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Cuando Yo trabajaba como...

Del número de julio de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Yo trabajaba como supervisor de mantenimiento en una gran planta petroquímica, pedí un día de descanso para poder llevar a mi esposa e hijos a una ciudad cercana para hacer las compras. Pensé que teníamos que llenar el tanque, ya que teníamos poca gasolina en el coche. Con esto en mente, almorcé rápidamente y nos fuimos a la ciudad. Pero en nuestro apuro, me olvidé de llenar el tanque.

Después que terminamos de hacer las compras, me acordé de que el tanque de gasolina estaba vacío, y no sabía si podíamos llegar a la estación de servicio más cercana. En ese momento, uno de nuestros hijos, y luego el otro, comenzó a quejarse de dolores de estómago. Mi esposa empezó a orar por ellos. Pero pronto, ella comenzó a tener los mismos síntomas. Parecía que era una intoxicación por alimentos, y pensé que como yo había comido media hora después que ellos, tendría los mismos síntomas a los treinta minutos.

Si bien hacía poco que estudiábamos la Ciencia Cristiana, yo sabía que este pensamiento era una sugestión mental, y no una ley de Dios. Si Dios no lo apoyaba, este pensamiento no podía interferir con la necesidad que tenía yo de cuidar a mi familia. En ese momento me vino al pensamiento una declaración que había leído en Ciencia y Salud: "Sea cual fuere vuestro deber, lo podéis hacer sin perjudicaros" (pág. 385). Entonces decidí llevar a la familia a casa, y orando de la manera que había aprendido, negué la realidad espiritual de la enfermedad y declaré la presencia de Dios, quien llena todo el espacio con Su armonía. Yo sabía que nada discordante podía existir dentro de esta omnipresencia armoniosa.

Cuando llegamos a casa, llamé inmediatamente a un practicista de la Ciencia Cristiana para que nos ayudara a través de la oración. El practicista comenzó a orar por nosotros de inmediato. Pocas horas después, mi esposa y mis hijos se sintieron completamente bien, sin ninguna señal de haber estado mal, y yo nunca sentí ningún malestar por haber comido esa comida. Estoy convencido de que esto ocurrió al comprender el bien de Dios, del cual Jesús dijo: "Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres" (Juan 8:32).

Aquella tarde decidí volver al trabajo para ponerme al día. Pero el coche no arrancaba. El tanque de gasolina estaba totalmente vacío. Yo mantengo una lista de control por cada litro de gasolina que utilizo, así que cuando me fijé en el kilometraje del último tanque de gasolina que utilicé, me di cuenta de que el auto había andado cuarenta y tres kilómetros más que nunca, con un tanque de gasolina.

Esta demostración fue el resultado del buen efecto que unas simples verdades espirituales pueden tener cuando se las considera en oración. Eran verdades que yo acababa de aprender en mi estudio de la Ciencia Cristiana. Esta experiencia nos alentó a estudiar con mayor profundidad la Biblia y Ciencia y Salud.

Muchos meses después, aun durante nuestro primer año de estudio, yo me encontraba en el receso de la mañana con mis compañeros de trabajo en la planta. El tema principal de la conversación fue la reciente gripe tan comentada por los medios de comunicación. Si bien yo sabía que tenía que tomar cartas en el asunto, no estaba protegiendo mi propio pensamiento. En vez de ayudarme a mí mismo y a los demás, para protegerlos, empecé a aceptar que todos estábamos a merced de la gripe.

Al día siguiente, a los dos de la mañana, me desperté con todos los síntomas que fueron descritos tan gráficamente durante aquel receso. Mi esposa se despertó y me preguntó si podía hacer algo para ayudarme. Entonces le pedí que llamara a mi trabajo y les indicara que no iba a poder ir a trabajar. Cuando me preguntó qué debía decirles, me di cuenta de que no sanaría si yo mismo me iba a condenar por no haber orado, y creer que ahora tendría que ser castigado con la gripe.

Entonces le dije a mi esposa que no hiciera esa llamada, porque me había dado cuenta de que era un error creer que yo, el reflejo de Dios, podía enfermar. Casi inmediatamente me fui a dormir.

Aquella mañana en el trabajo, la conversación giró nuevamente alrededor de la gripe. Fue entonces que la curación me vino a la mente, además comprendí esta vez, que tenía que orar para poder entender bien claramente que Dios es el bien y es omnipotente; y que la gripe es el mal y, por lo tanto, no tiene ningún poder. Me fui a mi oficina y afirmé la verdad de que Dios creó todo lo que fue hecho, que todo lo que hizo es el bien, y que cualquier preocupación sobre un contagio no proviene de Dios. Así que no puede ejercer ningún poder sobre mí, ni sobre los demás.

Cuando me reuní con mis compañeros a la hora del almuerzo, la conversación había cambiado, y no volví a escuchar nada más sobre la gripe. Tampoco padecí más de los síntomas.

El estudio del libro de texto de la Ciencia Cristiana nos ha llevado a profundizar nuestro estudio de la Biblia, y las enseñanzas de estos dos libros nos han estado ayudando durante todos estos años.



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