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¡Los caballos no se sientan!

Del número de enero de 2000 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana


Una tarde, al ir al establo vi que mi caballo estaba recostado. Como raramente hace esto rápidamente saqué mi cámara y empecé a tomarle fotos. Conforme lo hacía, mi caballo empezó a pararse, pero, se detuvo brevemente mientras aún tenía la parte posterior en el piso y sus patas delanteras rectas, las mismas que estaba usando como apoyo para impulsarse y ponerse de pie. Cuando una amiga vio la foto, dijo: “Mira, aquí hay una foto de tu caballo sentado”. Al examinarla vi que, al parecer de ella, el caballo realmente se veía como si estuviera sentado. Pero los caballos no se sientan. Ésta era una foto de mi caballo tratando de pararse.

Después de explicárselo a mi amiga, ambas nos pusimos a reír. Pero mientras más pensaba en esto, más me llamaba la atención. Mi amiga y yo estábamos viendo la misma foto, no obstante, cada una veía algo totalmente diferente. ¿Por qué? Porque al ver la imagen, yo veía algo más de lo que aparecía en ella, ya que aplicaba el conocimiento que tengo de los caballos.

Esto es exactamente lo que trato de hacer con las circunstancias materiales a las que me enfrento a diario. Uso mi conocimiento y comprensión de Dios para ver más allá de la imagen que tenga enfrente. Más aún, al comprender mejor a Dios, mi percepción de las cosas se espiritualiza y mi vida misma prospera.

Dios es Todo: omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia. Dios también es totalmente bueno. Su creación, que nos incluye a ti y a mí, es como Él es, totalmente buena. La realidad o verdad de cualquier situación, es lo que Dios sabe de ella; así que, cuanto mejor conozcamos a Dios, esto es, cuanto más conocimiento tengamos de Su grandeza, belleza y poder, tanto mejor podremos ver la imagen real, o verdadera, de nosotros y de los demás. Las imágenes que sugieren que podemos ser algo menos que la idea perfecta de Dios, o que podemos estar enfermos, ser mezquinos o pobres, es una semejanza falsa. Las cambiamos viendo la verdadera semejanza de Dios, exactamente donde la imagen falsa parece estar. Y dado que nuestros pensamientos determinan la naturaleza de nuestra vida, cuando cambiamos nuestro pensamiento, también cambia nuestra vida.

Tuve la oportunidad de demostrar esto cuando una mañana me levanté temprano y sentí el impulso de ir al cuarto de mi hijo, que tiene trece años. Allí lo encontré inconsciente en el piso. Le hablé, pero no hubo respuesta; intenté moverlo, pero no pude, parecía que estaba paralizado. Inmediatamente me volví a Dios. “Dios es tu Vida”, le dije. Basándome en mi comprensión de Dios y del hombre creado y sostenido por Él, negué que este hijo de Dios pudiera estar separado, ni por un solo momento, de la omnipresencia de la Vida y el Amor divinos. Recordé esta cita de Ciencia y Salud: “No habiendo nacido jamás y jamás habiendo de morir, le sería imposible al hombre, bajo el gobierno de Dios en la Ciencia eterna, caer de su estado elevado”. Continué orando en voz alta, aferrándome al hecho de que si percibía la verdadera naturaleza espiritual de mi hijo, la falsa imagen sería reemplazada por la correcta, es decir, por lo que Dios sabía de él como Su imagen y semejanza, y de este modo se produciría la curación.

Ciertamente habíamos demostrado que lo que Dios conoce es la única realidad.

Al ir repitiendo el Padre Nuestro, vi que mi hijo parpadeó una vez. Empecé a llamarlo por su nombre y a pedirle que repitiera la primera línea del Padre Nuestro con su interpretación espiritual, que se encuentra en Ciencia y Salud:

“Padre nuestro que estás en los cielos: Nuestro Padre-Madre Dios, del todo armonioso”.

Esta descripción de Dios como Padre y Madre, y por lo tanto, fuerte y dador de vida, me ayudó a ver más allá del supuesto poder o realidad de la enfermedad o la lesión.

Pronto mi hijo comenzó a parpadear más, y pude empezar a moverlo poco a poco. Continué orando silenciosamente para saber que, a pesar del cuadro material, lo único que realmente estaba presente era la bondad, la vida y la salud perfecta. Finalmente lo pude poner de pie, lo llevé caminando a la sala, lo senté en una silla y le leí de la Lección Bíblica del Cuaderno Trimestral de la Christian Science. Conforme le iba leyendo, me fui sintiendo inmersa en una maravillosa sensación de paz, y supe con certeza que la verdad de su ser estaba saliendo a luz. Para cuando terminé de leer, mi hijo ya había podido pararse y caminar al baño.

Cuando regresó, tenía una expresión de desconcierto. Me preguntó por qué lo había sentado en una silla tan temprano para escuchar la Lección Bíblica. Le contesté que era mucho por lo que teníamos que estar profundamente agradecidos y le pedí que repitiera “Dios es mi Vida”. Ciertamente habíamos demostrado que lo que Dios conoce es la única realidad. Mi hijo volvió a la cama, y luego durante el día nos divertimos mucho jugando en la nieve. No ha tenido efectos posteriores ni se ha repetido este incidente.

Al pensar en esta curación, recuerdo la reacción de mi amiga ante la foto de mi caballo. La imagen del caballo “sentado” y la del muchacho inconsciente, nunca fueron verdaderas. En cada caso, saber lo que era verdad me permitió ver más allá de la imagen falsa. En el caso de mi hijo, lo vi del modo que Dios lo ve: puro, perfecto y completo; del modo en que Él lo hizo. Con esto, la verdad del ser de mi hijo se manifestó en una curación permanente.

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