El Mundo Necesita de la curación, en cada hogar, vecindario, escuela, comercio o empresa, en cada aspecto de la vida. Se necesita allí mismo donde estamos usted y yo.
La gente desea una curación que llegue a lo profundo de su corazón y restablezca su sentido de valía y dignidad, a la vez que sane sus heridas físicas, mentales y morales. Esto exige curación cristiana, la curación a través del Cristo, la manifestación de la Verdad y el Amor divinos. Y además exige sanadores cristianos.
Cualquier persona puede ser un sanador cristiano
No se requiere de un talento especial que otras personas no tengan, pero sí se necesita pureza de pensamiento y estar dispuesto humildemente a confiar en Dios. Cristo Jesús, el Hijo de Dios, se apoyó totalmente en Dios durante su ministerio sanador. Lo mismo hizo su seguidora, Mary Baker Eddy, quien descubrió la Ciencia de la curación cristiana y probó su eficacia en su propia práctica sanadora. En una oportunidad escribió lo siguiente: “El mejor sanador es aquel que menos se hace sentir, y viene así a ser una transparencia para la Mente divina, la cual es el único médico; la Mente divina es el sanador científico”.Escritos Misceláneos, pág. 59.
Quizás parezca un poco contradictorio decir que tanto usted como yo podemos ser sanadores y al mismo tiempo afirmar que Dios es el único sanador. Y lo sería si creyéramos que una personalidad material puede ser un sanador. Ciertamente no puede serlo. La luz espiritual que ilumina el mundo, sanando mentes, cuerpos y relaciones humanas, emana directamente de Dios. Entonces, ¿qué papel desempeñamos usted y yo en la curación? La respuesta es entender y ser quienes somos como hijos e hijas de Dios.
Dios, el único Espíritu, es la Luz divina, el Amor infinito, en quien no hay elemento material ni malsano. Como el Apóstol Juan declaró: “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él”. 1 Juan 1:5. Y la imagen y semejanza espiritual de Dios, el hombre, la verdadera identidad suya, mía y de cada uno de nosotros, refleja a Dios. El hombre como reflejo radiante de Dios, es inseparable de Él, y el reflejo de Dios no incluye nada material, nada desemejante a la naturaleza de Dios, el Espíritu puro. Es esta identidad espiritual pura, expresándose humilde y fielmente en la vida diaria, lo que trae curación.
La curación no se produce afirmando lo mortal en forma alguna. No tiene nada que ver con el ego mortal. La curación es el resultado del amor y la bondad de Dios expresándose en nuestros corazones, pensamientos y acciones; es el resultado de ser lo que realmente somos. Esto glorifica a Dios, en nosotros y en el mundo en que vivimos.
Si sentimos que nuestra habilidad para sanar es limitada, tenemos que saber que en realidad no existen límites para alcanzar la Verdad divina, la cual es infinita. La luz de la Verdad no tiene dificultad en desplazar las sombras de la creencia material de pecado, enfermedad y mortalidad, que no forman parte de la identidad real de ninguna persona. Sólo la Verdad se manifiesta en nosotros. El error no puede manifestarse. El error, simplemente, no existe. En el conocimiento y expresión de la Verdad sencillamente no existe el error. Conocer y expresar la Verdad es natural para cada uno de nosotros, como reflejos de Dios. Conocer y expresar la Verdad, el Amor divino, es lo que produce sanadores cristianos.
La habilidad de conocer y expresar a Dios es inherente al sentido espiritual que Él ha otorgado a Sus hijos. “El sentido espiritual es el discernimiento del bien espiritual”, declara la Sra. Eddy en Ciencia y Salud.Ciencia y Salud, pág. 505. Y agrega: “El sentido espiritual es una capacidad consciente y constante de comprender a Dios”.Ibid., pág. 209.
A través del sentido espiritual cobra mayor claridad el mensaje de curación y de salvación de la Santa Biblia, la Palabra de Dios. Por medio de este sentido espiritual comprendemos la ley omnipresente y omnipotente de Dios. Comprendemos que Dios gobierna perfectamente a Su creación en armonía absoluta. Entendemos también cómo la obediencia a Su ley nos da dominio sobre el error. Y al conocer y expresar el amor y la pureza de Dios, entendemos cómo ejercer este dominio, que nos trae curación a nosotros y a los demás. Descubrimos nuestra propia valía y dignidad y apreciamos el valor y dignidad de los demás. Amamos a Dios naturalmente y nos encanta expresar Su bondad en vidas puras, humildes y afectuosas. De este modo, vivimos realmente como somos y no expresamos lo que no nos pertenece. Allí mismo donde nosotros, los reflejos de Dios, estamos, está Su luz que brilla en el mundo con todo su esplendor. Los corazones sienten el toque de esa luz y la curación se manifiesta. Llegamos a comprender, entonces, que ser un sanador cristiano es reflejar a Dios.
Ser un sanador cristiano es reflejar a Dios.
Obviamente, no es posible ser un sanador activo y al mismo tiempo absorber pasivamente la creencia material. ¡Reflejar y absorber son cosas opuestas!
No podemos tomarnos el tiempo para descansar en forma negligente y despreocupada en el statu quo del pensamiento mundano. Para ser sanadores, nuestro pensamiento debe reflejar la Verdad y debemos ser testigos activamente de la realidad espiritual de Dios y del hombre. Esto no significa apartarse de las actividades humanas normales, sino que supone reflejar a Dios de manera constante y estar alerta espiritualmente mientras las desempeñamos.
Indudablemente, esto requiere considerable devoción y autodisciplina. Pero, a medida que destinamos un tiempo para la oración y practicamos fielmente la Ciencia del Cristo día a día en nuestro hogar, vecindario, escuela, empresa o comercio, tengamos en cuenta las recompensas que recibimos. Percibiremos la luz de la Verdad más claramente. Apreciaremos el valor y la dignidad de los demás, y como resultado las personas sanarán.
Sí, se necesita la curación cristiana en el mundo, donde usted y yo nos encontramos. Y puesto que no hay límite para nuestra percepción de la Verdad, no hay límite para brillar con el ejemplo. Al reflejar a Dios, somos sanadores cristianos, y Dios es glorificado.