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La linea del ballet

Del número de noviembre de 1999 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Cuando Allegra salió para el estudio de danza, su madre le gritó: "iSólo piensas en ti misma!"

Esto la sorprendió. Siempre se interesaba mucho por los demás, aparte de sí misma. Se interesaba por sus amigos, por su ballet. Se interesaba por sus padres.

También se interesó mucho por el bebé que su mamá le dijo que iba a tener el año pasado, y que luego perdió.

Le hubiera encantado ser la hermana mayor del pequeño. Lo hubiera llevado a caminar. Se hubiera ofrecido a cuidar de él cuando los padres quisieran salir. Tal vez eso los hubiera ayudado a dejar de discutir.

Y ahora su madre estaba diciendo que se "había enamorado" de otra persona, que estaba pensando en pedir el divorcio.

—Bailen con todo el corazón —había dicho la Srta. Salter, maestra preferida de Allegra, a los estudiantes de danza—. Si sienten que su corazón está triste, llévenlo a danzar, y bailen con todo el corazón.

Allegra quería bailar. Quería saltar fuera de la tierra, como si no tuviera peso. Pero le preocupaban sus padres. Sus vidas eran como una telenovela. Una amargura tras otra.

Por supuesto, sus padres no se parecíana a actores de telenovelas. Los galanes eran delgados, bronceados y apuestos; sus cejas maquilladas eran perfectamente arqueadas, como un bumerán. En contraste, el estómago de su padre colgaba por encima del cinturón, y el cabello había comenzado a tener profundas entradas.

Mientras tanto, su madre se veía cada vez más delgada y triste. Había dejado de maquillarse y había dejado de arreglarse con mucho cuidado el cabello. Allegra siempre había pensado que su madre era hermosa. Pero ahora ya no se veía tan joven y linda.

Por lo menos una persona en este mundo aparentemente pensaba que su madre estaba envejeciendo. Un día, yendo en el auto con su mamá, ésta tuvo que frenar súbitamente en una intersección. El conductor que venía detrás tocó la bocina, y al pasarlas en su auto deportivo rojo, con su brazo velludo y tostado hizo un gesto obsceno y gritó: "iSalga de adelante, abuela!"

—iQué barbaridad!—dijo la madre—. ¿Por qué habrá dicho eso?

Allegra se sintió confundida. Por un lado estaba de acuerdo con el conductor: su madre siempre manejó muy despacio. Aunque la luz en una intersección estuviera verde, ella comenzaba a frenar.

Por el otro, le dolió que el conductor le hubiera hecho un gesto tan grosero a su mamá, además del comentario que hizo.

Después de eso, Allegra se fue a espiar al hombre del cual se había enamorado su madre. Tomó el autobús para ir al negocio donde trabajaba, se le acercó y le pidió si podía probarse unas zapatillas para correr.

—No estoy segura si los voy a comprar —le dijo—, pero me gustaría probármelos, si no le importa.

Cuando él se agachó a sus pies para atarle los cordones [agujetas], Allegra se fijó en su cabeza. En la coronilla se veía un círculo de piel rosada, y del borde hacia afuera partían como nubes de cabello blanco, similar a esas fotos del estado metereológico, cuando indican que se avecina una tormenta. ¿En qué estaba pensando su madre?

—Muchas gracias, de todos modos— le dijo al hombre. Y salió del negocio.

Ahora tenía que ir corriendo a su clase de ballet. Una de las ordenanzas de la escuela de danza era que no se podía llegar más de cinco minutos después de la hora asignada para los ejercicios de barra.

Se deslizó por la puerta del estudio, con la cabeza gacha y los ojos fijos en el pulido piso de madera.

—Levanten la cabeza —estaba diciendo la Srta. Salter—. Concéntrense. Estaba enseñando su clase frente al espejo. La imagen de Allegra entrando rápidamente se sumó al movimiento rítmico y lento de los bailarines en la barra.

—Allegra, estamos haciendo el demi pilé á la seconde —dijo la Srta. Salter.

Allegra extendió el brazo y se dobló hacia abajo.

—Sigue tu mano, Sidney. Cuidado con la parte de arriba del torso, Barbara... Excelente, Tomás, correcto, buena forma... iNo dejen de respirar!

Los maestros siempre les recordaban que debían respirar. Allegra aspiró profundamente, y luego exhaló.

