Cada Cuatro Años el mundo se deleita con el espectáculo grandioso de los estadios decorados para los Juegos Olímpicos, los atletas que compiten y los himnos nacionales que se tocan durante la entrega de medallas. Los diarios, la televisión, la radio, las revistas especializadas y la gente en general, parecen expresar el deseo de presenciar y divulgar los nuevos logros humanos, en su búsqueda de sobrepasar las limitaciones impuestas por lo físico. Hasta el lema de los juegos en latín, "Citius — Atius — Fortius", es decir, "Más rápido — más alto — más fuerte", parece aludir a ello.
Extasiadas al ver los prodigios atléticos, millones de personas se sienten impulsadas a practicar alguna forma de deporte, atraídos por la belleza de los movimientos, por la competencia sana y por la alegría de la camaradería y convivencia internacional.
Aunque yo nunca fui un atleta de alto nivel de competición, siempre me encantaron los deportes. Desde mi adolescencia practiqué varios deportes: básquetbol, natación, vóleibol y karate. Pero en aquella época, también tenía otros intereses y otras inquietudes. Yo buscaba respuestas de índole espiritual y siempre me preguntaba: "¿De dónde vienen las enfermedades?" "¿Por qué sufren los inocentes niños?" "¿Por qué y para qué existo?" "¿Qué relación existe entre la ciencia y el poder de Dios?"
Hoy me doy cuenta de que podemos alcanzar la comprensión espiritual sobre la relación inquebrantable que existe entre Dios y el hombre. Fue lo que más tarde influyó favorablemente en mi vida, también con respecto a mi amor y dedicación al deporte.
Durante mis años de secundaria, sufrí una lesión que amenazó mi actividad deportiva. El ejercicio físico prolongado me producía mucho dolor en una rodilla. Me veía obligado a suspender el entrenamiento, y el dolor desaparecía después de dejar descansar la pierna durante unos días.
En ese entonces, yo no conocía la Ciencia Cristiana. Consulté a un especialista en medicina deportiva, quien diagnosticó que tenía rotura de tendones. Me recetó inyecciones locales, extremadamente dolorosas. El tratamiento no surtió efecto, por lo cual el médico determinó que me tenían que operar. El resultado de la operación era dudoso, y se corría el riesgo de que la rodilla quedara todavía peor. Por lo tanto, decidí no operarme. Entonces, como no quería dejar de hacer algo que me gustaba tanto, continué practicando deportes, aunque con mucha dificultad.
En esa época mi madre comenzó a estudiar la Ciencia Cristiana, y por medio de ella mi hermano y yo nos interesamos en las enseñanzas de Ciencia y Salud escrito por Mary Baker Eddy.
Lo que me atrajo desde el comienzo de mi estudio de la Ciencia Cristiana fue la revelación de la verdad sobre el hombre y el universo, y sobre la relación de éstos con Dios. Para entender cuál es la verdadera naturaleza del ser, tenemos que comenzar a comprender qué es Dios. En el capítulo "La Ciencia del ser" la Sra. Eddy, basándose en la Biblia, nos dice: "Las Escrituras dan a entender que Dios es Todo-en-todo. De eso se deduce que nada posee realidad ni existencia excepto la Mente divina y Sus ideas".Ciencia y Salud, pág. 331. Y más adelante dice: "Dios es individual, incorpóreo. Es el Principio divino, el Amor, la causa universal, el único creador, y no hay otra autoexistencia. Es omnímodo, y es reflejado por todo lo que es real y eterno y por nada más. Llena todo el espacio, y es imposible concebir tal omnipresencia e individualidad excepto como Espíritu infinito o Mente. Por lo tanto, todo es Espíritu y espiritual". Esa definición de Dios fue para mí totalmente revolucionaria.
No tengo duda de que la alegría que sentí al reconocer esa curación, fue mucho mayor que ganar una competición importante.
Al definir a Dios como Espíritu o Mente, y al considerar a Dios como la fuente de la realidad única, la Ciencia Cristiana cambió completamente "las reglas del juego" de mi manera de pensar. Ahora yo ya no podía continuar tratando de comprender a Dios basándome en el testimonio de los cinco sentidos materiales. En lugar de razonar partiendo de una base física, pasé a razonar partiendo de una base metafísica. Dios está más allá de la materia. Todo aquello que viene de Dios es armonioso y bueno. La Biblia nos informa, refiriéndose a Dios: "Muy limpio eres de ojos para ver el mal". Hab. 1:13.
Comencé a vislumbrar el hecho de que el universo material, a pesar de parecer sustancial, no es nada más que una ilusión, un concepto falso, fruto del sueño humano de que hay vida, sustancia e inteligencia en la materia. En realidad, todo el universo, incluso el hombre, es espiritual y eterno.
La clara comprensión de la verdadera relación que existe entre Dios y el hombre, como Mente progenitora e idea derivada de esa Mente, le permitía a nuestro Maestro, Cristo Jesús, sanar a los enfermos, andar sobre las olas y calmar las tempestades. Jesús sabía que todo el poder es de Dios, y no atribuía ninguna capacidad a la materia. De allí obtenía el pleno dominio sobre los cuadros de discordia que el mundo le presentaba.
La verdad acerca de Dios y el hombre continúa a disposición de todos para ser demostrada y comprobada como lo estaba en tiempos de Jesús, porque el Cristo está hoy actuando en la consciencia humana, exactamente, como cuando Jesús sanaba. Comprobé este hecho, porque a medida que profundizaba mi estudio de la Ciencia Cristiana, mi pensamiento fue alcanzando conceptos más espirituales. La respuesta a la pregunta "Qué es el hombre", en Ciencia y Salud, es muy esclarecedora: "El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales. Las Escrituras nos informan que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. La materia no es esa semejanza. La semejanza del Espíritu no puede ser tan desemejante al Espíritu. El hombre es espiritual y perfecto; y porque es espiritual y perfecto, tiene que ser comprendido así en la Ciencia Cristiana".Ciencia y Salud, pág. 475.
Imbuido de esas verdades reconfortantes y reveladoras, fui encontrando las respuestas a mis preguntas sobre nuestro propósito en la vida. Poco tiempo después de haber comenzado a estudiar esta Ciencia, un día, cuando practicaba deportes, me di cuenta de que ya no sentía dolor en la rodilla. Estaba completamente sano. Nunca más tuve ese problema. La curación se produjo con toda naturalidad, a medida que comprendí que mi verdadero ser es enteramente espiritual, por lo tanto, perfecto e intacto. Es el día de hoy que sigo practicando deportes sin impedimento alguno.
No tengo duda de que la alegría que sentí al reconocer esa curación, fue mucho mayor que ganar una competición importante. Por cierto que siempre hay grandes recompensas y alegría para los campeones, en todo tipo de deportes. Pero nada se iguala a la gratitud de poder liberarse de las leyes materiales que pretenden limitarnos e impedirnos el movimiento. Es algo extremadamente maravilloso, porque se ajusta muy bien al lema olímpico: "Más rápido — más alto — más fuerte", en nuestra búsqueda de reconocer que la Vida es Dios.
