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Hace bien no codiciar

Del número de febrero de 1999 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Algunas Personas enfrentan situaciones tan difíciles que no saben cómo hacer para conseguir el dinero que precisan para comprarles zapatos a sus hijos, o para llevar a su familia al cine un viernes por la noche, como lo hacen sus vecinos. No obstante, es maravilloso que cuando uno descubre la naturaleza del amor de Dios, que incluye a todos y cuida de todos, se percibe que Dios es quien provee todo el bien para cada uno de nosotros. Comprobamos que no necesitamos nada de lo que le pertenece a nuestro prójimo. La bondad de Dios bendice a todos Sus hijos.

Hace poco, estaba orando y me sentí tan agradecida por el hecho de que todo bien proviene de Dios, que me embargó un amor profundo hacia los demás. Percibí cuánto me enriquece el bien que otros expresan. Un punto de vista humano nos incita a hacer comparaciones, pensando que otros tienen oportunidades, cualidades u objetos que nosotros no tenemos. Por el contrario, la ley de Dios, el Amor divino, llena nuestro corazón con un aprecio por los demás que nos hace valorar y desarrollar con mayor plenitud nuestro propio potencial. Esta comprensión nos permite percibir mejor lo que los demás expresan. Sentí que me regocijaba naturalmente por los logros que otros obtenían y compartí con ellos esa sensación. Fue muy gratificante. Cuando amamos a nuestro prójimo de esta manera, no tenemos nada que perder sino todo para ganar. Abre nuestro pensamiento de tal modo que podemos ver el bien que Dios provee a todos.

La codicia produce un efecto exactamente opuesto. Cuando creemos que Dios no es quien provee todo el bien, sino que el bien es material y limitado en vez de espiritual e infinito, nos volvemos vulnerables al deseo insidioso de tener lo que pertenece a otros. Cuando un deseo semejante no es combatido en el umbral de nuestro pensamiento y se le permite que penetre y habite en él, fomenta sentimientos de descontento, envidia y la sensación de que somos incompletos. Cuando uno desea lo que le pertenece a otro, está en realidad violando la ley del Amor, la ley que opera para satisfacer todas nuestras necesidades. Si permitimos que este deseo se arraigue en nuestro pensamiento, podemos ser conducidos a pensar que el individuo en cuestión es un obstáculo que nos impide obtener lo que queremos. Esa clase de pensamiento es la fuente de problemas más serios, como ser, de palabras y hechos desagradables, de decisiones carentes de ética, de robo, adulterio, calumnias e incluso asesinato.

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