En Un Momento de mi vida en que me sentía lejos de Dios, cuando en mi vida no había lugar para la devoción espiritual, sentí la necesidad de acercarme a la iglesia. Fui criada como Científica Cristiana, pero mientras cursaba mis estudios secundarios, me volví ambivalente en relación al estudio de las Lecciones Bíblicas y a asistir a la iglesia. A veces me expresaba con cinismo respecto a lo que yo veía como las artimañas de la religión organizada. Pero en este día en especial, en una ciudad y un país lejos de mi hogar, anhelé sentir la presencia de Dios.
Llegué a la iglesia justo cuando comenzaba el primer himno, y me llamó la atención un hombre que estaba en la misma fila que yo. Su canto expresaba tanta sincera alegría, gratitud y alabanza que no pude quedarme simplemente allí parada observándolo. Su modo de expresar alabanza y amor me llegó de una manera que pude entender, como algo que me incluía. No había nada ritualista ni sin vida en esta religión. El amor y el gozo que allí reinaban se podían percibir. Entonces, me di cuenta de que la comunión de este hombre con Dios no dependía de que estuviera en esa iglesia ni de que formara parte de esa congregación. El estaba plenamente consciente de la omnipresencia del amor de Dios. Su rostro reflejaba su comprensión de este hecho.
Ese día vislumbré algo que había anhelado mucho: el verdadero espíritu de la Iglesia, la presencia vital y viviente de Dios. Esto me permitió darme cuenta de la importancia de obedecer más plenamente mis anhelos y mi intuición espiritual. Me llevó a desear de todo corazón alejarme del cinismo que abrigaba respecto a la religión organizada. Comencé a ver que mi inspiración (en la iglesia o en mi vida cotidiana) dependía de mi comunión con Dios, y no de otras personas.
Iniciar sesión para ver esta página
Para tener acceso total a los Heraldos, active una cuenta usando su suscripción impresa del Heraldo ¡o suscríbase hoy a JSH-Online!