Cuando Yo Era adolescente pasaba la mayor parte del tiempo preocupada por ser hermosa. O mejor dicho, ¡me sentía molesta porque yo creía que no era hermosa! Pensaba que era la única que tenía este problema. Las demás personas eran atractivas o sencillamente no les importaba si lo eran o no; al menos esto era lo que yo suponía. Ahora sé que a muchas personas les preocupa su apariencia física. Aun las personas mayores se preocupan cuando piensan que a medida que pasen los años se volverán menos atractivas.
Parece que estamos constantemente comparándonos a nosotros mismos y a los demás con algún modelo material. Hoy en día, en esta sociedad constituida por una gran diversidad de culturas, este problema a menudo también se extiende a las diferencias raciales. Aun así, ¿acaso no pueden todas las personas ser hermosas a su propia manera? Durante mi adolescencia aprendí algo sobre la belleza que me ayudó a apreciarme a mí misma y a los demás.
La que me ayudó fue mi maestra de la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana. Ella me dio una base diferente para evaluar la belleza, como la presenta Mary Baker Eddy en la página 247 de Ciencia y Salud. Casi toda la página se refiere a la belleza, e incluye una "receta" que no emplea cosméticos, ropa, dietas ni ejercicios para obtenerla. Recuerdo que yo leía este pasaje en particular, una y otra vez: "La belleza es una cosa de la vida, que mora por siempre en la Mente eterna y refleja los encantos de Su bondad en expresión, forma, contorno y color. Es el Amor el que pinta los pétalos con miríadas de matices, brilla en el cálido rayo de sol, traza en la nube el arco de belleza, adorna la noche con joyas estrelladas y cubre la tierra de hermosura". Juan 4:24.
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