Una experiencia que tuve en la escuela me demostró que podemos superar los desacuerdos a través del poder de la oración. Podemos encontrar una solución favorable para todos. Y me demostró que no estoy, irremediablemente a merced de un profesor.
Durante los dos últimos años de secundaria, decidí tomar francés como una de mis materias principales. Pero muy pronto fue obvio que la clase no se llevaba bien con la profesora. Sentíamos que ella no era justa con las calificaciones, e incluso hacía llorar a las chicas de la clase con sus palabras tan ásperas. Yo no estaba sacando el promedio que necesitaba y temía tener que repetir el año. Si hubiera sabido lo difícil que era esa profesora, habría elegido otra materia.
Comencé, como las otras chicas, a criticar abiertamente a la profesora. Y después de un examen, cuando le pregunté a la profesora por qué me había puesto otra mala nota, me dijo que yo no estaba al nivel que pensaba. Salí del aula llorando. Asistir a esa clase se volvió un suplicio.
Entonces decidí orar por la situación. En la Escuela Dominical había aprendido que Dios es Amor y es todopoderoso, y que uno puede recurrir a Él en busca de soluciones. Llamé a mi maestra de la Escuela Dominical y le pedí que orara conmigo.
Estuvimos de acuerdo en que para resolver la situación, tenía que liberarme primero de la sensación de que me estaban tratando injustamente. Poco a poco comprendí que la relación entre mi profesora y yo era espiritual, y que en el reino del Espíritu, Dios gobierna. Él es la única inteligencia universal que controla todas las relaciones. Me di cuenta de que cada uno de nosotros es una expresión del bueno y amoroso Padre-Madre Dios. Y que Dios gobierna toda actividad, incluso la enseñanza. También dejé de decir cosas poco amables sobre ella. Cuando me estaba preparando para mi examen oral, leí un pasaje de la Biblia donde Dios le dice a Moisés, quien duda de su capacidad para hablar a los hijos de Israel: "¿Quién dio la boca al hombre?" (Éxodo 4:10-12). Percibí que el examen que tenía que dar era una oportunidad para expresar a Dios y Su perfección.
Después del examen, la profesora me dijo que yo debí de haberme preparado muchísimo para el examen. Me dijo que había progresado en mi trabajo. La verdad es que yo había orado. Asimismo, la atmósfera de la clase mejoró tanto que fue posible que los estudiantes trabajaran en armonía con la profesora. Me sentí feliz de haber sido testigo del gobierno formidable de Dios en acción.
Hamburgo, Alemania