Seguramente habrá es la parábola del hijo pródigo en la Biblia. Así como el hijo volvió a casa de su padre, también yo regresé a casa del Padre, y sentí Su cálido amor que nos cubre con “el mejor vestido” y mata “al becerro más gordo” para nosotros (véase Lucas 15:11-24).
Cuando era aún pequeña y cursaba el segundo grado, sentí ese tierno amor del Padre, que en un instante trajo curación a mi vida. En ese entonces padecía de asma, y dos o tres veces por semana visitaba el consultorio del médico, anhelando ser sanada de esta enfermedad. No podía jugar libremente como mis hermanos y amigos.
Gracias al amor de Dios, mis padres encontraron la Christian Science y yo inmediatamente comencé a ir a la Escuela Dominical. Realmente me encantaba lo que nos enseñaban en las clases, que el hombre es la imagen de Dios, perfecto porque Dios es perfecto. Después de que mi familia entró “a la tierra de la Christian Science” (Ciencia y Salud, págs. 226-227), y comprendimos mejor cómo orar, en corto tiempo me sané por completo. Me sentí como la hija libre de Dios.
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