El viaje no comenzó con un plan preciso, sino con un anhelo que fue en aumento a lo largo de años, una sensación de que el mundo es vasto y merece ser descubierto. Vasto, no tanto en cuanto a su geografía sino a la diversidad y riqueza de costumbres y culturas que uno observa en la gente. Gente que uno no conoce. Gente que uno desea conocer.
La moto está cargada, el motor está encendido. Acaba de caer la noche. Una cálida noche de julio. Para Philippe Abadie, el 30 de julio de 1995 será memorable. Es el comienzo de su viaje.
Su sueño se ha transformado en una realidad. Tiene el dinero que necesita para el viaje —resultado de cinco años de trabajo y ahorros estrictos—, y todo el tiempo que necesita. Está emocionado. A punto de salir, hay ojos que se llenan de lágrimas. Especialmente los de su madre.
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