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¿Qué nos dice la Pascua del amor de Dios?

Del número de abril de 1998 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Un Evento cambia literalmente el curso de la historia, merece ser examinado una y otra vez para cosechar abundantemente sus enseñanzas en el presente. El período de la Pascua conmemora un evento así de decisivo. El mundo jamás sería el mismo después de que Cristo Jesús venciera a la muerte.

Después de casi dos mil años, la humanidad todavía observa, reflexiona y siente los efectos de la triple evidencia que el Maestro nos diera del poder de Dios a través de la crucifixión, la resurrección, la ascensión. Y la humanidad tiene una gran necesidad de aprender lo que realmente significa que la muerte haya cedido a la vida. El mensaje de la Pascua nos habla hoy con profundidad y poder, revelándonos el amor de Dios.

El ministerio de Jesús expresó su profunda compasión y afecto del Cristo, su inalterable sentido de consideración. De camino hacia la crucifixión, esas cualidades continuaron emergiendo en forma inolvidable. Por ejemplo, cuando los soldados llegaron al huerto de Getsemaní para arrestarle, Malco, el siervo del sumo sacerdote, se adelantó para llevar preso a Jesús. En su defensa, Pedro sacó la espada e hirió al siervo cortándole la oreja derecha. Solo el poder de un Amor verdaderamente divino pudo haber impulsado la respuesta de Jesús. Con este poder sanador que sobrepasa la cirugía moderna, la oreja sanó en ese instante.

Las cualidades del Amor de paciencia y perdón, caracterizaron vívidamente los pensamientos y acciones del Salvador a medida que los acontecimientos lo llevaban finalmente al Calvario, donde tuvo lugar la crucifixión. Aun en la cruz, él consoló a los dos criminales ubicados a ambos lados, a los cuales habían dado el mismo castigo. Y a pesar de lo difícil que debe de haber sido su batalla interior durante este momento de agonía, se aseguró de que las necesidades de su madre fueran satisfechas.

Quizá la más dramática expresión de amor real se dio cuando tuvo la capacidad y compostura para bendecir aun a aquellos responsables de ese acto cruel. Dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Lucas 23:34.

A medida que tratamos de entender lo que permitió vencer a la muerte, llegamos inevitablemente a la evidencia de la naturaleza de Dios como Amor. Amor que emanaba de todo el ser de Jesús. No podía ser de otra manera, ya que la verdadera sustancia de su vida era el reflejo del perfecto Amor. Jesús relacionaba enteramente todo su ser con Dios. En cierta manera, se podría decir que la Vida misma de Jesús era el Amor.

Él sabía que el Amor divino continuamente le proveía su ser, su acción, su sustancia. Este poder motivador del Amor era inconfundible en su modo de vivir. Y fue inconfundible en cómo fue cuidado y sostenido por Dios en la tumba. La energía del Amor respondió decisivamente a su necesidad humana. La operación de esta tierna presencia tuvo el efecto práctico de restaurar su cuerpo, renovándolo. Jesús reconocía con tanta fe que Dios impulsaba perpetuamente su ser, que el cuerpo respondió a ese sentido de armonía, y el resultado fue la resurrección.

La fuerza de pensamiento que llevó a Jesús a la crucifixión fue el odio. El poder que triunfó sobre la muerte fue el Amor. Este poder del Amor nutría tan constantemente a Jesús que la muerte no podía prevalecer. En un capítulo sobre el tema de la crucifixión y resurrección de Jesús, Mary Baker Eddy escribe en Ciencia y Salud: “El probó que la Vida no muere y que el Amor triunfa sobre el odio”.Ciencia y Salud, pág. 44.

La lección es inevitable. Aquello que un sentido mundano de pensamiento pudiera considerar su mejor arma, el odio, cayó ante la omnipotencia del Amor. La capacidad del Amor divino de dar a Jesús vida e identidad prevaleció sobre la hostilidad que intentó destruirle.

Cristo Jesús destruyó para siempre la presunción de que la muerte deba finalmente ser victoriosa.

