Mientras Cursaba La escuela secundaria tuve tres curaciones que continúan siendo muy valiosas para mí. La primera fue la de un bulto bastante grande que descubrí en la parte de atrás del cuello. En vez de sentirme atemorizada, estaba ansiosa por demostrar en mí el poder de la curación de la Ciencia Cristiana. Ni siquiera le conté a mi madre acerca del bulto. Aunque ya no recuerdo exactamente cuáles fueron las verdades espirituales que estudié, sé que reflexioné acerca de referencias sobre la verdadera sustancia en Ciencia y Salud por la Sra. Eddy. Estas depuraron mi concepto de lo que es mi verdadera sustancia, la sustancia de Dios, el bien. En más o menos una semana el bulto desapareció y, feliz, le conté a mi mamá sobre la curación.
La segunda curación demostró que la verdadera inteligencia proviene de Dios, la Mente divina. Yo era muy buena estudiante en la escuela y me esmeraba en hacer los deberes. Por eso me sorprendió mucho recibir una calificación baja en mi primera prueba semanal de trigonometría, y otra aun más baja en la segunda. Había pasado varias horas cada noche haciendo los deberes para la clase; mucho más tiempo del que se requería. Entonces resolví cambiar el método. Durante la semana siguiente hice los deberes con mucho esmero y el resto del tiempo destinado al estudio me dediqué a reflexionar sobre las respuestas a las siguientes preguntas que contiene el capítulo titulado “Recapitulación” de Ciencia y Salud: “¿Qué es inteligencia?”, “¿Qué es Mente?” y “¿Qué es el hombre?” (págs. 469, 475). Oré para saber realmente que Dios es la Mente infinita, y que yo Lo reflejaba expresando cualidades tales como inteligencia, precisión, comprensión y perfección. Logré una calificación muy alta en la prueba semanal, y finalicé el curso con una calificación muy satisfactoria.
En otra oportunidad, tuve una curación instantánea de un fuerte dolor de cabeza. Me había quedado en casa sin ir a la escuela y me sentía tan mal que no me podía levantar. Mamá me sugirió que leyera la “declaración científica del ser” de Ciencia y Salud. Le dije que no, que no me era posible hacerlo. Ella trajo el libro abierto a mi cama y me pidió que leyese sólo la primera oración: “No hay vida, verdad, inteligencia ni sustancia en la materia” (pág. 468). Finalmente lo hice. Me senté, y mientras leía esas palabras, se desvaneció el dolor. Fui a la escuela por el resto del día.
A pesar de esas pruebas maravillosas del poder de la Ciencia Cristiana, después de casarme me extravié y anduve perdida en el pensamiento mundano. Dejé de leer la Lección Bíblica y de ir a los servicios religiosos. No había dejado de amar a Dios y estaba completamente convencida de que la Ciencia Cristiana era el Consolador prometido por Cristo Jesús, pero sentía que involucrarme en el trabajo de la iglesia filial era algo que dejaría para cuando fuese una “señora mayor” y no tuviera otra cosa que hacer. (¡Me tomó cerca de cuatro años convertirme en una “señora mayor”!)
A los veinticuatro años me sentía muy desdichada en mi vida matrimonial y bastante deprimida respecto al mundo en general. Entonces cometí una grave equivocación que me arrojó al fondo de la desesperación. Debido a esa equivocación, una noche me quedé en la cama planeando la forma de suicidarme. Sentía que yacía en el fondo de un pozo muy oscuro. Entonces sucedió algo maravilloso. Fuera de mí misma y de esa oscuridad mental, acudieron a mi pensamiento las dos primeras líneas de un poema publicado en una de las revistas de la Ciencia Cristiana, que mi madre apreciaba mucho. Como un rayo de luz, me dieron esperanza. El que hablaba era el Cristo, la Verdad, y me parecía que era el cumplimiento de la profecía bíblica de Isaías “para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los que moran en tinieblas” (42:7). Simplemente abandoné los pensamientos de suicidio y, con alivio y júbilo, tomé la decisión de retomar activamente el estudio de la Ciencia Cristiana.
Pronto me hice miembro de una iglesia filial y tomé instrucción en clase Primaria con una maestra de la Ciencia Cristiana que además era la autora del poema que mencioné.
Han pasado muchos años desde esa experiencia santa, durante los cuales he tenido que enfrentarme muchas veces con el pecado y el error. A menudo me ha resultado muy difícil elevarme mentalmente por encima de las creencias del ser material, con todos sus deseos y quejas, y vivir de acuerdo con los preceptos de la Ciencia Cristiana. Como dijo la Sra. Eddy: “Para romper este embeleso terrenal, los mortales tienen que adquirir la verdadera idea y el Principio divino de todo lo que realmente existe y gobierna armoniosamente al universo. Este pensamiento se comprende poco a poco, y el intervalo antes de adquirirlo es acompañado de dudas y derrotas así como de triunfos” (Ciencia y Salud, pág. 39).
La lucha por superar la visión material de nuestra identidad es la cruz. Tarde o temprano todos tenemos que tomar y cargar esa cruz. Pero podemos cargarla con júbilo. Puedo afirmar con alegría que cuando besemos “la cruz” tal como escribe la Sra. Eddy en el poema titulado “Cristo mi refugio”, conoceremos “un mundo ideal” (Escritos Misceláneos, pág. 397). Gracias, Padre-Madre Dios, por la Ciencia Cristiana.
París, Francia