En mi segundo año de universidad, quería encontrar un trabajo relacionado con mis estudios. Busqué en todos lados, pero no me contrataban en ninguna parte. Decían que era demasiado joven y que no tenía experiencia.
Un domingo, antes de abrir el diario para recortar la sección de clasificados de empleo, oré. Reconocí en mi corazón que Dios es supremo, y que no hay nadie más importante que Él ni con más influencia que Él. Entonces, encontré un anuncio apropiado y envié mi curriculum vitae. A los pocos días, me llamaron de esa empresa para que fuera a una entrevista.
De camino a la entrevista, me di cuenta de que estaba pensando negativamente. Estaba actuando como alguien que está amargado porque no tiene empleo. Comprendí que en lugar de eso tenía que ponerme a pensar los pensamientos que Dios me estaba enviando. Uno de esos pensamientos fue el siguiente: Dios me ha dado cualidades espirituales especiales para que las exprese. El expresar esas cualidades es mi verdadero trabajo.
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