Estoy Profundamente agradecida porque desde muy niña me enseñaron el poder sanador que tiene Dios, y por haber tenido la oportunidad de asistir a la Escuela Dominical de la Ciencia Cristiana.
Fue de inmenso consuelo ver la cara de mi madre; nunca mostró ningún tipo de temor.
Cuando tenía ocho años, tuve una experiencia que me demostró con mucha claridad el poder sanador de Dios. Mis hermanas y yo éramos muy traviesas. Nos gustaba dar volteretas en las camas y luego caíamos en el suelo duro. Una mañana en particular cuando se suponía que debía estar lista para ir al colegio, di mi último salto antes de salir. Lo hice muy apurada y mi mamá no alcanzó a ayudarme; me tambaleé en la cama, perdí el equilibrio y caí con fuerza sobre la nuca en el piso. Oí un ruido como que se quebraba algo y grité de dolor. Luego nos enteramos de que me había quebrado la nuca y no me podía mover.
De inmediato llamaron a mi abuela que era practicista de la Ciencia Cristiana. Ella y mi madre oraron para ver mi ser perfecto y la irrealidad de los accidentes. Sé que oraron para entender las palabras escritas en Ciencia y Salud por Mary Baker Eddy: "Bajo la divina Providencia no puede haber accidentes, puesto que no hay lugar para la imperfección en la perfección" (pág. 424 ). Recuerdo que ellas leían en voz alta la definición de niños, que se encuentra en Ciencia y Salud, y que en parte dice: "Los pensamientos y represen tantes espirituales de la Vida, la Verdad y el Amor", (pág. 582). Fue de inmenso consuelo ver la cara de mi madre; nunca mostró ningún tipo de temor. Me miraba con tal paz y seguridad que tuve la certeza de que sanaría.
Mi padre, que no era Científico Cristiano, estaba muy temeroso y le dijo a mi madre que si yo no estaba bien cuando él volviera de su trabajo esa noche, me llevaría al hospital local para que me trataran.
Me sentí completamente liberada del dolor. . .
Mi abuela y mi madre permanecieron al pie de mi cama todo el día orando por mí. Hacia el fin de ese día todavía no me podía mover por mí misma, y todavía sentía dolor. Mi madre y mi abuela continuaban orando a Dios intensamente. Justo antes de que mi padre llegara de su trabajo, recuerdo que sentí repentinamente un movimiento en la nuca, grité y luego sentí una sensación de paz y calma. En aquel momento, me sentí completamente liberada del dolor, y sabía que había sanado. Pregunté si me podía levantar y mover sola.
Cuando mi papá llegó yo estaba en el porche de la casa jugando a los "jacks" con mis amigas, me hizo entrar en la casa y se enojó porque estaba jugando afuera con lo que él llamó mi "condición". Llamó por teléfono a un radiólogo, y le pidió que me sacara una radiografía. Luego de sacarme la radiografía llamó por teléfono a mi papá a la noche, y le dio el siguiente informe: Mi nuca, de hecho, había estado quebrada. Dijo que tendría que haber muerto con el impacto, pero que se había soldado perfectamente, y agregó que estaba soldada mejor que lo que podría hacer la ciencia médica.
El miércoles siguiente, mi papá acompañó a toda la familia al servicio de testimonios de nuestra iglesia. Todos nos sentimos muy felices cuando mi papá dio su testimonio en el cual explicó que Dios y la Ciencia Cristiana habían producido la curación.
Estoy profundamente agradecida por esta curación, especialmente por la protección que tuve al caerme de la cama. Esta protección, lo sé, fue el resultado del trabajo de oración diario que mi madre y mi abuela hacían por mí y por mis hermanas.
Hace algunos años, cuando trabajaba para una compañía del sur de California, me encontré en una situación muy difícil. Era evidente que mi jefe no quería que trabajara para él. Pero en vez de decírmelo, trató de forzarme a renunciar criticando mi trabajo. Yo no estaba acostumbrada a este trato, porque siempre se me había considerado una empleada altamente consciente y eficaz. Después de varios meses de recibir críticas por mi trabajo, me sentí herida y reaccioné de forma vehemente.
