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Multipliquemos la bondad y no el enojo

Del número de marzo de 1997 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Colgué El Teléfono sintiendo que me odiaban. Nunca me habían hablado como esta clienta, tan enojada. Había sido un error de tan solo cuatro dólares y tampoco fue mi culpa. Había puesto tanto esfuerzo para hacer esta venta. ¿Era ésta mi recompensa?

A pesar de que me ocupé de su queja, eso no resolvió el problema. Mis sentimientos habían sido heridos. Sentí que no podía hacer nada para que esta mujer me perdonara. Me había afectado tanto este incidente que rehusé hacer transacciones por varios días. Tenía pendiente otra transacción con esta mujer, pero no quería tratar con ella otra vez.

Posteriormente, un familiar de esta clienta me aseguró que ella siempre actuaba así y que merecía una reprimenda. Esto fue como un mensaje para mí. Como Científica Cristiana, había aprendido que el hombre es la verdadera imagen y semejanza de Dios. Lo que estaba aceptando de esa mujer no era esa semejanza, no era su verdadera naturaleza. Comprendí que no podía aceptar el comportamiento grosero como parte del ser de esta mujer, porque deshonraría a Dios al hacer eso.

Empecé a considerar lo que la Biblia nos dice que pasó después que el hombre fue creado. El libro del Génesis afirma:

"Los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla". Luego continua el relato: "Y Dios vio todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera". Gén. 1:28, 31.

La bondad entonces era lo que Dios tenía el propósito de multiplicar. Empecé a comprender que uno no puede limitar el bien a un solo individuo como no podría contener todas las aguas del mundo en sus manos. La bondad es reflejada por todas las creaciones de Dios.

¿Qué es la bondad? Me pregunté. ¿Un acto altruista? ¿Un cumplido? ¿Un toque del Cristo en nuestra vida? ¿Cómo se multiplica la bondad? Razoné que expresamos el bien a los demás. Como resultado de esto, ellos transmiten el aprecio a alguien más. ¿No es así? Yo fui amigable con esta clienta. No le grité, pensé con egoísmo, tratando de justificar el incómodo sentimiento que aún sentía.

No podía continuar con esos pensamientos desagradables hacia ella.

Oré pidiendo a Dios: ¿Qué sucede con las personas que rechazan el bien que les sale a borbotones? ¿En qué se convierten tales individuos? La respuesta que obtuve fue que nadie es malo. Es nuestro trabajo, como buscadores de la Verdad, reconocer la bondad en la gente y en todas las creaciones de Dios. Si nos concentramos en el mal, podemos ser tentados a creer que Dios no hizo al hombre perfecto. Aun así sabemos por la Biblia que estamos hechos a Su imagen, perfectos como nuestro Padre. Cristo Jesús nos habló de nuestra perfección y de cuando Dios le dijo: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto". Mateo 5:48.

Cuando hablaba de la perfección, no se refería a los cuerpos físicos sino al hombre como creación del Espíritu. Mary Baker Eddy nos ayuda a entender mejor esta perfección cuando escribe en Ciencia y Salud: "El hombre no es materia; no está constituido de cerebro, sangre, huesos y otros elementos materiales... El hombre es espiritual y perfecto; y porque es espiritual y perfecto, tiene que ser comprendido así en la Ciencia Cristiana. El hombre es idea, la imagen, del Amor; no es físico".Ciencia y Salud, pág. 475.

Necesitaba reconocer a esta mujer y a mí misma como la "idea, la imagen, del Amor". No podía continuar con esos pensamientos desagradables hacia ella. También comprendí la instrucción de Dios: "Fructificad y multiplicaos" es una guía para multiplicar lo bueno, no lo malo. Como ideas de Dios, verdaderamente reflejamos bondad, y al hacerlo brindamos alegría a los demás y a nosotros mismos. Al adoptar la luz del Cristo, que brilla aun en las oscuras depresiones del mundo mortal, reflejamos bondad en forma natural.

Al comprender estas ideas, el poder sanador del Cristo empezó a resplandecer en mí, y finalmente pude ver la bondad natural de esta clienta. No podía aceptar nada menos. Lo que yo sentía era más que perdón, estaba aceptándola como lo que realmente es, la querida y amada hija de Dios. Empecé a erradicar mi opinión original, que se basó en un punto de vista equivocado acerca de ambas.

Terminé mi última transacción con ella de una manera armoniosa. No hubo ninguna fricción, no se mencionó nada sobre el incidente anterior y lo más importante fue que aprendí a distinguir los pensamientos y la inspiración que provienen de Dios y que alimentan a Su creación, de los malos pensamientos y acciones que nos separan de Su bondad.

Al comienzo de esta experiencia, traté este problema usando las expectativas y teorías humanas, pero cuando recurrí de todo corazón a Dios, Sus ideas se fueron revelando, multiplicando y manifestando en mi vida. Descubrí que cuando la vida se percibe espiritualmente, ninguno puede ser visto como algo menos que el hijo perfecto de Dios.

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