Pasados Mis Veinte años, cuando mi primer matrimonio había acabado, tuve en un momento dado una cita con un hombre que nunca había fumado ni tomado bebidas alcohólicas. Él había crecido con las enseñanzas de la Ciencia Cristiana. La escena era ésta: yo bebía mi tercera copa de champaña y le tiraba a él el humo del cigarrillo en la cara. No imaginaba los tremendos cambios que su pensamiento iluminado tendrían en mí.
El alcohol era un elemento aceptado, muy aceptado, en la forma de pensar y en la vida de mi familia. Cuando tenía dos años de edad, durante la cena del Día de Acción de Gracias estuve tomando sorbos de las bebidas de los cócteles de todos los invitados antes de que se dieran cuenta de mi embriaguez, de mi comportamiento inusual. Esto puede parecer gracioso (de hecho todos los presentes se echaron a reír), pero no hay nada de agradable en que una niña de dos años adquiera el gusto a las bebidas alcohólicas. Mi familia tenía un bar y cuando lo limpiábamos los domingos después de asistir a la iglesia, yo me preparaba una bebida fuerte para poder sobrellevar ese miserable trabajo que tenía.
Lo que recuerdo más vívidamente de mis años de infancia es el terrible miedo que tenía de todo. Había siempre tanta falta de armonía en nuestro hogar: enfermedades, malas relaciones personales y problemas económicos.
Cuando era todavía una jovencita adquirí el vicio de fumar, y de tomar bebidas alcohólicas. A veces, sin embargo, me despertaba por la mañana con el malestar que se siente tras una borrachera y me preguntaba porqué una persona tan sensata como yo podía cometer tal error. Yo llegaría a encontrar la respuesta a esta pregunta, a este profundo deseo que en sí era una oración por una vida mejor. Ahora sé que tomaba y fumaba para evadirme de las cosas.
Por medio de mi relación y del subsecuente matrimonio con el hombre antes mencionado, comencé a leer y a estudiar Ciencia y Salud, escrito por Mary Baker Eddy. Este libro me contestó las preguntas más profundas que tenía sobre la vida y sobre mi identidad. Yo no tenía interés en ninguna religión organizada, pero esto era diferente; esta religión era una forma maravillosa de vivir, puesta en práctica a cada momento y a cada paso, no simplemente por una hora los domingos.
Recuerdo haber leído en este librito que "No hay placer en emborracharse, entontecerse o hacerse objeto de repugnancia; sino que queda un agudo recuerdo, un sufrimiento inconcebiblemente terrible para la dignidad del hombre. Lanzar bocanadas del detestable humo del tabaco, o mascar una hoja que no atrae naturalmente a ninguna criatura excepto a un asqueroso gusano, es, al menos, repugnante" (págs. 406—407). Al leer eso me sentí ofendida, a pesar del amor que ya sentía por la Ciencia Cristiana, jamás dejaría mis agradables costumbres; por lo menos, eso es lo que pensé.
Conforme pasó el tiempo estudié, leí y descubrí que ya tenía de Dios todo lo que pudiese necesitar. No necesitaba del cigarrillo ni del licor para ser más sociable. (Ahora sé que el licor no es algo que lo hace a uno más sociable; es antisocial porque sus resultados pueden ser, y son, devastadores.) En la Ciencia Cristiana también aprendí que como hija perfecta de Dios yo expreso belleza, inteligencia, paz, felicidad, honestidad, bondad y amor, y que expreso estas cualidades en forma natural. Conforme aprendí a afirmar la verdad, que es una forma de orar, tanto más expresaba las cualidades espirituales y morales sin tener que esforzarme.
Obtuve la paz que pensé que nunca alcanzaría, como nos dice la Biblia en Filipenses: "Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús" (4:7). Dos años después de haber comenzado a estudiar la Ciencia Cristiana fui sanada del vicio de la bebida. También fui liberada del hábito de fumar: de dos paquetes de cigarrillos diarios a nada. Estas curaciones han sido permanentes, ya que en los trece años que han transcurrido desde ese entonces no he sentido el deseo ni la necesidad de fumar ni de consumir alcohol.
¡Han mejorado tantas cosas en mi vida desde que comencé a estudiar la Ciencia Cristiana! Hay cada vez más felicidad en mis relaciones personales, incluido mi matrimonio, porque llegó a ser más fácil para mí perdonar y ser más condescendiente con los demás. Descubrí nuevas habilidades y oportunidades para usarlas. La abundancia se manifestó en todo aspecto de mi vida y el negocio de mi esposo sobrevivió y progresó a pesar de que tuvo que afrontar numerosos problemas. Nuestros dos hijos nacieron con rapidez, sin el uso de medicamentos, y no ha habido un sólo día que hayan estado enfermos en cama; han sanado rápidamente de toda dolencia que han tenido, por medio de la oración exclusivamente.
Cada año que pasa me regocijo en esta maravillosa aventura espiritual que continúa mejorando. Me hace recordar la promesa de Jesús, que la verdad nos libera.
Hopkinton, Massachusetts,
E.U.A.
