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Reflexiones sobre el trabajo

Del número de marzo de 1997 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


¿Qué Te Gustaría Ser cuando seas grande? A muchos de nosotros nos hicieron esta pregunta cuando éramos niños. Aunque supuestamente "crecimos", de vez en cuando también nos hacemos esta misma pregunta.

¿Se ha dado cuenta cómo la pregunta implícitamente equipara el ser con el trabajo o la carrera? ¿Qué quieres ser? O ¿A qué te dedicas? ¿Dedicas?

Estas preguntas sugieren que mi trabajo es mi vida, que mi trabajo es lo que soy.

No me mal interprete. Yo disfruto mucho de mi trabajo, pero estoy aprendiendo lo que significa no pensar que mi trabajo es mi identidad, sino más bien incluirlo en mi pensamiento.

La experiencia es un reflejo de la consciencia.

Mi pensamiento o mi consciencia proviene de una sola fuente, de la Mente divina, Dios. La Fundadora de la Ciencia Cristiana, Mary Baker Eddy, escribe: "Toda consciencia es Mente, y la Mente es Dios, una consciencia infinita y no finita. Esta consciencia es reflejada en la consciencia individual, o sea en el hombre, cuyo origen es la Mente infinita. No hay una mente que es en realidad finita, ni una consciencia finita".La unidad del bien, pág. 24.

No hay una consciencia finita. Solo hay una consciencia: consciencia espiritual. Un concepto fundamental en la Ciencia Cristiana es el hecho de que la experiencia es un reflejo de la consciencia. En otras palabras, mi pensamiento determina lo que sucede conmigo y no al revés. La llamada consciencia humana debe finalmente ceder a los pensamientos puros que provienen de Dios, la Mente; debe ceder a la consciencia espiritual. Cuando escucho a la Mente, puedo comprender mejor quién soy en realidad y cómo y porqué trabajo. Y, por lo tanto, todos lo podemos hacer.

¿Quién soy en realidad? Soy la "imagen de Dios". Gén. 1:27. Soy el reflejo de la inteligencia divina, que incluye su propósito y armonía. Mi trabajo, estoy convencido, consiste en esforzarme por mejorar mi comprensión y demostrar este hecho — aumentar el conocimiento de mí mismo — es decir el conocimiento de mi verdadero ser. Es permitir que mis acciones y trabajo sean progresivamente la expresión más clara de lo que yo realmente soy.

La calidad del trabajo que uno desarrolla se determina desde un principio. ¿Cómo puedo empezar a pensar en un trabajo, en cualquier trabajo? ¿Como un trabajo monótono? ¿Como un trabajo pesado, en el cual tengo que sufrir? ¿Como uno que es agotador, tal vez deplorable, tal vez aceptable, no obstante fastidioso? ¿Como una fuente de ingresos (o para poder vivir)? ¿Como un medio para alcanzar un mejor nivel social? ¿Como una carga? ¿Como el conjunto de mis capacidades y logros personales?

El trabajo es algo que se da con regocijo.

A mí me gusta pensar en el trabajo desde un punto de vista muy diferente, rechazando estos estereotipos y apoyándome en la consciencia espiritual.

Por ejemplo, puedo empezar a ver que el trabajo es algo que se da con regocijo. El trabajo existe para ofrecer algo a alguien, y ofrecer o dar es siempre algo que nos da mucha alegría, ¿no es cierto? Esta satisfacción se basa en el hecho de que nuestra razón de ser es para reflejar la bondad de Dios.

Gran parte de las citas de la Biblia que hablan del trabajo se refieren al buen trabajo, al trabajo de curación, al trabajo de "dar". Cristo Jesús puntualizó que su propio trabajo de curación y su trabajo redentor reflejaban el ejemplo divino: "Mi padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo".3 El entender que el trabajo es fundamentalmente dar algo de manera desinteresada, es, pienso yo, la mejor forma de empezar. Además, lo importante no es lo que el trabajo me da, sino lo que yo le voy a dar al trabajo; no es lo que yo voy a sacar de él, sino lo que puedo aportar, eso mide su valor total.

