Un Sábado por la mañana, me quedé en la casa de mi abuela, mientras mi madre se iba a trabajar. Me estaba cepillando el cabello cuando descubrí que tenía un nudo grande. Al mover la cabeza hacia atrás para deshacer el nudo, me torcí el cuello. Gritando de dolor, corrí, en busca de consuelo a la cocina, donde estaba mi abuela. De inmediato supe que el amor de Dios estaba presente.
Mi abuela se sentó conmigo por un rato, y cantó un himno del Himnario de la Ciencia Cristiana que dice: “Contigo estoy en dulce reverencia, en la presencia santa del Amor” (No. 317). Permanecimos juntas en silencio por un rato más, escuchando un cassette de himnos. Comencé a sentirme mucho mejor, pero todavía me molestaba cuando trataba de mover el cuello normalmente.
Mi madre y yo habíamos planeado ir a una fiesta esa tarde. Pudimos ir, aunque cuando llegamos allí el cuello todavía me dolía. Mi madre y yo seguimos orando sabiendo que “nada inarmónico puede entrar en la existencia, porque la Vida es Dios” (Ciencia y Salud, pág. 228 ), y que podíamos seguir adelante con los planes, confiando en que ésta era la verdad sobre mí. Recuerdo que mi madre me dijo que en vez de pensar en cómo me sentía, podía darles algo bueno a los otros chicos de la fiesta, expresando todas las cualidades maravillosas que reflejo de Dios.
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