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¡Vamos, sé quién eres realmente!

Del número de octubre de 1997 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


La Gente Desea encontrarse a sí misma, saber qué es lo que los hace especiales e indispensables. ¿Acaso definen realmente nuestra individualidad las cosas que nos gustan y nos desagradan y aquellas características que llamamos personalidad? ¿La define nuestra manera de vestir o las personas con quienes elegimos estar?

Lo que somos tú y yo en realidad, lo que nos hace invalorables y únicos, es algo que ya poseemos. Nuestra individualidad está determinada por nuestro Hacedor; proviene de Dios. No es algo que compramos ni alguien que pretendemos ser. Descubrir nuestra verdadera individualidad está íntimamente relacionado con descubrir qué es Dios y, por lo tanto, con lo que Dios ha dado al hombre como Su imagen y semejanza. Dios es Vida y Amor. Él es Espíritu y absolutamente bueno. Es la Mente divina que es todo sabiduría. Dios hizo todo el universo, incluso al hombre, y todo lo que creó la Mente es maravilloso y diversamente idéntico al original y expresa su naturaleza. Todo lo que creó la Mente es espiritual, inteligente, amoroso y siempre está sirviendo un propósito útil y esencial.

El hombre de Dios refleja a su Creador en la expresión individual y espiritual de gracia, inteligencia, amor, color, belleza, salud, forma, pureza y poder. En su libro No y Sí, Mary Baker Eddy explica la individualidad del hombre, semejante a Dios, con estas palabras: “El ser individual del hombre debe reflejar al Ser supremo individual, para ser Su imagen y semejanza; y esta individualidad nunca tuvo su origen en la molécula, el corpúsculo, la materialidad o la mortalidad”.No y Sí, pág. 26.

A medida que comprendemos que hay mucha más bondad, belleza e inteligencia disponible para nosotros, ¿acaso no deberíamos cambiar nuestra manera de actuar y de pensar acerca de nosotros mismos? Pues bien, ¿por qué no expresamos todos más cabal y constantemente esta naturaleza semejante a Dios? Quizás porque nos hemos contentado con un concepto anticuado sobre nosotros mismos o creemos que no podemos liberarnos de ese concepto limitado que incluye una faceta mala, que es torpe, desdichada, ególatra, cruel, enfermiza. ¡No es de extrañarse entonces que la gente trate de alterar o realzar su propia imagen!

Pero una naturaleza perversa adherida a un cuerpo (al que llamamos yo) simplemente no es la individualidad real de nadie. Es un sentido falso de la identidad, aunque aparente ser sólido y verdadero. Surge de la convicción equivocada de que la vida proviene de la materia y que somos, por naturaleza, tanto buenos como malos. Esta falsedad argumenta contra nuestra verdadera individualidad que es completamente espiritual y buena, porque es la imagen de Dios y, huelga decir, es un concepto auto-creado que podemos y debemos descartar. Una personalidad en la que el ser mortal y desagradable parece estar entrelazado con nuestro ser no es algo que Dios haya creado. Tiene que ceder a medida que discernimos y expresamos más plenamente la espiritualidad, pureza, inteligencia y belleza inigualable que son realmente nuestras.

Recuerdo una visita que hice al Gran Cañón del Colorado en Arizona que, como millones de turistas a través de los años han descubierto, es una vista grandiosa. Los colores y formas espectaculares de las paredes del cañón, cuyas tonalidades cambian todo el tiempo de acuerdo con la posición del sol, constituyen un panorama tan original y hermoso, que resulta difícil hallar algo similar en la tierra. Mientras contemplaba esta escena me vino el pensamiento de que ninguna invención o producto fabricado por el hombre podía llegar a expresar esta misma maravilla y belleza. Y en realidad no hay necesidad de tal imitación si existe el espléndido original y está a nuestro alcance para que lo disfrutemos.

La individualidad que Dios nos ha dado a cada uno de nosotros es magnífica, totalmente real y está aquí ahora mismo para que la expresemos. Y la piedad que expresamos no sólo es claramente individual, sino que es necesaria. Independientemente de las responsabilidades de cada uno, ya sea que alguien se desempeñe como vendedor de zapatos, programador de computadoras o educador, el expresar piedad tiene un efecto sanador y transformador en la gente, según lo demostró Cristo Jesús. Y Jesús jamás se olvidó de la fuente del amor y la verdad que expresaba; le dio todo el mérito a Dios, diciendo: “No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente”. Juan 5:19.

Pensemos en lo que significa reconocer a Dios como la fuente de toda individualidad y permitir que la expresión de verdad y amor de la Mente única defina quiénes somos. Significa que los talentos que Dios nos ha dado a cada uno y que todos traemos al mundo, son invalorables. Hacen que los lugares en que vivimos, trabajamos y estudiamos sean mejores. Y nuestros talentos son perfectamente compatibles con los de los demás. A medida que cada uno de nosotros llena el lugar que le corresponde, desaparece la necesidad de preocuparse porque el papel de uno pueda interferir con el de otro.

Tal vez alguien crea que poner énfasis en la individualidad podría llevarnos a apartarnos de la sociedad y aislarnos, a dar prioridad a los intereses personales y dejar los de los demás en segundo plano. Sin embargo, ocurre exactamente lo opuesto cuando sacamos a relucir en muestra vida la semejanza de Dios, el Amor puro. Nuestra verdadera individualidad se expresa en altruismo, paciencia, en estar atentos al bienestar de nuestro prójimo, lo que no es un punto de vista egoísta ni aislado. Y el vivir estas cualidades es una indicación muy clara de que somos cada vez más fieles a nuestra verdadera naturaleza.

El estar dispuestos a conocer a Dios y dejar que Él defina lo que somos, es el mejor modo de impedir que el mundo nos defina. Se produce una especie de educación (algunos la llaman hipnotismo) cuando se acepta la imagen que la sociedad mantiene de una generación en particular, ya sea que nos represente como tontos, débiles, egocéntricos, airados, demasiado viejos, demasiado jóvenes o lo que sea. Adoptar la naturaleza y características de la imagen que tiene el mundo significa perder, no encontrar, nuestra individualidad.

Es alentador saber que no importa a quién o a qué en el mundo habramos permitido modelarnos, no tiene la facultad de ser nuestra identidad real y estamos libres para despojarnos de todas las características malas. Y cuanto antes nos despojemos de ellas mejor. Ahora mismo podemos pensar que somos los hijos de Dios y desechar todo lo demás.

Cuando lo hacemos descubrimos algo maravilloso. Somos lo que realmente somos.

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