Anna, que estaba cursando el quinto año, un día regresó a su casa a almorzar del colegio, muy disgustada y llorando. Mientras comía, contó a su familia que su compañera Ruth había sido muy injusta con ella. Ruth había acusado a Anna de poner el pie cuando el hermano de Ruth pasaba corriendo; ella decía que por culpa de Anna su hermano se había caído. Anna trató de explicarle que no había sido su intención perjudicar a su hermano menor, de ninguna manera, pero Ruth no quiso escucharla. Es más, como ambas regresaban a sus casas en el mismo ómnibus, ¡todos habían escuchado su discusión!
La madre y la abuela de Anna la consolaron. Parecía un buen momento para recordar que todos somos creados por Dios a Su imagen y semejanza, y que cada uno refleja a Dios e incluye Sus cualidades, tal como amor, paciencia, ternura y bondad. Ser el reflejo de Dios significa no estar nunca separado de El.
Estas son algunas de las cosas que Anna estaba aprendiendo en la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana en su pequeña ciudad en una isla de Brasil. Ella estaba descubriendo que las verdades espirituales podían ayudarla en cada situación de su vida: en la escuela, en la calle, en cualquier lugar que estuviera. Entonces se dio cuenta de que necesitaba poner en práctica lo que estaba aprendiendo, en lugar de pensar en Ruth como una niña con mal temperamento, capaz de herir a otros con sus palabras agresivas.
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