Recuerdo Cuando los conocí hace muchos años, en los numerosos campamentos de refugiados cercanos a la frontera. Recuerdo cómo vivían en esos campamentos. Al amanecer, la vida comenzaba nuevamente y las actividades diarias poco a poco se reactivaban. Cuando llovía durante la noche, el suelo estaba lleno de grandes charcos que se habían convertido en barro negro y obstinado. Sólo grupos de niños jugaban con el agua, sin preocuparse por el futuro. Cuando distribuían comida, todo el campamento se reunía. Nuevos refugiados llegaban constantemente, hasta que los campamentos duplicaban su tamaño.
Largas filas de hombres, mujeres y niños que lo perdieron todo. ¿Acaso la adversidad y el anonimato los privaron de su dignidad y de su esperanza? De ninguna manera. Después de haber trabajado con ustedes, de haber orado con ustedes, sé muy bien que éste no es el caso.
Son mucho más que los miles, millones de personas de todas las edades y clases sociales que optaron por escapar (o fueron forzados a escapar) de la guerra y de las masacres, y que viven día a día gracias a la ayuda de otras personas. Ustedes son los herederos mismos de las promesas que Dios nos hizo tiernamente a todos. He aquí una de Sus promesas: "Yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis". Jeremías 29:11.
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