Desde Que Tenía nueve años hasta que cumplí diecisiete asistí regularmente a una Escuela Dominical de la Christian Science. Considero que le debo todo lo que soy y todo lo que tengo a la verdad que conocí a través de las inspiradas enseñanzas y al amor incondicional que recibí allí.
Durante mis años de universidad me desvié de la forma de vida de la Christian Science y no seguí asistiendo a la iglesia porque pensaba, erróneamente, que me impedía "divertirme". Cuando llegué prácticamente a un callejón sin salida, pedí ayuda a un amigo que había participado en un programa de recuperación de alcohólicos y que había alcanzado cierto grado de serenidad. Este amigo me llevó a una reunión.
Cuando me percaté de que las personas en aquella reunión estaban básicamente buscando protección y dirección en Dios, recordé que tiempo atrás los tratamientos en la Christian Science me habían sanado y habían sanado a familiares míos durante toda mi infancia. Ya tenía lo que necesitaba. Busqué mis ejemplares de Ciencia y Salud y de la Biblia y comencé a orar. Dice la Biblia que es Dios quien "sana todas tus dolencias" (Salmo 103:3), y me di cuenta de que Dios podía sanarme en ese mismo momento.
Esa fue la única reunión a la que asistí, pero fue el punto decisivo para mí, porque hizo que me volviera a Dios. Sané de inmediato de mi adicción al alcohol. Esto sucedió hace más de veinticinco años, y esa experiencia hizo que me embarcara en una aventura realmente emocionante: la aventura de descubrir en mayor medida el amor de Dios y el cuidado que prodiga a Sus hijos. No obstante, a pesar de que había sido sanada, todavía no sabía si podía dar tratamientos eficaces en la Christian Science.
La respuesta llegó a los pocos días. Un día caluroso, estando en traje de baño, me hallaba preparando unas costillas para asarlas. Estaba hirviéndolas primero en una olla grande, cuando toqué con el brazo el mango de la olla. El agua hirviendo, el aceite y las costillas cayeron sobre mis manos y mi estómago, corriendo por las piernas y llegando hasta los pies, calzados con sandalias.
En aquel momento sentí que sólo me había quemado las manos, que me dolían mucho. Abrí el grifo de la pileta de la cocina y puse las manos bajo el chorro de agua fría. Entonces, me vinieron las palabras de la "declaración científica del ser" que había aprendido en la Escuela Dominical de la Christian Science (Ciencia y Salud, pág. 468). Las dije dos o tres veces en voz alta y terminé casi gritándolas. El dolor no desaparecía y entonces me di cuenta de que si mantenía las manos bajo el agua fría estaba tratando de sanar la materia (mis manos) por medio de la materia (el agua fría). Dije en voz alta: "Ahora voy a cerrar el grifo y no aceptaré más testimonios falsos de ustedes", refiriéndome a las manos. Cerré el grifo y de inmediato las manos dejaron de doler. Su color volvió a ser normal. Fue cuando me puse a limpiar los alimentos, el agua y la grasa que se habían derramado cuando vi que todo aquello se había derramado sobre mi estómago, piernas y pies, al igual que sobre mis manos; pero no había señal alguna de quemadura. Me había curado completamente.
Desde entonces, la confianza en la Christian Science me ha proporcionado innumerables oportunidades de trabajo, lugares donde vivir, guía sobre qué empleos buscar y cuáles aceptar. Muchas de estas demostraciones fueron el resultado de poner en práctica lo que comprendía de las primeras líneas de la página 1 de Ciencia y Salud: "La oración que reforma al pecador y sana al enfermo es una fe absoluta en que todas las cosas son posibles para Dios — una comprensión espiritual de Él, un amor desinteresado".
Al igual que Sara en el Antiguo Testamento y Elisabet en el Nuevo, concebí un hijo a edad madura, cuando mucha gente de mi edad ya está buscando universidades para sus hijos. Durante la crianza de este hijo, que ahora tiene diecisiete años, mi esposo y yo tuvimos demostraciones hermosas del amor y el cuidado de Dios. Nuestro hijo ha sanado de quemaduras de agua hirviendo, de tos convulsa, de estreñimiento, y de lesiones producidas por una caída de una escalera y por haberse atrapado las manos con la puerta de un auto. Cuando oré para saber que ningún niño (ni nadie) puede estar fuera de su lugar, en un lugar incorrecto o ser reemplazado, este niño pudo matricularse en una escuela excelente y muchos otros niños también fueron bendecidos. Me da mucha satisfacción poder esforzarme por seguir los pasos del Pastor.
Nueva York, Nueva York, E.U.A.