Hace Algunos Años, cuando conocí la Ciencia Cristiana, tenía muchas razones para buscar otra manera de vivir. Necesitaba sentir que un poder amoroso gobernaba al hombre y al universo. Mi confianza natural en el bien del hombre tenía que solidificarse, y esto sucedió con el tiempo, silenciosamente, a medida que iba aprendiendo qué significa que el hombre es el reflejo de Dios. Ahora podía ver a las personas que anteriormente me habían desilusionado o entristecido, bajo una nueva luz. También tuve que corregir otros puntos de vista, limitados, a veces con mucha resistencia.
Los problemas más grandes no fueron resueltos rápidamente con éxito. Pero ahora me doy cuenta de que esos momentos de lucha fueron los que me trajeron más progreso. Me forzaron a acercarme sinceramente a la Palabra de Dios que leemos en las Escrituras y en Ciencia y Salud.
Desde que empecé a estudiar, he sentido la extraordinaria certeza de que mi familia y yo estamos protegidos, de que el amor y el poder de Dios cuida de nosotros. Cuando hacía muy poco que había comenzado a estudiar la Ciencia, una de mis hijas se enfermó gravemente. Recurrí con toda mi fe a Dios.
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