Hubo una época en que ansiaba tener amigos. Pero ninguno de los que me rodeaban parecía ser mi amigo ideal. Me había ido a otra ciudad a estudiar, y me sentía sola y triste. Me parecía que la mejor solución para mí era la indiferencia. Si era indiferente, no me sentiría triste cuando estuviere sola. No sentiría dolor cuando la otra gente me defraudaba.
Esta manera de pensar no me ayudó para nada. Pero entonces me di cuenta de que no tenía que llenar un "hueco" en mi vida. Recordé estas palabras de Ciencia y Salud: "¿Sería la existencia sin amigos personales un vacío para vosotros? Llegará el tiempo, entonces, en que os encontraréis solitarios, sin que nadie se compadezca de vosotros; mas ese aparente vacío ya está colmado de Amor divino" (pág. 266).
Este pensamiento me hizo sentir feliz de inmediato. De pronto, sentí la presencia del Amor divino que no tiene límites. Me sentí satisfecha. Ya no sentía que el bien era inalcanzable y no formaba parte de mi vida. Supe que reflejaba el amor de Dios.
Mi comportamiento hacia los demás comenzó a cambiar. Dejé de juzgarlos, y empecé a aceptarlos. Todavía recuerdo el día en que fui a almorzar y me encontré con algunos amigos, y les hablé. Poco antes, yo me habría apartado de ellos, porque los había puesto bajo la categoría de "no son amigos". Pero ahora fui con ellos. Almorzamos juntos y pasé un buen momento. No sentí que me faltara nada, ni sentí un "vacío". Dejé de lado mi orgullo y dí lo mejor de mí. Y, como resultado, recibí lo que anhelaba: sanar de soledad.
Munich, Alemania
Actualmente vive en Boston,
Massachusetts, EUA