El Monumento A los Veteranos de la Guerra de Vietnam en la ciudad de Washington con los nombres de más de 58.000 soldados estadounidenses caídos, grabados en el lustroso mármol negro; el Arco del Triunfo en París con sus innumerables placas recordatorias y la llama encendida eternamente en la tumba del soldado desconocido; la Guardia Nueva en Berlín, Alemania, donde se observa y recuerda a los soldados muertos con la enorme Piedad de Käthe Kollwitz; estas tres estructuras evocan tanto a personas famosas como desconocidas que ya no están con nosotros. Casi ninguna persona que visite estos monumentos puede permanecer indiferente ante la atmósfera de estos lugares. Muchas personas permanecen en silencio; otras expresan abiertamente su tristeza o pesar.
Particularmente en estos días de noviembre en que recordamos en forma especial a los veteranos, bien vale la pena reexaminar lo que es la vida realmente. Dios es Vida, y esta Vida no está limitada por el nacimiento o la muerte. Se manifiesta eternamente en el hombre, la expresión pura de Dios.
Si nos embargaran pensamientos de pérdida y dolor, no tenemos que ceder a estos sentimientos. Más bien, podemos encontrar consolación y aliento al afirmar la presencia del amor de Dios y comprender la naturaleza verdadera del hombre. La existencia del hombre es puramente espiritual; no tiene nada en común con un concepto mortal y material del ser. No puede ser herida ni destruida por la guerra, la enfermedad o el crimen, porque el hombre creado por Dios es perfecto, completo y eterno. El primer capítulo del Génesis declara que Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza. Este hombre expresa perfectamente la Vida divina; refleja la individualidad divina de su creador.
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