Ser misericordiosos frente a las injusticias es señal de que estamos comprendiendo que la gente y las circunstancias no gobiernan nuestra vida, sino que solamente el Principio divino gobierna nuestro ser. Cuando Poncio Pilato le dijo a Jesús: “¿No sabes que tengo autoridad para crucificarte, y que tengo autoridad para soltarte?”, el Maestro respondió: “Ninguna autoridad tendrías contra mí, si no te fuese dada de arriba” (Juan 19:10, 11). Él comprendía que sólo Dios determinaba su experiencia, que ésta no estaba gobernada por la voluntad humana, la envidia, los errores humanos o el odio, sino que estaba gobernada solamente por el Principio divino. Su vida fue la incorporación de la ley de Dios y de su propósito inmaculado. Por lo tanto, él no pudo ser una víctima y no echó la culpa a sus perseguidores.
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