Hace Algunos Años, un amigo mío y yo caminábamos en un parque de nuestra ciudad. Era un día de sol radiante. Mi amigo se sentía angustiado por una relación amorosa desdichada y tenía además problemas físicos. Pero nuestra conversación era agradable, interesante y constructiva. De pronto, sin ninguna razón aparente, mi amigo comenzó a insultarme. De inmediato comprendí que esto era consecuencia de su infelicidad y sufrimiento.
Me dije a mí mismo, no respondas. Eleva tu pensamiento y reconoce la totalidad amorosa de Dios. Reconoce la verdad acerca de la naturaleza firme y perfecta del hombre.
Y así lo hice. En silencio afirmé que el hijo de Dios, la verdadera identidad espiritual de todas las personas, es siempre bondadosa, amable y plena. Está siempre gobernada por Dios, el bien, y en paz, porque es la expresión del Alma. Permanecí en silencio, aferrado a estas verdades poderosas.
Al rato, mi amigo se calmó y se volvió amable. Poco después me pidió disculpas y dijo que no sabía lo que le había sucedido. Evidentemente se sentía mejor y se le veía más recuperado también, casi radiante. Era indudable que en cierta medida había habido una curación.
En cualquier momento, el Cristo, el espíritu del Amor divino, está listo para ayudarnos. Cuando recurrimos a Dios, Su presencia cercana y bondadosa se manifiesta; Su inteligencia divina puede destruir cualquier error o creencia falsa. Y esto fue lo que sucedió en el incidente con mi amigo. Cuando tuve que enfrentarme con una actitud de animosidad, en vez de reaccionar negativamente, recurrí a Dios, la Verdad y el Amor divinos, y entonces fui testigo de la acción regeneradora del Amor que ya estaba presente y operando plenamente. ¡Solo faltaba percibir que estaba allí!
Cuando esta acción del Cristo surgió en mi pensamiento, comenzó a estimular y a ampliar mi percepción espiritual acerca de la identidad siempre amorosa de mi amigo, creada a semejanza de Dios. Me capacitó para que en cierta medida contemplara la actividad constante del Cristo sanador.
¿No es acaso esto lo que Cristo Jesús hacía siempre con firmeza y perfección, contemplar la identidad pura del hombre, hecha a semejanza de Dios, allí donde la creencia falsa pretendía ver su opuesto, al mortal malvado y pecador? Todos podemos aprender a seguir el ejemplo de Jesús.
Mi amigo sanó de un arrebato emocional. ¿Pero puede acaso una mayor percepción de la Verdad traer la curación física también? ¡Sin lugar a dudas! Y ¿podemos acaso nosotros alcanzar rápidamente el nivel espiritual de pensamiento necesario para sanar, cuando nos encontramos ante situaciones extremas? ¡Naturalmente que sí!, porque esa presencia bondadosa, el Cristo sanador, está siempre disponible, siempre presente. Cuando amamos a Dios y tenemos confianza en Él, y nos mantenemos fieles a la Verdad y el Amor, se obtienen resultados maravillosos.
Un adolescente que era el guardameta del equipo de fútbol de su escuela, sufrió una caída muy seria durante un partido. Sus compañeros de equipo y el director técnico corrieron a verlo. Estaba semiinconsciente y con mucho dolor.
Llamaron a su padre y llevaron al joven a su casa. Pidieron la ayuda de un practicista de la Ciencia Cristiana para que orara por él. Al rato, el padre y su hijo (que ya había recuperado el conocimiento), estudiaron juntos la Lección Bíblica con pasajes de la Biblia y Ciencia y Salud; el padre le leía la lección a su hijo en voz alta.
La madre llamó al practicista y le informó que no podía orar ni estudiar porque sentía mucho temor por el estado físico de su hijo. El practicista le aseguró que el temor no podía impedir que ella elevara su pensamiento y se volviera más profundamente hacia Dios, el Principio divino. Y aun cuando sentimos temor, el Amor que Dios siente por nosotros y Su perfecta totalidad lo abarcan todo y son todopoderosos. El practicista le recordó esta declaración alentadora y absoluta de Ciencia y Salud: "El temor jamás ha detenido al ser y su acción".Ciencia y Salud, pág. 151.
Estas verdades dieron consuelo y confianza a la madre del joven. Después de un momento de oración en silencio, subió a la habitación de su hijo y comprobó que el estado del joven ya era normal. La curación había sido completa.
Es sumamente interesante hacer notar que en esta ocasión el joven también sanó de una lesión que había sufrido en la espalda siendo niño. El practicista no estaba enterado de esa lesión. Pero el poder de la Verdad, que todo lo penetra, trajo la curación completa. Este poder está siempre operando como la ley restauradora e ineludible de Dios.
El practicista había percibido claramente que en el reino de Dios, que es de una armonía invariable, los accidentes son imposibles. Él sabía que el hombre, el hijo amado de Dios, no tiene una forma corporal; no es un mortal que puede ser herido o que puede dañarse a sí mismo, porque Dios no se desvía de la perfección ni permite que haya imperfección en Su creación, que es totalmente espiritual. El hombre, Su reflejo impecable, no puede desviarse de Su perfecta ley de salud y armonía.
¿No es acaso maravilloso saber que por medio del amor, la gratitud y la paciencia podemos elevarnos más en el reino del pensamiento espiritual hasta que nuestro pensamiento está tan elevado espiritualmente que las falsas creencias de enfermedad o de pecado desaparecen de nuestra consciencia, y comprobamos cómo se manifiesta la curación? Y detrás de nuestro noble deseo de sanar se encuentra el poder y la inteligencia constantes del amor de Dios por el hombre.
Este amor no puede ser negado ni obstaculizado. Por lo tanto, en cualquier lugar, en cualquier momento, en cualquier situación difícil, podemos orar, estudiar y acercarnos a Dios, el Principio sostenedor.
Ciertamente podemos recibir la inspiración espiritual que trae regeneración, progreso y curación.