El Jubilarse De Un Trabajo de muchos años produce grandes cambios en la vida. Si está esperando para jubilarse, tal vez piense qué va a hacer con su tiempo. ¿Tiene algún hobby? ¿Algún interés de trabajar para la comunidad? ¿Algo que pueda hacer para ganar algún dinero extra? Todas estas preguntas son naturales. Y si alguien más vive en la casa, sería bueno preguntarse de qué modo afectará a esa persona nuestra jubilación.
Una amiga mía vio que cuando su marido se jubiló, luego de trabajar más de cuarenta años, fue necesario hacer algunos ajustes. Amaba a su marido y él era un hombre muy bueno, pero tenerlo en la casa todo el tiempo era un problema. Él era un perfeccionista, y observaba y criticaba todo lo que ella hacía. Ella dijo: “Soy de naturaleza tranquila, y después de algunos meses, empecé a preguntarme si nuestro prolongado matrimonio sobreviviría a esta nueva situación”.
Sin embargo, mi amiga sabía que cuando enfrentamos un problema como éste, necesitamos cambiar nuestro propio pensamiento. Nuestros pensamientos controlan nuestra experiencia, de modo que necesitamos estar alerta a lo que pensamos para ser pacificadores como los que tenía en mente Cristo Jesús cuando dijo: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. Mateo 5:9. Para ser la mejor pacificadora, mi amiga sabía que necesitaba que su pensamiento se pusiera en línea con Dios, en línea con esos dos grandes mandamientos que nos dio Jesús: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente” y “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Mateo 22:37, 39.
Mi amiga sabía que amar a su prójimo como a sí misma incluía amar a su marido, sin ninguna reserva. Ella había estado pensando que fue creada por Dios, perfecta y espiritual como El es. Pero entonces comprendió, que: “No solo tenía que verme a mí sino también a mi esposo como el hijo perfecto de Dios. Tenía que amarlo — no solo con abrazos y afecto, sino amarlo de la manera que Jesús amó—, tenía que verlo como él verdaderamente es: el amable y bondadoso hijo de Dios”. Con este cambio en su propio pensamiento, no tuvo que decirle nada a su esposo, sino que la situación “cambió de la noche a la mañana”, me dijo. Y ha permanecido así.
Mi amiga dedujo esta importante observación: “El amor es lo único que podemos brindar sin que nunca se acabe, cuanto más amamos, más amor tenemos”. De esta manera se mejora cualquier relación. Quizás no siempre veamos todos los cambios que deseamos ver en la otra persona, pero comprender que cada uno de nosotros es el amado hijo e hija de Dios nos permite amar al prójimo y sentir una seguridad inigualable.
Dios es tanto Padre como Madre. Su amor por nosotros es completo. Sin embargo, es esencial que comprendamos que el amor de Dios nos rodea y se extiende a toda Su creación, incluso a amigos, a los que queremos, a aquellos que no conocemos ni hemos escuchado de ellos, y aun a nuestros enemigos. Nadie ni nada queda excluido del amor de Dios, del misericordioso y compasivo, universal e infinito. ¡Qué pensamiento tan reconfortante es éste!, y puede traer paz aun a los peores problemas de relación. Como mi amiga comprendió, necesitaba cambiar su propio pensamiento, no el de su marido; y dio resultado.
