Era La Época en que el código de vestimenta en la escuela estaba combiando rápidamente. Me llamaron para que fuera a la oficina del Director de mi escuela secundaria donde me dieron un ultimátum sobre mi pelo largo, el bigote, etc. “O se los corta o no puede asistir más a esta escuela”, me dijeron. No podía volver a la escuela hasta que me cortara el pelo y me afeitara. Sentí que esto podía perjudicar mis aspiraciones de seguir una carrera científica. Tenía dieciséis años y me estaban expulsando de la escuela por lo que parecía ser algo totalmente irrazonable. Volví a mi casa desalentado y ofendido; parecía que no había forma de negociar con el punto de vista del Director.
Podía desafiar esta injusticia; ¡protestaría! Sin embargo, ésta no era exactamente la forma que me habían enseñado a tratar los problemas. Había estado estudiando seriamente la Biblia y Ciencia y Salud. Abrí mi Biblia en el Sermón del Monte y leí: “Oíste que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos”. Mateo 5:43–45.
Mi corazón se derritió. Pensé en lo que Cristo Jesús había soportado, y que a pesar de ello, sus enemigos nunca lograron que sintiera odio por ellos. Su amor nunca dependió de la reacción de los demás. Sabía que Dios es Amor infinito, y que para estar realmente vivo hay que expresar el Amor de Dios. Siempre estuvo consciente de que el creador de cada uno de nosotros es el Amor infinito. Sabía que el hombre expresa el amor perfecto de Dios, como Su imagen y semejanza porque en verdad no hay nada más que se pueda expresar.
¿Qué hace que el amor de Dios sea perfecto? Una sola cosa: que no impone ninguna condición. Dios que todo lo sabe, nos ama constantemente ya sea que lo sepamos o no. Su amor no se acaba ni se detiene, porque la compasión del Amor divino es infinita.
Leí en Ciencia y Salud: “Jesús veía en la Ciencia al hombre perfecto, que aparecía a él donde el hombre mortal y pecador aparece a los mortales. En ese hombre perfecto el Salvador veía la semejanza misma de Dios, y esa manera correcta de ver al hombre sanaba a los enfermos. Así Jesús enseñó que el reino de Dios está intacto, que es universal y que el hombre es puro y santo”.Ciencia y Salud, pág. 467–477. Esto me hizo comprender que el Director de la escuela era hijo de Dios, y me embargó un gran sentimiento de afecto y perdón.
Recordé que Jesús le había dicho a Pablo que perdonara sin límites: “hasta setenta veces siete”. Mateo 18:22. También recuerdo que el Maestro rehusó condenar a una mujer que fue sorprendida en adulterio, a quien los escribas y los fariseos iban a apedrear.
Comprendí que pensar que otro es imperfecto es un concepto tan falso, como pensar eso de uno mismo. Pensé: “Esto es lo que debo recordar: el hombre expresa la perfección de Dios, y éste es el único ser verdadero que existe”.
De pronto sentí la fuerte necesidad de ir a la escuela y hablar con el Director. Simplemente quería decirle que apoyaba su ideal de tener una norma de excelencia para nuestra escuela, y que había comprendido que lo impulsaba su deseo de garantizar un mejor lugar donde aprender. A decir verdad, en ese momento en realidad sentía mucho afecto y hermandad para con este hombre.
Terminamos hablando durante cuatro horas, acerca de la vida, la moral, las carreras, la religión y el universo. Al término de nuestra extensa entrevista, dejó sin efecto el código de vestimenta y me dijo que le gustaría mucho si volvía al colegio al día siguiente. Después que le comenté cuanto me gustaba mi carrera, me preguntó si estaría interesado en ir a una universidad local para tomar cursos avanzados que eran muy importantes para esa carrera; le dije que estaba muy interesado, y entonces envió una carta al decano de la universidad para hacer los arreglos necesarios.
El día había comenzado con mi expulsión de la escuela, pero el reconocer al Dios infinito y el amor incondicional que tiene por todos, como Jesús enseñó, me permitió ver la verdadera situación. ¡Cuando el día terminó yo había podido registrarme en la universidad local, y además no tenía que cursar los dos últimos años de secundaria! Esta fue una maravillosa e inmediata confirmación de que el amor de Dios nunca falla.
Este incidente me demostró que todos tenemos a nuestro alcance la ley básica del perdón a través del Amor divino. Entonces no debemos “perdonar y olvidar” como se acostumbra recomendar; sino que debemos perdonar y recordar, recordar que en verdad todos somos los hijos perfectos de Dios. Entonces, podemos pensar que el perdón consiste en ver a otra persona como el hijo perfecto de Dios, sin tener en cuenta si está actuando como tal o no. Éste es el verdadero perdón. Expresa la comprensión de que todos somos “perfectos, como [nuestro] Padre que está en los cielos es perfecto”; Mateo 5:48. y esta comprensión sana.
