De Acuerdo Con Las Estadísticas, la gente de mi edad tiene más problemas que los demás. ¿Qué podemos hacer entonces cuando los años van pasando para sentirnos a salvo, sentir que cuidamos bien de nuestra salud y mantenerla bien? ¿Parece acaso ingenuo, pretender que nuestra salud no cambie cuando nos jubilamos, que eso es algo demasiado bueno para ser verdad?
No, cuando reconocemos como un hecho demostrable el concepto que la Sra. Eddy escribe en su libro Rudimentos de la Ciencia Divina: “La salud es la consciencia de la irrealidad del dolor y la enfermedad; o más bien, la consciencia absoluta de la armonía y de nada más”.Rud., pág. 11.
Hace un tiempo que estoy más atenta que nunca a la urgente necesidad de dedicarme diariamente — en realidad cada hora — a mantener en el pensamiento nada más que la armonía, y nunca permitir que pensamientos de discordancia contaminen mi pensamiento. Estoy haciéndolo con el sincero anhelo de vivir más cerca de Dios, y ceder a la espiritualidad de mi verdadero ser, para ser lo que Dios me hizo ser. Dios, el Espíritu, no creó al hombre como una imagen joven ni como una imagen de edad madura, ni como una imagen de hombre viejo. Sino a Su propia imagen (véase Gén. 1:27). Por lo tanto, el ser real suyo y mío y de todos, no es un cuerpo carnal que inexhorablemente se deteriora con la edad. Es una idea espiritual y sin edad.
Esta espiritualidad innata del hombre es la base sobre la cual podemos mantener constantemente en el pensamiento un estado de armonía espiritual, esa serena consciencia del Cristo que Jesús ejemplificó. He descubierto que cuando hacemos eso estamos protegidos con el mejor programa de atención a la salud que existe.
Aunque el término moderno armonía no se usa en la Biblia en inglés, su sinónimo es paz. Y en uno de mis pasajes favoritos Cristo Jesús, justo antes de ser crucificado, asegura a sus discípulos: “La paz os dejo, mi paz os doy”. Juan 14:27. Cuando aceptamos este don de armonía cristiana como algo intrínseco a nuestro ser, y lo hacemos presente en todas las facetas de nuestra vida diaria, podemos sentirnos seguros de las creencias de que la salud se va deteriorando.
El año pasado cuando mi marido falleció, levanté todo y me mudé al otro lado de los Estados Unidos para vivir en una hacienda con mis dos hijos y una nieta de ocho años. Sentí que esto sería una perfecta oportunidad de cumplir un papel importante en la vida de mis seres queridos.
Pero, ¡cuánto tenía que aprender! Yo pensaba que era afectuosa, paciente y compasiva. Pero pronto me di cuenta de que lo que antes solía ser, ahora no era suficiente. Tengo que ser mejor; y a veces me siento abrumada y agobiada cuando veo cuanto más tengo que mejorar.
Cuando esto sucede, me siento vieja, afligida con una cosa tras otra que me lastima y desgasta. El cuidado de mi armonía se derrumba, es decir, pierdo de vista la pureza y armonía espirituales e inmutables de mi ser. Entonces, vuelvo a estar agradecida por la oportunidad que tengo en esta nueva aventura de sanar en mí misma pecados insospechados, aquellos que son “las zorras pequeñas, que echan a perder las viñas”. Cant. 2:15. Me esfuerzo cada día por mantener mi pensamiento más puro que nunca, libre del egoísmo y de opiniones humanas, por aprender y expresar un mayor afecto, y esto me revitaliza y sana.
En un artículo titulado: “Estanque y propósito”, la Sra. Eddy trata extensamente la importancia vital que tiene la purificación del pensamiento: “Al purificar el pensamiento humano, este estado de ánimo penetra con acrecentada armonía todas las minucias de los asuntos humanos. Trae consigo previsión, sabiduría y poder maravillosos; le quita el egoísmo al propósito mortal, da firmeza a la resolución y éxito al esfuerzo. Mediante el acrecentamiento de la espiritualidad, Dios, el Principio de la Ciencia Cristiana, literalmente gobierna las aspiraciones, la ambición y los actos del Científico Cristiano. El gobierno divino da prudencia y energía, extermina para siempre toda envidia, rivalidad, todo mal pensamiento, malidicencia y malas acciones; y la mente mortal, así depurada, obtiene paz y poder más allá de sí misma”.Escritos Misceláneos, pág. 204–205.
En mi nueva aventura donde trato con temperamentos muy apreciados pero dispares, recurro con frecuencia a este pasaje para tener la certeza de que mis “aspiraciones, ambición y actos” son motivados espiritualmente, y mi propósito sigue siendo altruista. Considero que es muy alentador recordarme a mí misma que aunque no es nuestro propósito cambiar a los demás, podemos hacer mucho para cambiarnos a nosotros mismos. Siempre que sentimos que somos objeto de discordia, podemos recurrir humildemente a Dios en busca de curación, y a menudo descubriremos que hay algo que estamos aceptando en nuestro propio pensamiento que ha provocado el problema o lo ha hecho real. Entonces, cuando purificamos nuestro pensamiento expresando más amor, entendimiento y compasión, la discordia que parecía estar dirigida a nosotros, ya no tendrá de donde agarrarse y desaparecerá. Y se demuestra la irrealidad de la discordia o pensamientos que no provienen de Dios.
A veces, la necesidad misma de prestar más atención a nuestras propias aspiraciones y móviles, y tener cuidado de nunca reaccionar con enojo ni sentirnos ofendidos cualquiera sea la provocación, puede transformarse en una carga. Pero Cristo Jesús, nos dice justamente qué debemos hacer: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, ligera mi carga”. Mateo 11:29, 30.
Imagínate, me digo a mí misma, con todo lo que el Maestro tuvo que soportar, dijo que su yugo era fácil y ligera su carga. ¡De qué me quejo! Así aprendo un poco cada día acerca de cómo superar las discordias mortales al no admitir nunca que el mal es real, ni para mí ni para los demás, y al hacer en silencio lo mejor que puedo para expresar el espíritu del Cristo. Como la Sra. Eddy escribe en Ciencia y Salud: “La proporción en que aceptemos las reivindicaciones del bien o las del mal, determina la armonía de nuestra existencia — nuestra salud, nuestra longevidad y nuestro cristianismo”.Ciencia y Salud, pág. 167. ¡Y esto funciona! Cuanto más puro es mi pensamiento, y más alegría y armonía a la manera del Cristo guardo en mi consciencia, tanto más sana me siento. Ningún dolor ni cansancio, tan sólo el deleite y la gloria de vivir cada nuevo día.
Usted también puede experimentar esto, aun si está luchando con algo que es más grave que el dolor o el cansancio. Mantener la armonía mental es un aspecto muy importante de la curación espiritual. Cuando constantemente nos esforzamos por emular al Cristo en cada cosa que hacemos, llenando cada día con la armonía de pensamiento que sana, no sólo estamos expresando juventud sino que también estamos demostrando el mantenimiento de la verdadera salud. Además, ¡es una manera muy feliz de vivir!
