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Multipliquemos la bondad y no el enojo

Del número de marzo de 1997 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Colgué El Teléfono sintiendo que me odiaban. Nunca me habían hablado como esta clienta, tan enojada. Había sido un error de tan solo cuatro dólares y tampoco fue mi culpa. Había puesto tanto esfuerzo para hacer esta venta. ¿Era ésta mi recompensa?

A pesar de que me ocupé de su queja, eso no resolvió el problema. Mis sentimientos habían sido heridos. Sentí que no podía hacer nada para que esta mujer me perdonara. Me había afectado tanto este incidente que rehusé hacer transacciones por varios días. Tenía pendiente otra transacción con esta mujer, pero no quería tratar con ella otra vez.

Posteriormente, un familiar de esta clienta me aseguró que ella siempre actuaba así y que merecía una reprimenda. Esto fue como un mensaje para mí. Como Científica Cristiana, había aprendido que el hombre es la verdadera imagen y semejanza de Dios. Lo que estaba aceptando de esa mujer no era esa semejanza, no era su verdadera naturaleza. Comprendí que no podía aceptar el comportamiento grosero como parte del ser de esta mujer, porque deshonraría a Dios al hacer eso.

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