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Provisión: ¿fantasía o realidad?

Del número de febrero de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una Bella Y soleada mañana, estábamos paseando por la Piazza del Duomo, en Milán, cuando vimos muchos niños disfrazados de Pierrot, Colombina, reyes, reinas, marineros y piratas, jugando y asumiendo el papel de los personajes que sus trajes de fantasía representaban. ¡Qué manera inocente de divertirse! Y la escena se repite todos los años en ese día, el martes de Carnaval.

En otras partes del mundo, el Carnaval dura varios días. Y no son sólo los niños, sino que también los adultos van a los bailes, espectáculos y desfiles, en una euforia característica de esos festejos. El Carnaval más famoso es el de Rio de Janeiro, en Brasil, pero también está el de Nueva Orleans, en los Estados Unidos, y otros. Mucha gente pasa el año entero preparándose para esos días: gastan todo lo que tienen, haciendo magníficos trajes de fantasía, diseñando los carros alegóricos y planeando los desfiles. ¿Pero cuánto dura esa alegría? ¿Qué solución ofrece para las necesidades de la sociedad?

Sin duda, es una bella oportunidad de expresar alegría, vitalidad y arte, pero no deja de ser un mundo de sueños, de fantasía y de ilusión, una corta semana de diversión. ¿Acaso trae algún alivio a los problemas del resto del año? ¿O es tan solo una oportunidad de olvidar las asperezas de la experiencia cotidiana, como la pobreza, el desempleo, la falta de instrucción? ¿Cuál es la mejor manera de obtener cierto grado de felicidad duradera, de satisfacción permanente? Por más bonitos y originales que sean los disfraces de Carnaval y las canciones que se pongan en voga ese año, las verdaderas soluciones no son de fantasía. La única manera es encontrar el camino que conduce a la realidad espiritual, a la percepción de la verdadera individualidad e identidad de cada uno, la semejanza de Dios. El que nos enseñó y nos demostró cómo hacer eso fue Cristo Jesús.

La realidad, en su sentido más verdadero, viene de Dios y no incluye carencia ni infortunio.

Nuestro Maestro enseñó la base espiritual para solucionar los problemas humanos, enfrentándolos. Él sanaba tanto la pobreza como la falta de salud. Para él la solución no consistía en olvidar los problemas humanos, con distracciones o diversiones, sino en apartar la mirada de los métodos materiales y ver la realidad espiritual de Dios y el hombre.

¿Cómo podemos hablar de realidad espiritual cuando nos vemos ante un cuadro muy visible de carencia, como por ejemplo, la dificultad de pagar las cuentas a fin de mes, o comprar la comida para la semana? Encontramos esa realidad espiritual cuando reconocemos que aquello que Dios creó sólo puede expresar la bondad de la naturaleza divina, que ya es completa. La realidad, en su sentido más verdadero, viene de Dios y no incluye carencia ni infortunio. Percibimos la realidad cuando admitimos que Dios es infinitamente capaz, como Mente siempre presente, de mantener a todos Sus hijos. Y la realidad siempre armoniosa no se alcanza con fantasías ni es fruto de un sueño.

Cuando Jesús alimentó a la multitud que lo seguía, Véase Marcos 6:34—44. él no aceptó la imposición de los sentidos físicos, que decían que había una cantidad limitada de alimento. Jesús tuvo la osadía de desafiar ese cuadro de escasez, contemplando allí mismo la realidad del reino de su Padre. El resultado fue que hubo comida para una multitud y todavía sobraron doce cestas llenas. La multiplicación de los panes y de los peces no fue una fantasía, no fue una ilusión, fue el resultado de la comprensión espiritual. Y no fue un sueño. Por el contrario, fue la aplicación de la ley divina del amor, satisfaciendo la necesidad humana del momento. Los recursos infinitos de Dios no se gastan, no tienen límite.

El Cristo, la manifestación divina que Jesús ejemplificó, habla a la consciencia humana y alcanza todos los aspectos de nuestra experiencia.

Un traje de fantasía majestuoso y opulento da la impresión de una persona rica y poderosa. Pero es una ilusión momentánea, en un mundo de fantasía. No obstante, comprender espiritualmente, en confiada oración, que no existe separación entre Dios y el hombre, nos abre los ojos para percibir correctamente nuestra identidad como hijos de Dios, la verdadera identidad de cada individuo. Esto no quiere decir que tengas que privarte de algo bueno, pero no te dejes engañar por los sentidos materiales y limitados. De esa forma encuentras a tu verdadero yo, que no incluye destitución ni privación.

En los últimos años, el Carnaval ha sido introducido directamente en nuestros hogares por la televisión. Y es necesario resguardar las normas morales y la pureza de la vida familiar, protegiéndonos de los posibles aspectos degradantes que a veces aparecen en esos desfiles de bellísimos disfraces.

Evidentemente, esas cosas no revelan la realidad verdadera y espiritual de la identidad del hombre. El Cristo, la manifestación divina que Jesús ejemplificó, habla a la consciencia humana y alcanza todos los aspectos de nuestra experiencia. Permitir la entrada al Cristo en nuestra consciencia da lugar a esa influencia divina y salvadora, que purifica nuestras perspectivas. El Cristo revela quienes somos realmente, y demuestra que no estamos separados del permanente cuidado de Dios. Nada es muy difícil para el tierno toque del Cristo, nada está fuera de su alcance, ni siquiera los festejos de Carnaval. También durante esos días podemos recibir la influencia del Cristo, que nos brinda protección y un sentido de moderación, orientación y satisfacción espiritual. La verdadera individualidad del hombre está cubierta del manto del amor infinito y de la misericordia de Dios.

¿Acaso hay algo malo en que un niño o un adulto se divierta con esos lindos trajes de fantasía, cantando y bailando al ritmo de la música de Carnaval? No hay nada de malo en divertirse, cuando la diversión expresa la espontaneidad y el vigor de la Vida que reside en el Espíritu. Cuando la diversión no es meramente una forma de escaparse de las penurias de la vida humana, sirve para reconocer que la felicidad y la alegría se encuentran en la comprensión de la realidad espiritual. En esa comprensión, descubrimos que no hay necesidad de soñar ni de vivir en un mundo de fantasía, ni de sentirse pobre ni destituido. En Ciencia y Salud la Sra. Eddy dice: "La realidad es espiritual, armoniosa, inmutable, inmortal, divina, eterna".Ciencia y Salud, pág. 335. Esa realidad, la verdad real del ser, está a tu alcance. Está presente ahora mismo y puede ser discernida y vivida en el sustento que Dios da para satisfacer toda necesidad.


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