¡Qué Hermosa Sensación De Paz y sosiego nos produce escuchar una melodía suave y armoniosa, con sus timbres y sonidos nunca desproporcionados! Sus tonos rítmicos dulces y alegres nos deleitan en innumerables formas y nunca nos cansaríamos de apreciar su armonía. Por otra parte, a nadie le agrada tener que presenciar u oír un concierto de ruidos estrepitosos, inarmónicos y estridentes, o soportar un zumbido constante.
De la misma manera podría pensarse que la expresión continua de cualidades como la discreción, la prudencia y el dominio propio en nuestra vida, pueden compararse con esos acordes armoniosos que atraen irresistiblemente el aprecio y la confianza de todos. Y en cambio, un conjunto de ruidos inarmónicos y desafinados podríamos equipararlos a ciertas actitudes mortales expresadas como indiscreción, imprudencia y chismerío.
El hombre, como emanación infinita del Principio divino, en realidad sólo posee cualidades espirituales, puras y perfectas como su verdadera identidad. Estas cualidades constituyen su verdadera sustancia. Todo lo que no sea semejante al bien, lo que no sea semejante a la perfección, no forma parte de su ser espiritual.
Así, mucho de lo que parece presentar el mundo de hoy — una marcada tendencia al egocentrismo, a la vanidad de mostrar logros y realizaciones como personales, a estar pendiente indiscretamente de los asuntos personales, a divulgar, comentar y criticar la vida ajena — está muy lejos de reflejar la creación espiritual, indestructible, “buena en gran manera”, Gén. 1: 31. que la sabiduría infinita de la Mente, Dios, plasmó.
Entonces, ¿de dónde viene esa aparente tendencia humana hacia la frivolidad, la insensatez y la curiosidad? Estas engañosas manifestaciones no se encuentran presentes en el hombre creado a imagen de Dios, al que le fuera dado señorío y dominio sobre todas las cosas, según se nos relata en el primer capítulo del Génesis. Más bien ejemplifican una creencia en la existencia de un tipo de hombre mítico, llamado Adán, cuyas características originales fueron la ignorancia, la debilidad y la desobediencia.
La Sra. Eddy, pregunta en Ciencia y Salud: “¿Qué es entonces la personalidad material que sufre, peca y muere?”, y responde: “No es el hombre, quien es la imagen y semejanza de Dios, sino la contrahechura del hombre, la semejanza invertida, la desemejanza llamada pecado, enfermedad y muerte”.Ciencia y Salud, pág. 285. Y en otra página declara: “La Ciencia Cristiana ordena al hombre a dominar las propensiones — refrenar el odio con la bondad, vencer la lujuria con la castidad, la venganza con el amor, y superar el engaño con la honradez”.lbid., pág. 405. Es decir, ella expresa constantemente en sus enseñanzas la exigencia divina de la regeneración en todas las minucias de la vida. Necesitamos despojarnos de la naturaleza mortal y manifestar la gloriosa libertad y plenitud del hombre espiritual, el reflejo fiel de la Verdad. ¿Quién no desearía acaso, reflejar en los detalles más mínimos del diario vivir estas cualidades?
Gracias a Dios, nuestro Padre–Madre, todo deseo sincero de progresar moral y espiritualmente siempre es atendido por Él mismo. De este modo, cada uno puede percibir más y más Sus infinitos atributos y expresarlos.
Podríamos detenernos ahora a reflexionar sobre lo que nos aporta nuestro Maestro Cristo Jesús a este respecto. Jesús nunca permitió que sus obras fuesen interpretadas como personales, ni quiso que se lo endiosara por las curaciones que realizaba. Véase Juan 5:19; 6:14, 15. También en algunas oportunidades, a los que eran sanados, los exhortaba diligentemente a que no divulgasen sus curaciones. Véase Mateo 9:27–31; Marcos 8:22–26; Lucas 8:51–56.
¿Por qué razón habrá adoptado Cristo Jesús esa norma de conducta? Con seguridad, porque sabía cabalmente que el pensamiento ignorante y no espiritualizado es incapaz de discernir correctamente al Cristo, la verdadera idea de Dios y el hombre. Puesto que los pensamientos no espiritualizados tienen un punto de vista material, precisan entronizar algo que los sentidos materiales puedan ver; y esto es por lo general una personalidad humana. Este tipo de pensamiento no puede percibir la espiritualidad del hombre o la actividad del bien, el Espíritu. Justamente contra este supuesto artificio, nuestro Maestro nos advierte: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos”. Mateo 7: 6. También nos amonesta constantemente a que obedezcamos la Regla de Oro en nuestras relaciones con los demás, para que el bienestar y la armonía caractericen nuestros actos y pensamientos.
En mi experiencia particular, el haber guardado la discreción respecto de mis deseos y proyectos, algunos muy importantes para mi crecimiento espiritual, dejando que Dios los modelara y concretara a su debido tiempo, ha tenido efectos beneficiosos. Tal confianza radical en el poder de Dios nos hace practicantes fieles de la Ciencia Cristiana.
Seremos discretos e inteligentes en todo lo que llegue a nuestros oídos, en todos los órdenes del quehacer cotidiano, en vez de especular o chismear, actuar imprudentemente o con poca inteligencia. Entonces, nuestra vida y nuestras oraciones darán amplio testimonio de la bondad y sabiduría de Dios.