No obstante, a veces puede parecer muy difícil liberarse de la sensación de que es esencial tener una actividad humana remunerada, para tener alguna entrada, para mantenerse, para nuestro propio bienestar. Para mí la salida de este punto de vista limitado es un cartel que tiene una sola palabra: confianza. Puedo confiar en el cuidado constante de Dios. Puedo saber que trabajo al servicio de Dios, y que lo sirvo a Él libremente. Pero si confío en el ambiente colmado de provisiones de nuestro Padre-Madre Dios, ¿acaso significa esto que ya no necesito trabajar? Muy por el contrario. El confiar en la Mente que todo lo sabe, enriquece nuestras capacidades y amplía nuestras oportunidades de servir. Cuando confío, recibo inspiración, guía divina y dirección para hacer un buen y mejor trabajo. Y esto contradice la sensación de que uno está estancado en un empleo.

Puedo considerar que el trabajo es tan solo un medio para tener una entrada económica, o bien considerar que es una oportunidad para dar y crecer, para expresar activamente las cualidades de alegría, energía y paz de Dios. Este último punto de vista, me brinda mucha más satifacción y valor que el primero.

Todos tenemos la habilidad necesaria para hacer uso de las oportunidades que nos rodean. En el universo armonioso de Dios, la oportunidad y la habilidad van de la mano. ¿Podría algo que refleja a la infinitud, la Mente omnipotente, ser insuficiente, inapropiado o innecesario? La paciencia, disciplina, alegría, inteligencia, creatividad y juicio, tienen un verdadero y tangible valor en el lugar de trabajo y siempre será algo que se necesita.

No hace mucho, me pidieron que me hiciera cargo de una subsidiaria de nuestra compañía en otro país. En términos de rendimiento, esta subsidiaria estaba en muy malas condiciones en diferentes aspectos. Tuve que enfrentar muchos desafíos.

Enfrenté estos desafíos con lo que podría mejor describirse como una consciencia constantemente espiritualizada. Es decir, me esforcé por tomar cada sugestión de fracaso, resistencia, incapacidad, o lo que sea, y reemplazarla con una perspectiva espiritualmente inspirada. Al hacer esto, aprendí mucho sobre cuál era mi verdadero trabajo.

Por ejemplo, el departamento de ventas de la compañía parecía estar muy desordenado: bajo nivel de motivación, acusaciones de culpabilidad, poco o ningún objectivo y desastrosos resultados en las ventas. También, parecía que todos corrían a mí para decirme que las necesidades de nuestros servicios en el mercado se estaban perdiendo. No podíamos vender porque nadie quería lo que vendíamos.

Hice un esfuerzo constante, con la ayuda de un amigo que se dedica tiempo completo al ministerio de la Ciencia Cristiana, por rechazar todo análisis alarmante y reemplazarlo con un más inspirado punto de vista de lo que Dios ha creado. Decidí que en vez de aceptar la evidencia de que había un bajo nivel de motivación, podía tener la certeza de que el hombre, la imagen y semejanza de Dios, expresa alegría, propósito, confianza y está en su correcto lugar. Renové mi convicción de que el hombre es inocente, no el condenado hijo de Adán, sino una idea espiritual, honesta, dispuesta y capaz. Todas las ideas de Dios reflejan a la única Mente que todo lo sabe y que nunca puede estar sin un objetivo, confundida ni perdida.

Estos pensamientos — esta oración — no solo me dieron paz y seguridad, sino que abrieron mi consciencia con una mejor dirección. Como fue: renovar nuestra relación comercial con algunos clientes que seleccionamos, rediseñar lo que ofrecíamos, iniciar un programa de entrenamiento y renovado liderazgo en las ventas. Como resultado las ventas mejoraron notablemente.

Esa compañía y mi trabajo en general (he continuado con otras cosas desde entonces), todavía enfrentan sus desafíos, pero estoy viendo más claramente cada día los buenos resultados que se obtienen cuando se aplican con persistencia pensamientos espiritualizados a las creencias negativas sobre el trabajo, el empleo, la carrera y la subsistencia.

Esos pensamientos espiritualizados me obligan a hacer una pausa y a esbozar una sonrisa cuando alguien me pregunta a qué me dedico.

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