El viaje no comenzó con un plan preciso, sino con un anhelo que fue en aumento a lo largo de años, una sensación de que el mundo es vasto y merece ser descubierto. Vasto, no tanto en cuanto a su geografía sino a la diversidad y riqueza de costumbres y culturas que uno observa en la gente. Gente que uno no conoce. Gente que uno desea conocer.
La moto está cargada, el motor está encendido. Acaba de caer la noche. Una cálida noche de julio. Para Philippe Abadie, el 30 de julio de 1995 será memorable. Es el comienzo de su viaje.
Su sueño se ha transformado en una realidad. Tiene el dinero que necesita para el viaje —resultado de cinco años de trabajo y ahorros estrictos—, y todo el tiempo que necesita. Está emocionado. A punto de salir, hay ojos que se llenan de lágrimas. Especialmente los de su madre.
El primer punto de destino no está lejos, es la casa de su tío al este de Francia. Su tío le hará algunos ajustes a su moto. Al día siguiente verá a su hermano Vincent y a su abuela. (Una semana antes de comenzar el viaje, su hermano le pidió si podía acompañarlo durante el primer mes.)
Lleva pocas cosas: una camisa y un pantalón de vestir, algunas playeras o remeras, jeans, y por supuesto los pantalones y campera especiales para motocicleta. También lleva algunas herramientas y repuestos.
Al salir de París por la Ruta 4, acelerando hacia Greux en los Montes Vosgos, Phillippe se pregunta: "¿Estoy soñando o ya comencé el viaje?
"He soñado por mucho tiempo en dar la vuelta al mundo. Al principio soñaba con hacerlo en un barco de vela. Leí la vida de Joshua Slocum, el primero en dar la vuelta al mundo navegando a vela. Pero yo no tenía los medios como para comprar un barco. Tampoco tenía poco o nada de experiencia náutica, así que navegar quedaba descartado".
Pero él tenía algo más.
"Hacía unos ocho años que tenía una motocicleta. A mí la moto me daba libertad. Vivo en París, así que podía ir de un lado al otro, estacionar fácilmente, salir el fin de semana, y visitar a los parientes que viven lejos".
Y para Philippe, el viaje en motocicleta alrededor del mundo significaba mucho más que salir en un largo viaje de turismo. "Cuando visites un país, llega allí como un bebé recién nacido", le dijo un amigo. "Vé con los ojos de un niño pequeño que nada sabe excepto lo que está descubriendo en ese momento. Mira las cosas con originalidad e inocencia".
"Durante todo el viaje tuve este pensamiento en mente", dice Philippe: "Se encuentra en la Biblia, es algo que expresó Jesús: 'De cierto os digo, que el que no recibe el reino de Dios como un niño, no entrará en él' (Lucas 18:17). De modo que dejé Francia atrás, y salí de viaje con nuevos ojos.
"Hay cosas que son difíciles de ver, como son la desolación y la pobreza que hay en algunos países. Pero pude descubrir algo muy diferente de lo que los ojos ven al principio. En mi país a veces tendemos a quejarnos de nuestra situación si no estamos a gusto. Pero lo que más me impactó durante el viaje fue la alegría que hallé. Fui recibido por gente que no tiene mucho; la verdad es que no tienen casi nada comparado con lo que tenemos en Occidente. Pero esta gente me recibió con una hermosa sonrisa, con mucho amor, con amistad. Estaban felices de pasar unos momentos conmigo y conocerme. Se notaba que esa alegría provenía de una riqueza interior. Esto me hizo pensar en lo que dice Ciencia y Salud: 'Debemos examinar profundamente la realidad en vez de aceptar sólo el significado exterior de las cosas' (pág. 129)".
La comprensión que tenía Philippe de que Dios gobierna Su universo armoniosamente, lo ayudó no sólo a percibir la belleza que lo rodeaba cuando viajaba de un país a otro, sino también a no preocuparse sobre el futuro.
"Viví prácticamente día a día, y no me preocupé por lo que ocurriría al día siguiente. Confié naturalmente en la bondad —en Dios— sabiendo que Él se haría cargo de mis necesidades".
Para el viajero en busca de aventuras, el dejar de preocuparse por el día siguiente es una enorme ventaja. La primera frontera que Philippe y su hermano cruzaron los llevó a Alemania. Esa noche, por primera vez en su vida, Philippe durmió a la intemperie. Escucharon muchos sonidos raros de animales cerca de ellos, pero la belleza de las constelaciones que brillaban a través de los altos árboles, hizo que esa noche fuera memorable. Noches después, tras una lluvia profusa, compraron una tienda de campaña.
Recorrieron relativamente rápido Austria, la República Checa, Polonia, Lituania, Letonia y Estonia. Se detuvieron a pocos kilómetros de la frontera rusa. Un amable granjero ruso los recibió y los invitó a pasar la noche en su casa.
No obstante, Philippe se puso muy nervioso cuando se acercaron a Rusia. Algunos de sus amigos habían tratado de disuadirlo de que fuera a Rusia, contándole de los peligros que podría encontrar en una sociedad que estaba pasando del totalitarismo a una democracia. Le decían que le podían robar su equipaje o su moto. O hacerle algo peor.
En la frontera les revisaron los documentos y bolsas. Les permitieron pasar, pero Philippe todavía se sentía con miedo.
"Temblaba del miedo. ¿En dónde te estás metiendo?, me preguntaba. Pero luego mientras manejaba la moto me compuse. La solución —el refugio— que encontré estaba en el Padre Nuestro. Pensé mucho en él durante el viaje. Me ayudó mucho, fue una base firme, un punto de referencia para mí. Pensé atentamente en cada palabra. Me ayudó a comprender que todos somos hermanos y hermanas porque Dios es 'Nuestro Padre'. Estamos todos unidos, relacionados entre sí. Entonces dejé de sentir miedo. Vi a toda la gente de este país como hijos de Dios, como hermanos y hermanas que no tenían ninguna razón para hacerme daño. Y como consecuencia, nuestra estadía en Rusia fue muy placentera".
Durante su viaje Philippe tuvo muchas otras oportunidades para darse cuenta de que el universo espiritual expresa la armonía, bondad y belleza de Dios. Y él buscaba estas cualidades dondequiera que iba. Por ejemplo, en la India, un día vio a una niña pequeña de camino a la escuela.
"Debió de haber venido caminado desde lejos, pues yo no recordaba haber pasado ninguna casa recientemente. Tendría unos cinco o seis años. Llevaba puesto el uniforme azul marino y blanco, como se acostumbra en la India. lba descalza o con sandalias. Me detuve después de que la pasé, y le pregunté si le podía sacar una foto. Ella aceptó. Luego me ofrecí a llevarla a la escuela, que estaba a unos dos kilómetros. La levanté, la puse arriba de mi equipaje y la llevé a la escuela. Disfruté mucho de ese encuentro. Conocí a mucha gente generosa durante mi viaje que me invitó a pasar la noche, aunque tenían muy poco". Lo que Philippe comprende de la familia universal de los hijos de Dios lo ayudó muchas veces durante este viaje.
Continuará en nuestro número de enero.
