Algunas Personas enfrentan situaciones tan difíciles que no saben cómo hacer para conseguir el dinero que precisan para comprarles zapatos a sus hijos, o para llevar a su familia al cine un viernes por la noche, como lo hacen sus vecinos. No obstante, es maravilloso que cuando uno descubre la naturaleza del amor de Dios, que incluye a todos y cuida de todos, se percibe que Dios es quien provee todo el bien para cada uno de nosotros. Comprobamos que no necesitamos nada de lo que le pertenece a nuestro prójimo. La bondad de Dios bendice a todos Sus hijos.
Hace poco, estaba orando y me sentí tan agradecida por el hecho de que todo bien proviene de Dios, que me embargó un amor profundo hacia los demás. Percibí cuánto me enriquece el bien que otros expresan. Un punto de vista humano nos incita a hacer comparaciones, pensando que otros tienen oportunidades, cualidades u objetos que nosotros no tenemos. Por el contrario, la ley de Dios, el Amor divino, llena nuestro corazón con un aprecio por los demás que nos hace valorar y desarrollar con mayor plenitud nuestro propio potencial. Esta comprensión nos permite percibir mejor lo que los demás expresan. Sentí que me regocijaba naturalmente por los logros que otros obtenían y compartí con ellos esa sensación. Fue muy gratificante. Cuando amamos a nuestro prójimo de esta manera, no tenemos nada que perder sino todo para ganar. Abre nuestro pensamiento de tal modo que podemos ver el bien que Dios provee a todos.
La codicia produce un efecto exactamente opuesto. Cuando creemos que Dios no es quien provee todo el bien, sino que el bien es material y limitado en vez de espiritual e infinito, nos volvemos vulnerables al deseo insidioso de tener lo que pertenece a otros. Cuando un deseo semejante no es combatido en el umbral de nuestro pensamiento y se le permite que penetre y habite en él, fomenta sentimientos de descontento, envidia y la sensación de que somos incompletos. Cuando uno desea lo que le pertenece a otro, está en realidad violando la ley del Amor, la ley que opera para satisfacer todas nuestras necesidades. Si permitimos que este deseo se arraigue en nuestro pensamiento, podemos ser conducidos a pensar que el individuo en cuestión es un obstáculo que nos impide obtener lo que queremos. Esa clase de pensamiento es la fuente de problemas más serios, como ser, de palabras y hechos desagradables, de decisiones carentes de ética, de robo, adulterio, calumnias e incluso asesinato.
Sabemos que estamos codiciando, cuando comenzamos a querer para nosotros algo que posee nuestro prójimo y nuestros sentimientos naturales de generosidad hacia nuestro prójimo comienzan a ser superados por los sentimientos de celos. Eso no es natural para los hijos de Dios y es lo opuesto a la voluntad que Él tiene para con nosotros, y nos impide ver la provisión que Dios determinó como nuestra. Nos ha dado el Décimo Mandamiento para que eso no nos suceda y que, por lo tanto, no perdamos nada del bien que nos tiene preparado. "No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo". Éxodo 20:17. ¡Cuánta protección nos brinda esto!
El deseo de tener lo que pertenece a otros, no es un deseo verdaderamente nuestro. No viene de Dios, quien nos brinda todo el bien para que lo disfrutemos. La mente mortal o carnal ficticia es el impostor desde el comienzo. La naturalidad con que Dios pone la provisión a nuestro alcance, fue expresada por Cristo Jesús. Él lo demostró en sus enseñanzas de varias maneras, como por ejemplo en el Sermón del Monte donde dijo: "Considerad los lirios del campo, como crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así ¿no hará mucho más a vosotros...? " Mateo 6:28-30. Y Ciencia y Salud nos confirma el amor de Dios por nosotros en la declaración con que comienza el libro de texto: "Para los que se apoyan en el infinito sostenedor, el día de hoy está lleno de bendiciones".Ciencia y Salud, pág. vii.
Dios es la única Mente real, nuestra Mente real. Sus pensamientos son reales y buenos, y Él los imparte continuamente a todos, en todo el universo. Dios no desea obtener algo que pertenece a otro porque Él es Todo y lo posee todo. Su voluntad es expresarse a Sí mismo, como Espíritu, el bien infinito; y así lo hace; y no existe nada que pueda impedir que Él lo haga. La expresión de la Mente es la creación de la Mente. Y el hombre es la total expresión de la Mente. Por lo tanto, en lugar de codiciar el bien de otro, nuestro único deseo es expresar la bondad de Dios y de este modo, disfrutar del bien que Él, tan libre y abundantemente proporciona. Y cuando atesoramos en nuestro más recóndito pensamiento, nuestro deseo otorgado por Dios de aceptar y expresar Su bondad, nada nos puede faltar.
¡Cuánto amor encierra el Décimo Mandamiento! Si lo obedecemos, estamos fuera del alcance de la tentación de codiciar lo que otro tiene. Amamos a nuestro prójimo; nos sentimos enriquecidos por todo el bien que él o ella posee y hace. Y descubrimos en nuestra vida, pruebas de que como hijos de Dios tenemos todo el bien a nuestro alcance para disfrutarlo.
