Al Poco Tiempo de haber conocido la Ciencia Cristiana en 1972, me sometí a un examen médico por un problema en la garganta. Me diagnosticaron fisuras en las cuerdas vocales. Un médico quiso continuar observando mi caso porque no estaba seguro si mi condición era congénita. Me recetó una medicina que no tomé. En vez de eso, busqué ayuda en la Ciencia Cristiana y sané.
Entonces en diciembre de 1990, se me fue la voz y no pude cantar el solo en mi iglesia. Tuve temor y ansiedad porque a los diez días también tenía que cantar en un concierto de Navidad. Tuve que disculparme con los miembros del coro, el conductor del coro y el comité organizador.
Me di cuenta de que lo que me habían diagnosticado aparentemente no se me había borrado del pensamiento. Esto me preocupaba. Mi hijo fue al médico y regresó con una receta médica, y mi nuera fue a un herbolario y me compró unos productos medicinales. Me mantuve firme en mi decisión de no tomar medicina alguna porque verdaderamente quería una curación a través de la Ciencia Cristiana.
Esa noche aumentó la fiebre y sentía que me estaba ahogando. Por lo tanto, le pedí a una buena amiga de la Ciencia Cristiana que me ayudara mediante la oración, y ella oró, dándome ánimo para que no tuviera miedo. Me hizo leer estos pasajes de Ciencia y Salud escrito por Mary Baker Eddy: "La Mente divina que creó al hombre, mantiene Su propia imagen y semejanza" (pág. 151), y "La experiencia cristiana enseña a tener fe en lo justo y a no creer en lo injusto" (pág. 29). Me sentí un poco aliviada del temor. Mi amiga me guió para que leyera algunos artículos que aparecen en la edición italiana de la revista El Heraldo de la Ciencia Cristiana. Los artículos que me permitieron obtener mayor comprensión espiritual fueron aquellos sobre el tema de la visión espiritual y la paz interior. Todas estas lecturas me hicieron examinar mi manera de pensar, y las ideas que me fueron reveladas corrigieron mi pensamiento, elevando mi comprensión espiritual a tal punto que el poder divino me ayudó a realizar mis quehaceres diarios.
En el pasado, mi habilidad para cantar era lo que me daba seguridad al enfrentar todas mis dificultades; cuando cantaba, me sentía liberada. Pero yo ya había aprendido que podía encontrar mi seguridad en el poder de Dios. Me había estado condenando con pensamientos negativos, pero estos conflictos mentales se aquietaron al leer lo siguiente en el libro Ciencia y Salud: "Dios nunca castiga al hombre por hacer lo que es justo, por labor honrada o por actos de bondad, aunque lo expongan a la fatiga, al frío, al calor o al contagio" (pág. 384).
Después de un largo tiempo, seguía sufriendo, y el temor todavía no se había calmado del todo. De noche tenía miedo de ahogarme.
Fue entonces que llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana quien me dijo: "Has aprendido las palabras bien, pero ahora es tiempo de que las pongas en acción". Por medio de la oración, descubrimos que no sentía alegría, que estaba amargada; yo siempre estaba alegre y llena de vida, y ahora estaba triste. ¿Por qué? Bueno, porque mis amigos y familiares me habían decepcionado, y ahora todo mi trabajo y toda la dedicación que había mostrado en la Ciencia Cristiana parecían inútiles. La practicista me dijo algo así: "Mi querida amiga, todo lo que has hecho era, de hecho, para la gloria de Dios, no sólo para lograr el respeto y el reconocimiento de tus familiares y amigos".
Eso era verdad, y el darme cuenta de ello me dio ánimos para perseverar. Abandoné los pensamientos negativos que tenía acerca de mi familia, y poco a poco me di cuenta de que nadie tenía el poder para hacerme daño, porque el amor de Dios es omnipotente. La ternura de la practicista me animó; me dijo que esa ola de amor, canción, dedicación y consagración que yo había ofrecido al estudio de la Ciencia Cristiana, volvería para llenarme de alegría y vida.
Durante esa época crecí en gracia, y después de cuatro meses sentí una profunda paz y serenidad, tanto que el domingo siguiente ¡yo misma me sorprendí al cantar el solo en la iglesia! Mis piernas me temblaban, como si hubiese sido la primera vez que cantaba. Pero con mi corazón lleno de alegría le di todo el reconocimiento a Dios, y canté y me sentí libre de las cadenas de la materia que me habían mantenido esclava del error.
Gracias, Padre, gracias por responder a mis oraciones. Gracias a aquellas personas que me apoyaron con palabras y hechos consoladores.
Aosta, Italia