Una experiencia que tuve en la escuela me demostró que podemos superar los desacuerdos a través del poder de la oración. Podemos encontrar una solución favorable para todos. Y me demostró que no estoy, irremediablemente a merced de un profesor.
Durante los dos últimos años de secundaria, decidí tomar francés como una de mis materias principales. Pero muy pronto fue obvio que la clase no se llevaba bien con la profesora. Sentíamos que ella no era justa con las calificaciones, e incluso hacía llorar a las chicas de la clase con sus palabras tan ásperas. Yo no estaba sacando el promedio que necesitaba y temía tener que repetir el año. Si hubiera sabido lo difícil que era esa profesora, habría elegido otra materia.
Comencé, como las otras chicas, a criticar abiertamente a la profesora. Y después de un examen, cuando le pregunté a la profesora por qué me había puesto otra mala nota, me dijo que yo no estaba al nivel que pensaba. Salí del aula llorando. Asistir a esa clase se volvió un suplicio.
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