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Hace Muchos Años, después...

Del número de abril de 1995 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Hace Muchos Años, después de un divorcio muy lamentable, recibí la custodia de mis dos hijos. Cuando el mayor de ellos se volvió demasiado difícil de gobernar, estuve de acuerdo en que se fuera a vivir con su padre hasta que terminara el año escolar. (Su padre vivía en un distrito donde las escuelas públicas eran consideradas de un nivel superior, mientras que en la zona donde yo vivía, su reputación era todo lo contrario.)

Mi ex esposo me informó que nuestro hijo se había adaptado muy bien y que se había operado en él un cambio notable, tanto en su comportamiento como en sus estudios. Por esta razón, le permití quedarse a vivir con su padre. Pocos meses más tarde, su padre quiso que le cediera también a nuestra hija, a fin de que los niños pudieran estar juntos. A ella le iba muy bien en la escuela, estaba contenta con su niñera y nuestra relación era muy afectuosa; por lo cual me resultó muy difícil aceptar esta proposición. Tuve que librar una lucha muy dolorosa conmigo misma mientras trataba de dejar de lado mis propios sentimientos y permitir, de esta manera, que ella pudiera tener un sentido más completo de hogar. Pasaron ocho meses hasta que finalmente pude dar mi consentimiento. Más adelante al padre se le ocurrió que a fin de establecer una mejor relación entre los niños y su madrastra y una mayor armonía en la familia, yo no debía ver más a los niños. Después de mucha conmoción de mi parte y gran aspereza de ambos lados, accedí.

Siguió un período de quince años durante el cual tuve que luchar contra oleadas de depresión y culpa, acompañadas de devastadores dolores de cabeza. Rompía en llanto en cualquier lugar y en cualquier momento en que veía niños de la edad de los míos. Como Científica Cristiana, oraba lo mejor que podía, pero un profundo abatimiento y una sensación de falta de valía persistían obstinadamente.

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