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Inocencia: La verdadera herencia del hombre

Del número de febrero de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Se Puso A llorar con amargura. Lo habían atrapado mientras robaba. En la jefatura de policía, el muchacho relató como había sido su infancia. Cuando su mamá iba al mercado, se ponía un canasto sobre la cabeza y lo metía a él en una bolsa que se colgaba sobre la espalda. Iban pasando delante de los puestos del mercado, donde había pilas bastante altas de alimentos y la mamá se inclinaba para mirar algunos artículos. En ese momento, el niño aprovechaba para tomar lo que más le gustaba y lo arrojaba dentro del canasto. La mamá no se daba cuenta y pagaba sólo por lo que ella había elegido. Esa conducta equivocada del niño, no fue corregida sino que continuó mientras iba creciendo. Él la justificaba aduciendo que lo hacía porque era pobre.

Cuando escuché los comentarios sobre ese incidente, comprendí la importancia que tenía para el muchacho reconocer el error de su comportamiento para no repetirlo. Pero pensé: "¿Acaso sus lágrimas no indicaban su rebelión contra la deshonestidad? ¿No era acaso su inocencia espiritual la que se hacía presente, a fin de ser reconocida?"

La Biblia nos relata que en una ocasión, las lágrimas mostraron, en forma muy evidente, el profundo anhelo de cambiar. Lucas escribe que Cristo Jesús era uno de los invitados de un fariseo llamado Simón. "Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume". Lucas 7:37, 38. Comentando este relato, Mary Baker Eddy formula en Ciencia y Salud, la siguiente pregunta: "¿Desdeñó Jesús a la mujer? ¡No! La miró con compasión". Más adelante agrega: "¿Habíase ella arrepentido y reformado, y había el discernimiento de Jesús percibido aquella silenciosa elevación moral?"Ciencia y Salud, pág. 363. La pureza del Maestro le permitió ver lo que otros no veían y pudo decirle a la mujer: "Tus pecados te son perdonados". Lucas 7:48.

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