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Viajemos juntos

Del número de julio de 1996 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Era Escaso El Aire del Himalaya a 5400 metros de altura. Sin embargo, mi guía sherpa escaló fácilmente la ladera de la montaña. Él había hecho este viaje en varias ocasiones. Me uní a él en este viaje, y el panorama que veíamos desde allí era majestuoso. Estar en la cumbre del Pico Goyko me brindó la oportunidad de ver el mundo desde lo que parecía ser su techo mismo. Sin embargo, la cumbre del Monte Everest se elevaba otros 3300 metros por encima de nosotros. Durante las dos semanas que viajamos juntos, mi guía compartió conmigo su mundo de imponentes montañas y belleza agreste, su cultura, sus anhelos.

Mi esposa y yo hemos hecho otros viajes. Nos maravillamos ante la vasta sabana en África, ante la gracia y la intensidad de las siluetas de los animales salvajes proyectadas contra el espléndido atardecer. Admiramos y convivimos con una familia muy trabajadora en las llanuras de Australia, donde miden las dehesas de su ganado no en hectáreas, sino en cientos de kilómetros cuadrados. Estos viajes fueron para nosotros oportunidades para aprender, para profundizar nuestro respeto hacia nuestro prójimo y hacia el mundo que nos rodea. También nos enseñaron cuál es la clase de viaje cuya magnitud empequeñece cualquier recorrido alrededor del mundo: el peregrinaje espiritual emprendido por Cristo Jesús y por aquellos que se esfuerzan por seguir su ejemplo.

Me inspiraron aquellos que, anhelando unirse a Jesús en esa búsqueda espiritual, fueron guiados a acercarse más a Dios, a considerar más seriamente el llamado del Maestro: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto".Mary Baker Eddy, Escritos Misceláneos, pág. 207. pág. 207. Seguir sus pasos y verdaderamente sentir la presencia de la realidad divina que él percibía, requirió de sus discípulos y apóstoles valor, energía, curiosidad espiritual y humildad. Y quizás, más que todo eso, un amor puro.

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