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Pequeñas cosas, grandes cosas, semillas de mostaza y sicómoros

Del número de julio de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Los Lectores De La Biblia con frecuencia aprenden a respetar las pequeñas cosas. Aprenden que las cosas pequeñas y humildes — cuando tienen el respaldo del Espíritu divino — son mucho más poderosas que las grandes cosas que hacen estruendo y amenazan y a las que se les atribuye más importancia de la que en realidad tienen.

Los lectores del Antiguo Testamento aprenden, por ejemplo, cómo un joven pastor llamado David, que temía a Dios, y que sólo contaba con una honda y unas pocas piedras pequeñas para defenderse, mata a un gigante de tres metros de alto llamado Goliat. Véase 1 Sam. 17:23–50. Aprenden cómo Dios habla a un profeta llamado Elías, no en el tumulto del viento ni en el terremoto, ni en el fuego, sino con una "voz callada y suave" que lo guía con suavidad. 1 Reyes 19:11, 12 (Versión Moderna). Y leen que un Mesías establecerá algún día un reino de paz, en el cual "un niño los pastoreará". Véase Isa. 11:1–6.

Luego, en el Nuevo Testamento, llega ese Mesías a través de la maravillosa carrera de enseñanzas y curaciones de Cristo Jesús. Y Jesús también habla acerca del poder de las pequeñas cosas, las cosas modestas, las cosas espirituales. Él enseña a sus seguidores a ser humildes, porque aquellos que son "como niños" a sus propios ojos son "el mayor en el reino de los cielos". Véase Mateo 18:2–6.

Hay otra cosa "pequeña" de la cual habló Jesús: la semilla de mostaza. En aquellos días, todos conocían la mostaza negra común. Las enormes plantas de entre cuatro y cinco metros de altura que producían estas semillas, salpicaban toda la campiña palestina. Y todos sabían que la semilla de mostaza era, en las palabras de Jesús, "la más pequeña de todas las semillas", que mide la centésima parte de un metro y pesa la centésima parte de un gramo. Era casi como el símbolo nacional de lo insignificante.

Entonces, uno puede imaginarse lo sorprendidos que deben de haber estado los discípulos cuando el Maestro les dijo que tener fe como un grano de mostaza ¡daba el poder espiritual para mover una montaña o transplantar un enorme sicómoro al medio del océano! Él dijo: "Si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este sicómoro: Desarráigate, y plántate en el mar; y os obedecería". Lucas 17:6.

Ahora bien, yo nunca he intentado mover una montaña, ¡pero puedo garantizar que resulta muy pesado mover un sicómoro! En Florida teníamos una higuera, prima lejana del sicómoro, en el jardín de adelante. Después de que el huracán Andrés partió el árbol a la mitad, tuvimos que sacarlo. Es decir, tratamos de hacerlo. ¡Recuerdo que fueron necesarios una topadora, un par de camiones, una cuadrilla de hombres, y varios días, para lograr una pequeña parte de lo que el Maestro dijo que una pizca de fe haría en un instante!

Jesús dijo algo más sobre las cosas pequeñas. Enseñó que no importa lo limitadas que parezcan ser nuestras habilidades, nuestra inteligencia, nuestras posesiones o nuestros recursos monetarios. Lo que importa es que uno use su potencial al máximo posible, para gloria de Dios. Explicó que si uno hace esto, los bienes espirituales más pequeños se multiplicarán asombrosamente.

Para ilustrar este punto, Jesús contó una historia sobre tres hombres a los que su jefe les confió un poco de dinero para "darlo a los banqueros" — para que lo invirtieran en alguna forma rentable. Mateo 25:14–30. Dos de estos hombres invirtieron su dinero y recibieron un beneficio del 100 por ciento. El tercer hombre consideró que tenía tan poco para invertir (sólo un "talento", o unidad de moneda) que lo enterró en la tierra.

Tiempo después el jefe les pide cuentas a los tres hombres. Está muy satisfecho con los dos hombres que doblaron su dinero. "Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré", dijo a cada uno de ellos.

¿Y el hombre que enterró su talento? El jefe lo castigó por ser "malo y negligente", por no utilizar el dinero de manera provechosa.