Sentía un profundo resentimiento contra mis empleadores.
Poco después de esto, me enfermé de un serio resfrío que me afectó los oídos. La congestión fue tal que tenía dificultades para oír. No podía ir a trabajar y mi esposo llamó a un practicista de la Ciencia Cristiana, y le pidió que orara por mí. Los síntomas generales del resfrío desaparecieron en unos días, pero la congestión y la dificultad para oír persistieron. El practicista continuó orando por mí. Físicamente sentía que podía volver al trabajo, pero me sentía temerosa de manejar debido a mi condición.
Después de estar ausente de mi trabajo por un mes, mis empleadores llamaron a mi esposo y le dijeron que debía volver a trabajar al lunes siguiente o ellos cubrirían mi posición con otra persona, y que solo tendrían una posición de secretaria disponible cuando regresara a trabajar.
Llamé al practicista para pedirle tratamiento por el temor que tenía de volver a mi trabajo. Me dio pasajes de la Biblia y de Ciencia y Salud para que los estudiara. Y además me aseguró que el Amor de Dios está siempre presente. Sus oraciones me dieron confianza. Sabía que podía orar por mí misma para sanar.
Sentía un profundo resentimiento contra mis empleadores, debido a la manera en que me habían tratado. Sabía que debía sanar ese resentimiento. Mientras oraba, encontré esta declaración de la Sra. Eddy: "El Amor a Dios y al hombre es el verdadero incentivo en la curación y en la enseñanza" (pág. 454). Esta declaración me hizo comprender la necesidad de amar más y de trabajar con más diligencia para ver a mis empleadores como los hijos de Dios.
Cada día, buscaba encontrar un propósito más elevado.
Ese lunes volví a mi trabajo, aunque sólo podía oír los sonidos muy débilmente. También me reintegré a mi puesto de maestra de la Escuela Dominical y volví a asistir a los servicios de los miércoles de la iglesia. Sabía que tenía que afirmar mi perfección en cada una de las actividades de mi vida para ver mi verdadero ser: la idea perfecta y espiritual de Dios.
Los desafíos en el trabajo continuaron desde el día en que llegué. Volví a tener reuniones y mi jefe continuó criticándome. Sin embargo, yo entraba a las reuniones de una manera diferente; con amor a Dios y a mis empleadores en mi corazón.
Poco a poco, empecé a oír más claramente. Cada día, buscaba encontrar un propósito más elevado en todo esto: para demostrar el poder sanador de Dios y Su presencia aquí y ahora. Un mes después cuando estaba asistiendo a una reunión de los miércoles en la iglesia, comprendí que debía cantar los himnos en voz más alta para alabar a Dios y no simplemente mover los labios como lo había estado haciendo por varias semanas. Empecé con el primer himno, me puse de pie y canté tan fuerte como pude y en ese mismo momento me di cuenta de que había sanado completamente. Me pude oír a mí misma cantar, y también pude escuchar las lecturas y los testimonios en voz alta y clara. Esta curación fue definitiva y los síntomas nunca se repitieron.
Esto no fue todo sobre esta importante curación. A la mañana siguiente recibí una llamada de un ex compañero de trabajo, informándome de una posición que había cerca de mi casa y que había visto en un diario local. A los pocos días me hicieron una entrevista, y me contrataron antes de que terminara la entrevista. Este trabajo demostró ser muy satisfactorio.
Mi esposo y yo criamos dos hijas confiando sólo en el tratamiento de la Ciencia Cristiana para la curación. Toda nuestra familia ha tenido muchas curaciones, por lo cual estamos profundamente agradecidos. No tengo palabras para expresar mi profunda gratitud a Dios, a Cristo Jesús, nuestro ejemplo perfecto, y a la Sra. Eddy por su dedicación y amor por la humanidad.
Fallston, Maryland, E.U.A.