Hace Algunos Años, un amigo mío y yo caminábamos en un parque de nuestra ciudad. Era un día de sol radiante. Mi amigo se sentía angustiado por una relación amorosa desdichada y tenía además problemas físicos. Pero nuestra conversación era agradable, interesante y constructiva. De pronto, sin ninguna razón aparente, mi amigo comenzó a insultarme. De inmediato comprendí que esto era consecuencia de su infelicidad y sufrimiento.
Me dije a mí mismo, no respondas. Eleva tu pensamiento y reconoce la totalidad amorosa de Dios. Reconoce la verdad acerca de la naturaleza firme y perfecta del hombre.
Y así lo hice. En silencio afirmé que el hijo de Dios, la verdadera identidad espiritual de todas las personas, es siempre bondadosa, amable y plena. Está siempre gobernada por Dios, el bien, y en paz, porque es la expresión del Alma. Permanecí en silencio, aferrado a estas verdades poderosas.
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