Cuando Yo trabajaba como supervisor de mantenimiento en una gran planta petroquímica, pedí un día de descanso para poder llevar a mi esposa e hijos a una ciudad cercana para hacer las compras. Pensé que teníamos que llenar el tanque, ya que teníamos poca gasolina en el coche. Con esto en mente, almorcé rápidamente y nos fuimos a la ciudad. Pero en nuestro apuro, me olvidé de llenar el tanque.
Después que terminamos de hacer las compras, me acordé de que el tanque de gasolina estaba vacío, y no sabía si podíamos llegar a la estación de servicio más cercana. En ese momento, uno de nuestros hijos, y luego el otro, comenzó a quejarse de dolores de estómago. Mi esposa empezó a orar por ellos. Pero pronto, ella comenzó a tener los mismos síntomas. Parecía que era una intoxicación por alimentos, y pensé que como yo había comido media hora después que ellos, tendría los mismos síntomas a los treinta minutos.
Si bien hacía poco que estudiábamos la Ciencia Cristiana, yo sabía que este pensamiento era una sugestión mental, y no una ley de Dios. Si Dios no lo apoyaba, este pensamiento no podía interferir con la necesidad que tenía yo de cuidar a mi familia. En ese momento me vino al pensamiento una declaración que había leído en Ciencia y Salud: "Sea cual fuere vuestro deber, lo podéis hacer sin perjudicaros" (pág. 385). Entonces decidí llevar a la familia a casa, y orando de la manera que había aprendido, negué la realidad espiritual de la enfermedad y declaré la presencia de Dios, quien llena todo el espacio con Su armonía. Yo sabía que nada discordante podía existir dentro de esta omnipresencia armoniosa.