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Mientras Cursaba La escuela...

Del número de noviembre de 1994 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Mientras Cursaba La escuela secundaria tuve tres curaciones que continúan siendo muy valiosas para mí. La primera fue la de un bulto bastante grande que descubrí en la parte de atrás del cuello. En vez de sentirme atemorizada, estaba ansiosa por demostrar en mí el poder de la curación de la Ciencia Cristiana. Ni siquiera le conté a mi madre acerca del bulto. Aunque ya no recuerdo exactamente cuáles fueron las verdades espirituales que estudié, sé que reflexioné acerca de referencias sobre la verdadera sustancia en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Estas depuraron mi concepto de lo que es mi verdadera sustancia, la sustancia de Dios, el bien. En más o menos una semana el bulto desapareció y, feliz, le conté a mi mamá sobre la curación.

La segunda curación demostró que la verdadera inteligencia proviene de Dios, la Mente divina. Yo era muy buena estudiante en la escuela y me esmeraba en hacer los deberes. Por eso me sorprendió mucho recibir una calificación baja en mi primera prueba semanal de trigonometría, y otra aun más baja en la segunda. Había pasado varias horas cada noche haciendo los deberes para la clase; mucho más tiempo del que se requería. Entonces resolví cambiar el método. Durante la semana siguiente hice los deberes con mucho esmero y el resto del tiempo destinado al estudio me dediqué a reflexionar sobre las respuestas a las siguientes preguntas que contiene el capítulo titulado “Recapitulación” de Ciencia y Salud: “¿Qué es inteligencia?”, “¿Qué es Mente?” y “¿Qué es el hombre?” (págs. 469, 475). Oré para saber realmente que Dios es la Mente infinita, y que yo Lo reflejaba expresando cualidades tales como inteligencia, precisión, comprensión y perfección. Logré una calificación muy alta en la prueba semanal, y finalicé el curso con una calificación muy satisfactoria.

En otra oportunidad, tuve una curación instantánea de un fuerte dolor de cabeza. Me había quedado en casa sin ir a la escuela y me sentía tan mal que no me podía levantar. Mamá me sugirió que leyera la “declaración científica del ser” de Ciencia y Salud. Le dije que no, que no me era posible hacerlo. Ella trajo el libro abierto a mi cama y me pidió que leyese sólo la primera oración: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia” (pág. 468). Finalmente lo hice. Me senté, y mientras leía esas palabras, se desvaneció el dolor. Fui a la escuela por el resto del día.

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