La historia de Jesús, por supuesto, se refiere a mucho más que a una simple inversión financiera. Está dirigida a todos nosotros, especialmente cuando sentimos que, como dice el sabio inglés del siglo XIX Richard Trench: "Tan poco se pone bajo mi responsabilidad que no puede importar cómo administre tan poco". J.R. Dummelow, Commentary on the Holy Bible, pág. 707.

En cierta forma, toda oportunidad de hacer algo constructivo por nosotros mismos o por otras personas, es como un regalo de Dios, un "talento" que el Padre y Madre de toda la creación, de todo el bien, nos confía a nosotros. Y, como todos los regalos de Dios, tiene un impulso divino de expansión y progreso. Cuando nos esforzamos por cumplir la voluntad de Dios y utilizamos estos dones celestiales para servirlo, estamos respondiendo al mandato divino de "dar a los banqueros" lo que comprendemos de la bondad y la gloria de Su creación, de Su universo espiritual, incluso el hombre. Y de hecho estamos orando.

Ni usted ni yo podemos progresar espiritualmente, ni siquiera humanamente, hasta que usemos los "talentos" que tenemos, por más insignificantes que parezcan. Como escribe Mary Baker Eddy en el libro de texto de la Ciencia Cristiana, Ciencia y Salud con Clave de las Escrituras: "A fin de comprender más, tenemos que poner en práctica lo que ya sabemos. Tenemos que recordar que la Verdad es demostrable cuando es comprendida y que el bien no se comprende mientras no se demuestre. Si somos 'fieles sobre poco', sobre mucho se nos pondrá; pero el talento que no se usa se deteriora y se pierde".Ciencia y Salud, pág. 323.

Ninguno de los dones que Dios nos da es insignificante. Ninguna de las oportunidades que Él nos da es insignificante. Ninguno de sus hijos es insignificante. Entonces, cada hijo de Dios (¡y eso nos incluye a todos nosotros!) tiene un propósito divino que alcanzar, y refleja las capacidades ilimitadas que Dios concede a Sus hijos. Esta verdad nos ayuda a ver que, justo aquí y ahora, cada uno de nosotros tiene potencial para alcanzar un crecimiento espiritual sin límites, imparable, que mueve montañas. Y este crecimiento se manifiesta en un desplazamiento que podemos percibir. Desplazamiento del fracaso al éxito, de la falta de empleo a obtener un empleo, de no tener lo suficiente, a tener todo lo que necesitamos.

A una mujer joven que conozco se le presentó una oportunidad a la que se podría llamar "de un talento", y vio cómo la hizo progresar en su vida. Se había graduado de maestra, pero no pudo encontrar ningún puesto disponible. Entonces comenzó a buscar otra clase de empleo. Pero una vez más, no pudo conseguirlo.

El marido de mi amiga había pedido prestado dinero suficiente para su educación, pero ellos contaban con los ingresos de ella para los alimentos y para el alquiler. Entonces ella oró todos los días para comprender que Dios cuida a Sus hijos.

Sin embargo, un día se dio cuenta de que ella le estaba diciendo a Dios qué clase de trabajo quería, en qué ámbito, y qué salario debía percibir. Entonces decidió humillarse, abriendo su corazón a cualquier forma de bien que pudiera percibir. Y eso significaba abrir su corazón a cualquier trabajo honesto, sin importar lo pequeño que fuera el salario.

Pocos días después mi amiga ya tenía trabajo. Como dije, era estrictamente el trabajo de un talento. Lustrar pisos, limpiar baños, sin descansos, malos horarios, pago mínimo. Pero ella estaba muy agradecida por eso. Y de algún modo, tuvo fe en que la misma ley divina que le había brindado esta oportunidad, le daría la fortaleza y la excelencia necesarias para cumplir con sus exigencias.

Bueno, ese pequeño comienzo de semilla de mostaza se expandió de oportunidad en oportunidad, de trabajo en trabajo. Ahora, algunos años después, tanto ella como su esposo tienen trabajos ideales, que aman de verdad. Y están mucho más seguros económicamente.

Pero esta pareja sabe que la verdadera seguridad no se basa en tener un "gran" empleo. Se basa en saber que nuestro verdadero trabajo — grande o pequeño — es ser lo que Dios nos hace ser, la imagen del Amor perfecto. Es darnos cuenta de las infinitas posibilidades que residen aún en la pizca más pequeña de bien que uno pueda encontrar. Está en amar ese bien, creer en él, y en cuidar que su promesa especial se concrete en nuestra vida.

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