En una ocasión había ido a ver actuar a la Srta. Salter simplemente para verla respirar. Se había sentado en el fondo de un teatro pequeño y caluroso. En la oscuridad, no reconoció a su maestra cuando salió con el grupo de bailarinas: cinco esbeltas mujeres vestidas con trajes idénticos, medias negras y vestidos de satén rojo. Todas llevaban pelucas negras de cabello lacio con flequillos que les llegaban hasta los ojos.

Pero a medida que cada bailarina hacía un paso de baile, Allegra vio a su maestra. El giro perfecto, la forma tan particular de arquear el cuello o de levantar el codo, el movimiento de brazos, la inclinación del dedo meñique en bras bas, eran inconfundibles.

—Un bailarín se une a la infinitud en La línea del Ballet,—les había dicho la Srta. Salter—. Se puede decir que en el ballet hay como una línea imaginaria que comienza en la punta del pie y se extiende más allá de la punta del brazo extendido.

Al ver bailar a su maestra esa calurosa y tranquila noche, Allegra pensó que la Srta. Salter podía muy bien haber sido como un elemento a lo largo de esa linea del Ballet. Pero seguía siendo un individuo.

—Encuentren su centro —les decía ahora la Srta. Slater—. Mantengan la concentración.

Allegra se percató de que había permitido que sus pensamientos la distrajeran.

Prestó atención al marcado uno-dos-tres del vals de Chopin que tocaba la pianista. Una de las notas más agudas del piano estaba desafinada. Din, hacia. Don.

Miró para ver el rodete rubio de la pianista. Sus ojos redondos y castaños asomaban por encima del piano, y se cerraban hacia arriba cuando sonreía. ¿Habría querido ser siempre una pianista, al igual que Allegra siempre había querido ser bailarina? ¿Acaso le habría gustado tocar el Segundo Concierto para Piano de Rachmaninoff, al igual que Allegra hubiera querido bailar en el papel del magnífico cisne blanco de Tchaikovsky? No todos los pianistas tocarán en un escenario de concierto. No todas las bailarinas bailarán un pas de deux con Baryshnikov.

—iEl resto hacemos nuestros ronds de jambe en dehors, Allegra! —dijo la Srta. Salter. Se había acercado a Allegra—. No obstante, tú estás haciéndolos en dedans.

Una vez más había perdido la concentración.

—Muy bien —dijo la Srta. Salter—. Tomemos un descanso de cinco minutos.

Allegra regresó del descanso antes que los demás. La Srta. Salter estaba sentada en su silla plegable frente al espejo, y escribía en su cuaderno violeta aterciopelado. Allegra se preguntó qué estaría escribiendo la Srta. Salter. Allegra llegó hoy tarde a clase.

Se sentó en el piso, extendió sus piernas, y extendió la punta de sus dedos para tomarse los dedos de los pies.

Su maestra puso el cuaderno en el suelo. —¿Estás bien, Allegra?

Allegra apoyaba su mejilla sobre las rodillas. Dio gracias de que la Srta. Salter no pudiera verle los ojos. —¿Srta. Salter, ha tenido alguna vez pesadillas? Ella tenía la misma pesadilla casi todas las noches. Su padre salía por la puerta del frente. El hombre de cabello canoso esperaba a su madre frente a la casa en una camioneta vieja y golpeada. Y no había ningún niño pequeño a la vista que pudiera ser su hermanito menor.

—Cuando tenía tu edad, tenía muchas pesadillas— dijo la Srta. Salter.

El pecho de Allegra se puso tenso. iRespira!

—En una de mis pesadillas yo era un pollo.

Allegra levantó la cabeza.

—Mis padres decían que iba a despertar piando y cloqueando, y aleteando con los brazos, así. De un salto la Srta. Salter se puso de pie con gracia. Corrió brevemente por el estudio y adoptó una pose con las manos bajo las axilas, una perfecta representación del sueño que una bailarina tiene de un pollo.

Allegra se rió.

Se puso de pie de un salto, hizo un glissade, un pás de bourrée y tres pequeños chaînes, para acercarse a su maestra.

La Srta. Salter aplaudió. —Allegra, el pollo nos sale bastante mal— dijo, poniéndole el brazo alrededor de los hombros—. Por eso elegimos la danza.

Allegra cerró los ojos. En unos instantes regresarían los demás. Pero, por ahora, estaba sola con la Srta. Salter, dos bailarinas unidas hasta la infinitud en La línea del Ballet.

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