Comprobó que el Amor divino da al hombre el tipo de vida que nunca puede ser derrotada, sino que puede vencer al mundo.

Verdaderamente es el Amor divino el que da vida al hombre. Y esta vida es capaz de vencer cualquier limitación que el mundo presente. También nosotros podremos eliminar las facetas de la mortalidad más eficazmente a medida que entendamos que el Amor divino nos está dando constantemente el ser. Cada uno de nosotros puede encontrar en la resurrección de Jesús, poderosas evidencias que indican la verdadera naturaleza del hombre como espiritual en vez de material, la expresión del Amor, no de la materia. Vemos al hombre, no como originado en la materia con la posibilidad de transformarse con el tiempo en espiritual, sino por siempre espiritual. Al demostrarnos la continuidad de la vida, Cristo Jesús probó que el Amor divino destruye la creencia de que el hombre es mortal. Destruye aquello que quisiera ocultar a la espiritualidad eterna.

Jesús probó que la muerte no tenía poder, que no era —como parece ser— una horrible e inevitable realidad.

A la luz de este hecho, un punto de vista muy diferente del hombre como reflejo del Espíritu —en vez de como una proyección de vida en la materia— se ve como más realista. La experiencia humana se puede describir como un despertar gradual a esta gran realidad. El triunfo de Jesús sobre la muerte nos permite ver que la vida no es realmente delineada y controlada por la materia, y luego expulsada de la misma. La vida es en cambio un regalo del Amor divino, la cual es expresada ininterrumpidamente por el hombre, el reflejo espiritual de Dios.

Pero cuando consideramos el origen de esta naturaleza espiritual, ¿tendemos a volver a usar el modelo material? ¿Aceptamos la verdad de que fuimos creados espiritualmente, pero creemos que esto tuvo lugar en un cierto momento, quizás hace muchísimo tiempo? La revelación de la Christian Science nos ayuda a entender que Dios no le dio vida al hombre en un momento determinado, sino que ha existido siempre. Dios nos está dando su cuidado paternal y maternal, nos está amando, bendiciéndonos y sosteniéndonos, en virtud de Su presencia infinita.

La vida de Jesús, su resurrección y su ascensión, ilustraron que el Amor divino está constantemente renovándonos.

Nada puede interrumpir o detener la manifestación del Amor infinito. El hecho de que Jesús saliera de la tumba trajo la convicción de que en todo momento el Amor divino, no un cuerpo físico, da y sostiene la vida y el bienestar. Nuestra verdadera identidad se encuentra en la conciencia espiritual; somos los hijos e hijas de Dios. El Amor perfecto e inteligente está haciendo surgir eternamente este sentido consciente del bien. Tan sólo un destello de esta verdad espiritual nos permite tratar más eficazmente con las dificultades y demandas inherentes a la creencia de que la existencia es mortal y material, cargada de pecado, enfermedad y muerte.

En vez de pensar que usted tiene una historia material, considere las consecuencias de ser un hombre espiritual, no material, siempre amado en la plenitud del ser como idea de Dios. El efecto de descubrir que la verdadera sustancia de uno proviene de la omnipresencia del Amor divino, tiene un efecto restaurador y purificador. Es capaz de sanar un cuerpo herido o enfermo. Puede promover la renovación en una vida descarriada. Puede renovar espiritualmente y regenerar nuestra consciencia de manera que, paso a paso, nos despojemos de las limitaciones mortales hasta que estemos preparados para seguir el ejemplo de Jesús de descartar toda restricción material.

La resurrección de Cristo Jesús señala el hecho de que el Amor divino es la fuente del ser real, anunciando irresistiblemente la verdadera naturaleza del hombre. Puede estimular nuestra propia resurrección al sentir la activa y persistente nutrición de la mente espiritual. Y nos muestra la dirección en la cual finalmente todos debemos ir. Abandonando la creencia de que la muerte es parte necesaria de la experiencia y aceptando la omnipresencia de la vida eterna, nos sometemos a la verdad de que siempre, en este momento eterno, Dios nos está amando como el ser que realmente somos.

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