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Liberémonos del dolor

Del número de marzo de 1997 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Para Muchos El Dolor es una carga molesta de la vida diaria, y cualquier actividad normal es una tarea difícil de soportar. A veces tenemos la impresión de que no hay otra alternativa que resignarse irremediablemente al dolor. Parecería que al insinuarse el dolor todo pensamiento inspirado y gozoso desaparece.

Pero no debiera ser así. Hay una salida para terminar con el dolor que nos revela la libertad que Dios nos otorgó. Cada uno de nosotros puede orar a nuestro creador con toda humildad.

La vida del hombre está gobernada por Dios, el Alma. A medida que comprendemos que todo lo bueno y perfecto nos pertenece perpetuamente porque somos Su reflejo, sentimos a diario Su presencia y omnipotencia. Aunque el dolor pretendería anular el bien y perfección que Dios concede, cualquiera sea la manifestación del error — ya sea como sensación aguda repentina o una supuesta influencia crónica — es una mentira. Es una visión falsa de nosotros mismos que puede percibirse a través de una mejor comprensión de Dios y del hombre.

La oración que reconoce con toda claridad que el hombre es invulnerable y libre en toda situación, nos fortalece para rechazar el dolor tan incuestionablemente como corregimos una opinión falsa que teníamos acerca de alguien que por equivocación habíamos acusado de obrar mal. En la oración nos podemos aferrar firmemente a la perfección de la creación divina, y de ese modo percibimos que el dolor es una sensación mortal errónea.

El dolor intenta crear una anarquía mental. Representa una especie de confusión. Pero aun en medio de este estado mental de emergencia, el hecho espiritual permanece invariable: Dios gobierna, Su dominio no ha sido derrocado, y no existe otro poder aparte de Él. Estamos constantemente protegidos y en manos de Dios.

El hombre expresa orden y transparencia, y comprende que la libertad y sublimidad son inherentes a su naturaleza.

En Ciencia y Salud, Mary Baker Eddy dice: "Sed firmes en vuestra comprensión de que la Mente divina gobierna y que en la Ciencia el hombre refleja el gobierno de Dios. No temáis que la materia pueda doler, hincharse e inflamarse como resultado de una ley de cualquier índole, cuando es evidente que la materia no puede tener dolor ni padecer inflamación".Ciencia y Salud, pág. 393.

Al reflejar el gobierno de Dios, el hombre expresa orden y transparencia, y comprende que la libertad y sublimidad son inherentes a su naturaleza. Categóricamente el dolor no es parte de su experiencia.

Entre todas las falsas pretensiones que se presentan en la experiencia humana, el dolor no ocupa un lugar especial. Como todos los otros conceptos materiales, el dolor es una creencia errónea que sugiere que hay un poder aparte de Dios, aparte del bien. Pero en todas esas falsas creencias hay algo que es verdad: no tienen validez, ni justificación, ni razón de ser, y no tienen pasado ni futuro, puesto que Dios es el único poder. El cuerpo material no tiene sensación propia y no puede ni sufrir ni quejarse. Su vocero es la mente mortal, que pretende comunicar sus propias imágenes a través de los cinco sentidos materiales. Pero esta supuesta mente es incapaz de hablar con veracidad, porque carece de autoridad que sustente su credibilidad. Nadie está obligado a escuchar fascinado sus rumores, ni sacrificar la convicción de que el dolor no es una necesidad. El dolor siempre puede ser vencido. No tenemos que renunciar a nuestra paz o tranquilidad interior por causa del dolor, pues, el dolor solo merece su destrucción.

Cristo Jesús realizó curaciones en las que el dolor cesó de inmediato. En el Evangelio según Mateo leemos la historia del centurión de Capernaum, que le informa lo siguiente: "Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado". Mateo 8:5-13. La conversación que siguió mostró claramente la perspectiva del centurión, aceptando con humildad que la curación tiene lugar cuando se reconoce el dominio de la Verdad. Por ello, el centurión agradecido se niega a aceptar la visita del Maestro, y dice: "Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra y mi criado sanará".Ibid. Para un soldado, una palabra — una orden — tiene un significado muy especial, y el centurión estaba totalmente convencido de que la palabra de Cristo Jesús era suficiente para que el criado estuviese consciente del poder de la Verdad divina. Al final del relato Jesús dice: "Vé, y como creíste, te sea hecho". El Evangelio continúa: "Y su criado fue sanado en aquella misma hora".

¿Cómo podemos beneficiarnos de este relato Bíblico? Nuestra fe puede reconocer el poder de la palabra de Dios incondicionalmente. Al recurrir a Dios, al mismo tiempo nos alejamos de la materia y de la mente mortal. Que rechacemos las condiciones físicas no significa que seamos negligentes, sino que estamos cuidando debidamente de nosotros mismos, declarando las verdades de nuestra verdadera naturaleza espiritual con nuestra confianza en Dios. De esta manera, eliminamos los conceptos físicos que encadenan al hombre y aparece su verdadera libertad. En el capítulo titulado: "El Apocalipsis" en Ciencia y Salud, la Sra. Eddy se refiere a la promesa de las Escrituras acerca de la desaparición de la muerte, el pesar y el dolor. El pasaje dice lo siguiente: "No habrá más dolor, y se enjugará toda lágrima. Cuando leas esto, recuerda las palabras de Jesús: 'El reino de Dios está entre vosotros'. Esa consciencia espiritual es, por tanto, una posibilidad presente". Ciencia y Salud, pág. 573—574.

Dios está siempre presente; no hay puente alguno de distancia ni de tiempo. Por lo tanto, nuestras oraciones nos conducen al reconocimiento de que podemos liberarnos del dolor instantáneamente. Sabemos que una sola "palabra" de la verdad espiritual es suficiente para desterrar el dolor.


Redactor Adjunto, Der Christian Science Herold

Oh soñador,
despierta de tus sueños, levántate,
cautivo, libre ya;
que el Cristo rasga del error el velo
y de prisión los lazos romperá.
Con la salud viene él a bendecirte
y del dolor el llanto a restañar;
viene otra vez, al corazón humilde
a revelar la senda celestial.

Himnario de la Ciencia Cristiana N° 412

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