Cuando Todavia Era nueva en el estudio de la Ciencia Cristiana me apareció una pequeña infección en la cutícula de mi dedo pulgar. No le presté mucha atención hasta que el dedo se hinchó al doble de su tamaño normal y el dolor era tan intenso que no podía dormir. Durante el día al tener que usar mucho las manos en el trabajo, me era imposible evitar que el dolor no se agudizara.
Llamé a una practicista de la Ciencia Cristiana y le solicité tratamiento por medio de la oración. Durante algún tiempo no tuve mejoría. Tenía que esforzarme mucho para cumplir con todas mis obligaciones, y sentía lástima de mí misma. Tiempo después, se me inflamó todo el brazo, y me alarmé cuando me pareció que hasta podía perder el brazo. Informé a la practicista de la situación, como así también de mi temor. Me respondió tan amorosamente y me tranquilizó tanto, que mientras hablaba con ella por teléfono, me liberé completamente del temor.
Fue entonces que pude comenzar a estudiar. Busqué en las concordancias de la Biblia y de las obras de Mary Baker Eddy, las palabras puro y pureza. Si bien anhelaba verme libre de todo sufrimiento físico, comprendí que eran más importantes las lecciones espirituales que estaba aprendiendo, a medida que afirmaba mi pureza como hija de Dios.
Poco antes de que se produjera esta infección, me mudé de casa y cambié de trabajo, todo al mismo tiempo. Las cosas no marchaban como yo había esperado. Me di cuenta de que en vez de tratar humildemente de resolver los problemas por medio de la oración a Dios, me obstinaba en tratar de resolverlos mediante la voluntad humana. El cuadro que se presentaba como estado físico, era un desorden mental objetivado.
La Sra. Eddy escribe: "El bautismo por el Espíritu, que lava el cuerpo de todas las impurezas de la carne, significa que los de limpio corazón ven a Dios y están acercándose a la Vida espiritual y su demostración". (Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras, pág. 241). Era evidente que necesitaba liberarme de toda impureza y del temor, y éstos desaparecieron instantáneamente. A través de la ayuda de la practicista y de mi propia oración y estudio, percibí con claridad que la voluntad humana, la conmiseración propia y la ingratitud también estaban desapareciendo como resultado de la regeneración espiritual. Comencé a sentirme tranquila, agradecida y llena de gozo.
Esa noche dormí profundamente, y llamé a la practicista por la mañana para comunicarle el progreso que notaba. Era mi día libre; sentía mucha paz y proseguí con mi estudio. Minutos más tarde, noté que se abría un pequeño orificio en el dedo. La infección drenó y me sentí aliviada del dolor y de la presión. Poco después, el brazo y el pulgar recobraron totalmente su tamaño normal. Esto ocurrió hace más de diez años y nunca más volvió a repetirse.
A menudo recuerdo esta curación con profunda gratitud, por la prueba irrefutable del poder del tratamiento de la Ciencia Cristiana, y por la dedicación de los practicistas que me ayudaron en distintas ocasiones.
Princeton, Nueva Jersey, E.U.A.
