente espiritual y expresa la naturaleza de nuestro Creador.
Por lo tanto, nuestro ser genuino refleja el dominio de la Mente. No está sujeto a pensamientos o creencias mortales. Pero puesto que tendemos a aceptar las imágenes de la mente mortal como si se trataran de nuestros propios pensamientos, y permitimos que esas imágenes determinen nuestra propia identidad, a veces padecemos a causa de una identificación incorrecta.
Los pensamientos de Dios son los únicos pensamientos verdaderos. Por medio de la oración y de una creciente percepción acerca de quienes somos realmente, estamos en condiciones de probarlo. Podemos liberarnos del sufrimiento a través del poder sanador del Cristo, la Verdad, la influencia divina que está siempre activa en la consciencia humana.
En cuanto reconocí que mi pensamiento había sido arrastrado por la corriente de la creencia mortal, supe que tenía otra opción. Podía apartarme de esa manera de pensar y volverme a la Mente divina. Dios nos da en todo momento los pensamientos puros que necesitamos.
Continué leyendo la Lección Bíblica. Al prestar atención al contenido de su mensaje espiritual, comencé a sentir cada vez más la presencia de Dios y que por ser Su hija estaba segura. El entendimiento que alcancé, calmó e instruyó mi pensamiento. Al terminar la lección estaba sana.
¿Hay alguna necesidad de pasar por ciclos que nos apartan de la corriente verdadera para tener luego que retornar a ella? O sea, ¿períodos en que prestamos atención a pensamientos de enfermedad y otros a pensamientos de salud? De ninguna manera. Cristo Jesús demostró la aptitud que todos tenemos para permanecer en constante relación con la Mente Divina. Y enseñó a sus seguidores la manera de poder hacerlo. El dijo: “Velad y orad, para que no entréis en tentación”. Mateo 26:41.
Velamos y oramos cuando ponemos a Dios en primer lugar en nuestra vida. Poner a Dios en primer lugar no significa vivir aislados o no disfrutar de una experiencia humana equilibrada. Significa, más bien, poner al Espíritu divino en primer término en nuestros afectos y someter nuestra vida diaria al gobierno del Cristo. Debemos ser mansos, misericordiosos, caritativos, dispuestos a perdonar y fieles. Si bien estas cualidades morales sirven para protegernos, se requiere mucho más para no ceder a la tentación. Necesitamos alcanzar un creciente entendimiento de Dios y de quienes somos realmente. Necesitamos la espiritualidad que nos permite percibir que el hombre está realmente hecho a imagen de Dios, espiritual y no material. Y esta percepción se desarrolla cuando tenemos un solo Dios, una Mente.
Jesús poseía un entendimiento muy profundo, tanto de las necesidades de la humanidad, como de las aptitudes espirituales inherentes al hombre. Su admonición “velad y orad”, no era una exigencia irracional. Alentaba a la gente a hacer lo que él sabía que estaban en condiciones de hacer y lo que más los iba a beneficiar.
La Ciencia Cristiana nos enseña la importancia de no dar entrada a pensamientos de temor, pecado y enfermedad, pero esto no significa que debemos permanecer en un estado de ansiedad constante debido a cada cosa que pensamos. La ley de Dios no nos dice: “Si tienes temor o piensas algo erróneo, te enfermarás”. Por el contrario, nos dice: “Dios, el bien, la Mente, es Todo, la única causa genuina; por lo tanto, la enfermedad no tiene una base real ni existencia verdadera”.
Si para quedar libre de la inflamación, mi propio pensamiento tenía que corregirse a sí mismo por completo, ¿qué quedaba para sanar el temor? Solamente mi propio pensamiento lleno de temor. De este modo me encontraría en un callejón sin salida. Pero Dios, a través de Su Cristo, actuaba conmigo. El Cristo, la Verdad, desenmascaró y eliminó el error. La receptividad a las verdades que se encuentran en la Lección Bíblica me permitió sentir la proximidad y el poder de Dios y fui sanada.
La salvación no proviene de la mente humana. La salvación y todo lo que es correcto y bueno proceden de Dios, la Mente inmortal.
La Epístola 1 de Juan nos alienta a amar, no simplemente con palabras sino en la práctica. Entonces, podemos confiar totalmente en Dios. “Pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas”. 1 Juan 3:20. Este pasaje me resulta muy reconfortante. Me da la certeza de que si nos esforzamos por vivir nuestro amor por Dios y el hombre, estamos a salvo. Aunque pensemos algo erróneo y nuestro corazón nos condene, Dios es mayor que nuestro corazón, es mayor que los pensamientos, los temores y las dudas mortales. La Mente divina, Dios, sabe quien es realmente el hombre, el hijo que El formó. El conoce la omnipotencia del bien. La Mente es superior, infinitamente superior a los pensamientos de pecado, temor o enfermedad.
Dios es nuestro creador y siempre estamos bajo Su protección. Nuestra tarea es probar este hecho poniéndolo a El en primer lugar. Debemos despertar paulatinamente del sueño de la mente en la materia y descubrir que la Mente es la única Mente. Seguir la corriente del pensamiento popular, no nos trae beneficios ni alegría. El materialismo no es la fuente de la armonía. En cambio, lo que nos brinda ayuda, es apartarnos de la contemplación de la mortalidad y reconocer verdaderamente al único Dios. Cuando vivimos en armonía con la Mente divina, podemos impedir la entrada a las imágenes falsas de enfermedad y sufrimiento, y de este modo, en lugar de andar a la deriva, descubrir que poseemos dominio.